
La sabiduría popular concede: El valiente vive hasta que el cobarde lo permite. El entramado institucional del México corrupto, constituido a imagen y semejanza de la elite infecunda que lo administra, tiene una única salida al final del túnel: el fracaso nacional, la renuncia a la soberanía, en provecho de un “otro extraño”. Pero ese “otro extraño” no es el responsable originario de nuestro fracaso –o sucesión de fracasos– ni de nuestra cobardía para “ser”. Se ha construido una imagen aspiracional de la nación, ajena a nuestra realidad, como canon a seguir. Una suerte de “ego” en el sentido lacaniano: a saber, la identificación de nosotros mismos con una imagen disociada, a la manera de un reflejo en el espejo, que no nos pertenece, pero en el que nos reconocemos y desconocemos al mismo tiempo. Este desgarramiento, como cualquier otro desequilibrio psicológico individual, entraña la alienación. En un sentido político profundo, supone la autodestrucción, la capitulación, el eterno vasallaje. El incumplimiento de los Acuerdos de San Andrés encierra la anulación del ser, la adherencia a esa ilusión o imagen prefigurada, deificada desde la sede simbólica del poder. Carlos Fuentes cifra terminantemente la problemática: “Chiapas nos ha recordado que sólo podemos seguir siendo si no olvidamos todo lo que somos y hemos sido”.
La primera lección que lega el zapatismo tiene visos socráticos: conócete a ti mismo, México (aceptación de la totalidad del ser nacional). La negación de “lo que somos y hemos sido”, concomitante con la férrea filiación a un “ego” nacional, es una disposición enquistada en la órbita inconsciente del canon cultural. Slavoj Zizek sugerentemente escribe: “El subterráneo obsceno, el terreno inconsciente de los hábitos, eso es lo realmente difícil de cambiar. Por ello, el lema de toda revolución radical es igual a aquella cita de Virgilio que Freud elige como epígrafe para su 'Interpretación de los Sueños': Acheronta movebo – moveré las regiones infernales. ¡Atrévanse a perturbar los cimientos de los fundamentos tácitos de nuestra vida cotidiana!”
La práctica política radical de los zapatistas involucra una subversión cultural sin parangón. El EZLN reivindica su diferencia e independencia, pero en función de una unidad: la nacional. “En el caso de México, hay que reconstruir el concepto de nación sobre bases diferentes: [léase] el reconocimiento de la diferencia” (Marcos). Insurrección no solo política, sino esencialmente sociocultural: revolución en la percepción, en la esfera de la ética y la estética.
Los zapatistas parecen contar con una fórmula independentista prometedora. Como las FALN boricuas, el EZLN labra el camino para una independencia nacional: reconstruyendo e inventando, burlando los pérfidos guiños del “ego” nacional, desafiando la cultura política tradicional, y materializando con firmeza el concepto nietzscheano de liberación: “El signo de la libertad alcanzada es no estar avergonzados de notros mismos”.
2 comentarios:
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