Para Camilo González, deseándole suerte en su aventura andina
Uno pensaría que el asunto de la cancelación del Hay Festival en la ciudad de Xalapa estaría mas o menos libre de controversia. Pero está claro que lo que uno piensa pocas veces tiene correspondencia con la realidad. Y la realidad es que existen múltiples posiciones alrededor de este hecho. Sin embargo, para no extraviarnos en pequeñeces o matices, acá se argüirá que la discusión se divide básicamente en dos grandes posicionamientos: los que aplauden la moción de la cancelación, y los que furibundamente condenan la decisión de arrebatar la sede del festival a Xalapa. Los argumentos que a menudo se esgrimen son, por un lado (los que apoyan el retiro), que las condiciones en el estado son desfavorables para la celebración de un evento de esa envergadura, que el ambiente en la entidad es hostil para el desarrollo del periodismo, que estos foros culturales alimentan la falsa noción de un clima de libertad intelectual o fomento cultural, y que el evento está sujeto a un uso político por parte del gobierno del estado; y por otro (los detractores), que la cancelación sólo abona al aislamiento de la entidad, que la desaparición de estos eventos culturales no contribuye a frenar la ola de violencia en Veracruz, que en este clima de hostigamiento político más cultura se traduce en menos exposición de los jóvenes a la violencia, que la comunidad intelectual de la capital carece de licencia legítima para sugerir soluciones a los problemas de la provincia, etc.
Y aunque pudiera sostenerse que las dos posiciones tiene argumentos valederos, el hecho es que con frecuencia la querella se desarrolla en un terreno abstracto, sin una consideración adecuada de las circunstancias concretas que envuelven al caso en cuestión.
Se nos olvida que el Hay Festival tiene intereses que naturalmente debe cuidar. Los festivales culturales transnacionales también son negocio, y acaso esa es su principal consideración, aún cuando en la práctica provean un bien socialmente deseable: cultura. Los gobiernos también persiguen intereses, que no son sólo intereses directamente representativos de las instituciones gubernativas, sino intereses que involucran a los poderes privados que representan. No es fortuito que el gobernador del estado se lamentara públicamente por las pérdidas que acarrearía la suspensión del evento para los hoteleros, restauranteros y consortes. Un gobierno también persigue capital político y legitimidad. En nuestra época, los festivales musicales, literarios o culturales, o incluso los megaeventos deportivos, son materia de disputa entre gobiernos alrededor del mundo. La selección de una sede se basa más en las agendas privadas implicadas en las negociaciones, y menos en las necesidades o preocupaciones de las poblaciones. La trama del Hay Festival no es tan distinta de la situación que envolvió a los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se celebraron el año pasado en suelo veracruzano, y cuyos hipotéticos beneficios aún están en entredicho; o recuérdese también el alojamiento de la Copa del Mundo de Fútbol en Brasil, a la que por cierto los brasileños respondieron con un “Fútbol sí. FIFA no”. Vale decir: la cancelación del Hay Festival no es en detrimento de la vocación cultural de Xalapa.
Cabe insistir que una cosa es cultura o deporte, y otra, radicalmente distinta, los negocios lucrativos que gravitan alrededor de esos bienes. Los megaeventos culturales o deportivos tienen agendas programáticas que no pocas veces difieren con las cuestiones que una sociedad considera de primer orden. Me valgo de un adagio poco afortunado para ilustrar esa obstinada omisión que cohabita con la organización de esos eventos pretendidamente inofensivos: “el culo no está para besitos”. Cultura sí. Festivales susceptibles de lucro político no.
En este sentido, lo que se debe analizar es la eficacia o ineficacia de la iniciativa de cancelación del Hay Festival. Y para eso es preciso conocer el fondo de la trama.
Las cifras que se expusieron en la última entrega pueden servir para ilustrar la coyuntura en la que se tomó la decisión de suspender el festival: “Veracruz ocupa uno de los primeros sitios en materia de desaparición forzada. Según estimaciones de la Procuraduría de General de Justicia del Estado, de 2006 a 2014 cerca de dos mil personas fueron víctimas de desaparición forzada. La danza de los números a veces abonan al desconocimiento o negación de la crisis. Pero la ausencia de cifras exactas es sintomático de la gravedad del problema. En relación con la libertad de prensa y la situación de los informadores, Veracruz tiene saldos desastrosos. De acuerdo con Reporteros Sin Fronteras, la entidad es uno de los 10 lugares más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. La Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias advierte que el estado de Veracruz concentra el 50 por ciento de los homicidios contra periodistas en México desde 2011. Hasta febrero de 2014, se contabilizaron 10 periodistas asesinados, cuatro desaparecidos, y 132 agresiones contra la prensa estatal. Con el homicidio del foto reportero José Moisés Sánchez Cerezo la cifra de comunicadores ejecutados en ese plazo asciende a once. Cabe hacer notar que el caso de Sánchez Cerezo conjuga las dos modalidades de delito dominantes en la entidad: la agresión letal contra periodistas y la desaparición forzada” (http://lavoznet.blogspot.mx/2015/01/veracruz-sobre-el-asesinato-de.html).
En síntesis, Veracruz es un calabozo para la palabra escrita. Y por supuesto que el gobierno es parcialmente responsable: en todos los crímenes que involucran a periodistas, las autoridad fingen demencia o niega el carácter político de los delitos. La agresión sistemática al gremio periodístico ni siquiera es meritoria de la verdad jurídica. La muerte encierra una triple injusticia: la de la criminalización, la de la humillación y la del olvido.
El razonamiento de los intelectuales que solicitaron retirar la sede a Xalapa del Hay Festival México es básicamente el siguiente: resulta incompatible la promoción cultural e intelectual con la agresión letal hacia los periodistas e informadores. El blanco de la iniciativa no era la cultura o la población, sino la administración del actual gobernador.
A nuestro juicio la moción fue exitosa. Nadie puede objetar el nerviosismo que produjo el cierre del festival en los pasillos de los recintos gubernamentales. La represalia tuvo además un alcance internacional. Y en cierto sentido la invectiva de los impulsores apuesta a esa presión. El éxito también radica en la inusitada efervescencia que ocasionó en la ciudad de las flores. Xalapa es una ciudad donde la cultura a menudo está divorciada de la política. La cancelación del Hay Festival en la ciudad abrió un horizonte poco habitual en estas comarcas: la politización de esos segmentos “cultos” comúnmente vegetados en el confort de la neutralidad política.
En todo caso, la faena está incompleta. Ahora es preciso reemplazar ese remedo de festival (me permito manifestar, no sin prever una andanada de objeciones, que el Hay Festival, al menos en Xalapa, era un fiasco), por otro genuinamente cultural y receptivo con las preocupaciones e intereses de los artistas, periodistas e intelectuales de la entidad.
Y como la neutralidad no es un valor que cultivo o aprecio, me declaro simpatizante con la causa de la cancelación del Hay Festival en Xalapa.
“Cultura sí. Hay Festival no”.
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