Im-Pacto por México
Fin desangelado del
espuriato. Estreno accidentado de la
timocracia. Todo lo que se refiere a la política oficial en México apunta al vandalismo: criminales salientes amparados en la impunidad que otorga la ley escrita y la palabra muerta; transferencias de poder marcadas por el signo de la ilegalidad; asunciones encuadradas en un entorno de represión urdida tras los bastidores del poder público; discursos esperpénticos sostenidos en el plagio vil o hurto de agendas programáticas; pactos concertados a base de extorsión, cooptación de neófitos, prebendas metaconstitucionales. Monólogo de la delincuencia institucional, para deleite exclusivo de los poderes fácticos, y en menoscabo de una sociedad enardecida, flagelada, e inmersa en el hastío de la corrupción oficialista. Ascensión al poder del Grupo
Atracomulco; alborozo de los emporios empresariales cuyo poder nadie se atreve siquiera a acotar; desencadenamiento intempestivo del descontento popular. Elementos particulares cuya inmanente explosividad se intenta tamizar en la fantasiosa generalidad de un pacto. Pacto que evoca malintencionadamente una réplica desubstancializada de los acuerdos de La Moncloa: esto es, sin monarca, sin respaldo popular, sin ratificación senatorial, sin sostén moral. Un pacto que presagia impacto, resistencia, colisión…
#1Dmx
1º de Diciembre, San Lázaro, ciudad de México, zona de guerra. Por un lado, regimientos policiacos atrincherados tras aparatosos atavíos marciales, cercos metálicos, nubarrones de gas lacrimógeno. Por otro, brigadas estudiantiles, disidencias magisteriales, representantes de comunidades históricamente agraviadas, huestes anarquistas, juventudes agrupadas en torno al
M-132, colectivos independientes, pelotones de
lumpenproletariat, provocadores, infiltrados. Los unos, resguardando la sede del poder vandálico; los otros, rivalizando con violencia material la imposición de la violencia oficial. Sin más recurso que la táctica confrontacional, la parafernalia protocolaria devino exaltación destructiva. Las llamas de la inusitada trifulca alcanzaron el centro histórico de la capital. En su trayecto de San Lázaro al Zócalo, el contingente –nutrido con la incorporación de manifestaciones paralelas– se enfrentó a una disyuntiva neurálgica que marcará el rumbo de la resistencia ulterior: unos, azuzaban a la destrucción, la transgresión de la vialidad pública, la intimidación, la expresión violenta de un encono social largamente alimentado; otros, convocaban a domeñar la ira, a eludir la provocación de la autoridad, a enarbolar la desobediencia pacífica, a conservar la unidad a partir de la no violencia, a primar el carácter cívico e intelectual de la movilización social. No hubo consenso, pero si solidaridad. Y aunque se pueda anticipar una divergencia en cierne, aquel día, el grueso del contingente se mantuvo articulado, unido, no obstante la creciente ola de represión policial. Las detenciones, en lugar de amedrentar o languidecer el ánimo, catalizaron la unión de la resistencia. Se podría decir, acaso con razón, que el enturbiamiento de la movilización –la aspereza de los destrozos, el cauce violento de la indignación– se planificó quirúrgicamente desde algún ámbito del poder público o de los poderes fácticos. Pero estos poderes no previeron un aspecto crucial de la ecuación: el
1-D quedó de manifiesto cuan poca cosa son las fuerzas represivas en un contexto de solidaridad ciudadana acentuadamente militante. Y si “el PRI ha convertido el fraude electoral en una de las bellas artes” (
El Fisgón), es natural esperar, máxime después de lo demostrado en los enfrentamientos recientes, que la sociedad mexicana desarrolle paralelamente formas de resistencia cada vez más sistematizadas, efectivas e inteligentes.
