domingo, 21 de julio de 2013

El chivo zeta o el zeta expiatorio: la captura de Z-40 en el contexto de “Big Brother”


El 11 de septiembre de 2011 se inicia un nuevo ciclo en la reconfiguración de los estados-nación. La globalización se desprende de su disfraz cultural integracionista, y revela su rostro auténtico: el de la balcanización, la segregación, el holocausto de los “grupos vulnerables” (léase: todo lo que habita en los márgenes de la hegemonía liberal-cristiana). El estado se escinde de la nación, instaurando un llano aparato de represión sin más operaciones decorativas excepto las referentes a la legitimación ideológica. En este delicado rubro de la ideología, crucial para la supervivencia de cualquier orden político, los estados inauguran una narrativa confrontacionista, policiaco-militar, fundamentalista. En este relato epocal, el mal acecha al mundo democrático, y es menester eliminar por cualquier medio –preferentemente discrecional– al enemigo, llámese delincuente, narcotraficante, terrorista, islamita, sociópata, inmigrante, guerrillero, disidente, anarquista, hacker… tullido, lumpen, homosexual etc. Todos, criminales o susceptibles de incurrir en un crimen, transgresores o susceptibles de transgredir el statu quo, arrojados a un mismo costal. Emerge así, desde las entrañas de la utopía liberal, desde ese estadio civilizatorio donde la historia llegó a feliz término por decreto de un tal Fukuyama, la versión acabada de la profecía orwelliana: el estado policiaco o de excepción, el estado global de ingeniería social totalitaria. 

En la truculenta trama referida, el mal es un subproducto de la “otredad”, nunca una cría o extensión del propio cuerpo civilizatorio. En “Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel”, Marx escribe: “No hay un ser vivo que crea fundados los defectos de su existencia en su principio vital, en la esencia de su vida, sino en circunstancias que le son extrínsecas. El suicidio es antinatural. Por tanto el Estado no puede creer en la impotencia interna de su administración, o sea de sí mismo”. Es decir, el estado –ideal o utópico– que concibieron los liberales no está en un estadio pretérito o ulterior, ni en un escurridizo presente amenazado por los “bárbaros” modernos. El estado real y actual, con toda su cuota de malformaciones, disfuncionalidades y terror, es la forma específica, efectiva e inexorable de aquel concepto. Pero la narrativa dominante criminaliza –al menos en calidad de presunción– a todo el cuerpo social, con el propósito de exculpar u obviar el criminal funcionamiento de la autoridad –o el estado. Marx añade: “Cuanto más poderoso es el Estado y por tanto más político es un país, tanto menos dispuesto se halla a buscar la razón de las dolencias sociales en el principio del Estado –o sea en la actual organización de la sociedad, de la que el Estado es expresión activa, consciente de sí y oficial–, tanto menos dispuesto se halla a comprender que el Estado es el principio universal de esas dolencias” (el subrayado es mío). 

El recién exhibido sistema de vigilancia e intervención estadunidense, el “Big Brother” cibernético-telecomunicacional, es la expresión de esta negligencia o incapacidad del estado para admitir los defectos de su “principio vital”: debe buscar en las “circunstancias extrínsecas” la causa de sus dolencias. Para el relato justificatorio de este estado omiso-criminal, el narco corporeiza esta “circunstancia extrínseca”. Era previsible que en el marco de los conflictos diplomáticos que Estados Unidos enfrenta tras la develación de su megared de espionaje cibernético, cuyos tentáculos abarcan a un complaciente México, se desarrollara la captura o aprehensión teatral de un enemigo “naturalmente exógeno”. La detención del Z-40, como bien señala el gobernador de Coahuila, Rubén Moreira, es “un gran paso para recuperar la tranquilidad”… pero de Estados Unidos, que actualmente está envuelto en un escándalo político/diplomático sin parangón, y que apunta a que este tipo de acciones mediáticamente aparatosas legitimen su intervencionismo masivo. 


Pistas para documentar la teatralidad detrás del triunfalismo oficial 

La noticia se conoció primero en Estados Unidos a través del diario “Morning News”. La aprehensión fue tersa, sin un solo disparo; el recibimiento en la SEIDO, afable, excesivamente cortés. Sin chaleco, sin esposas, marchando erguido con la mirada en alto, más que en calidad de aprehendido, el Z-40 daba la impresión de guiar desenvueltamente a su chambelán marino a un coctel de fraternal recibimiento. Y no es accidental. El Z-40 es uno de los hijos pródigos del narco-estado policiaco. No se podría concebir, por ejemplo, este mismo trato afectuoso a un preso de conciencia o disidente político. Allí el estado exhibiría públicamente su brutalidad a modo de escarmiento, y sin economizar un ápice su fuerza. 

Pero acá ya estaba todo meticulosamente dispuesto. No es casual que elementos de la marina ejecutaran la faena de aprehensión. Está ampliamente documentado que la marina es la institución castrense de confianza de Estados Unidos, algo así como el dócil coadyuvante en tierras mexicanas.. Tampoco es fortuito que los titulares de la secretaría de la defensa nacional y la marina estuvieran “de gira” en Estados Unidos durante la captura del chivo zeta o zeta expiatorio. Además, recién se filtró en la prensa norteamericana que la investigación del Z-40 estuvo a cargo de agencias de inteligencia estadunidenses, específicamente la DEA.

Como se advierte, se trata de una trama urdida desde Estados Unidos en el contexto de las filtraciones que ponen en evidencia el aparatoso espionaje que practica aquel país en México y el mundo. En este guion de chivatones y chivos expiatorios, donde el estado se resiste –por una cuestión elemental de supervivencia política– a ver en sí mismo “el principio universal de las dolencias”, la aprehensión de un capo de alto rango retroalimenta y dota de cierta verosimilitud la narrativa policiaca que inaugura el 9-11, y legitima los procedimientos de intercepción de comunicaciones que discrecionalmente efectúa Estados Unidos. 

Jorge Carrasco y Jesús Esquivel documentan en Proceso una moción neurálgica en la instauración de este sistema de vigilancia que conjuntamente operan EE.UU. y México: “El consentimiento… para el espionaje de Estados Unidos en el país fue resultado de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad (¡sic!) en América del Norte, firmada en marzo de 2005 por Estados Unidos, Canadá y México a iniciativa de Washington, luego de los ataques de Al Qaeda en territorio estadunidense en septiembre de 2001”. 

El Z-40 es un retoño de la “reconfiguración de los estados-nación”; su aprehensión es tan sólo un golpe de legitimación ideológica concomitante con la narrativa post-911. El proceso aterciopelado de la captura, y el montaje teatral de la faena, sólo apuntalan una hipótesis insistentemente sostenida en este espacio: a saber, que “El Estado no declara la guerra a la delincuencia: se vale de la delincuencia, aliada natural de los poderes públicos, para imponer la guerra. La guerra anti-narco no es un mal necesario para erradicar la delincuencia: más bien, la delincuencia es un bien necesario para la legitimación de un Estado en guerra abierta contra la sociedad. El Estado no condena a los infractores: el Estado es una suerte de infractor colectivo, que sólo a veces lava su imagen con aprehensiones teatrales. El Estado no procesa al delincuente común: comúnmente delinque allí donde un proceso social amenaza su monopolio delictivo. En suma, el Estado no lucha contra el crimen: criminaliza la lucha e impone un orden sepulcral con base en el crimen de Estado” (http://lavoznet.blogspot.mx/2012/11/el-estado-no-persigue-la-delincuencia.html). 


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