Post #1Dmx
Ya en las últimas horas del
1-D se anticipaba que la inédita jornada de violencia sabatina era parte de una estrategia instrumentada desde las altas esferas del poder, no sólo para frenar o menguar las protestas contra la asunción de Enrique Peña Nieto como presidente de México, sino para aplastar material e ideológicamente a los múltiples grupos civiles y/o disidentes que representan una amenaza para su gobierno. La virulencia de los ataques en la prensa, ya fuere contra el
M-132 o las brigadas anarquistas, confirmaron la sospecha. El linchamiento mediático que siguió al
1-D fue avasallante, estentóreo, unívoco. El propósito era uno solo: erosionar la credibilidad de la disidencia. La estigmatización se realizó conforme a una lógica unánime, monocorde: colocar a todos los grupos e individuos manifestantes en un mismo costal, insinuar que todos eran delincuentes, vándalos, fundamentalistas, cegados por el afán de sabotear la “fiesta cívica” del presidente electo, y que respondían a la convocatoria de un caudillo “sembrador de odios” (sic), Andrés Manuel López Obrador. En la prensa se podían leer títulos o encabezados como los siguientes: “Los violentos de AMLO”; “El vandalismo y López Obrador”; “La violencia de Andrés Manuel”; u opiniones análogas tales como: “Es cierto que uno de los rasgos esenciales del lopezobradorismo es su aptitud para diseminar el odio”; “Los grupos anarquistas que actuaron ese día y quienes los apoyan… están articulados en torno al discurso de López Obrador”; “López Obrador… envenenó con su cantaleta de la ‘imposición’… a quienes agredieron policías en formación de firmes” (sic). (Vale la pena recordar la utilización insistente de esta estrategia de satanización; véase:
http://lavoznet.blogspot.mx/2012/05/nueva-estrategia-de-satanizacion-la.html).
Pero esta saña falsaria, que es tan sólo una recapitulación de la campaña de descalificación que emprendió Televisa y acólitos contra el M-132 inmediatamente después de su génesis, será apenas una melodía de fondo que corteje el distanciamiento de los movimientos emergentes con la política electoral y los partidos de ralea priista (PAN, PRD, PRI etc.). Si el propósito es satanizar la oposición política, sin distingo de colores, banderas o idearios, lo único que cederá esta ofensiva de las fuerzas oficialistas, es a una definición más acabada de las resistencias: el retorno del PRI allanará el terreno para el advenimiento de una contrapolítica más sólida, madura e incorruptible en México.
M-132
El
M-132 es uno de los acontecimientos políticos más destacados del México moderno. Nótese que se prefirió el uso del término ‘acontecimiento’ en lugar de ‘movimiento’. Y no es gratuito. La emergencia del
M-132, especialmente debido a las condiciones concretas en las que se gestó, entraña, por el evento mismo, dos hechos: 1) El desconocimiento de Enrique Peña Nieto como contendiente al máximo cargo de elección popular; la ilegitimidad a priori de cualquier orden jurídico que pudiera emanar de su ascenso al poder; en suma, el nulo respaldo popular a su eventual administración, la falsedad de sus propuestas, estrategias, operaciones o pactos ulteriores. Espontánea y tempranamente, el
M-132 es la primera fuerza en desconocer el Pacto por México; 2) La concientización de la sociedad civil, la recuperación de espacios públicos otrora vedados por miedo, parálisis u ofuscamiento; el consecuente restablecimiento del diálogo entre grupos e individuos que conforman la subalternidad; un encuentro con el otro, que necesariamente conducirá a un intercambio de programas e ideas, a la germinación de formas de organización ciudadana y de resistencia inéditas.
El M-132 como acontecimiento y/o movimiento político, es una expresión de las tendencias, a veces desdibujadas e indiscernibles, que apuntan hacia una mutación política de largo alcance, hacia la configuración, no sin tropiezos, de una contrapolítica genuina en México.
Observa acertadamente Pablo Gómez: “El llamado Pacto por México no es un pacto ni es por México”. Este reconocimiento público referente al signo fraudulento del acuerdo es una de las primeras conquistas de una fuerza política naciente.
Daniel Cosío Villegas escribió a modo de pronunciamiento: “Un pensamiento nuevo no triunfa, y menos en ambientes hostiles o extraños, sino a fuerza de presentarlo, de discutirlo, de gritarlo cada vez en voz más alta”.