10:00 a.m. Pugna habitual entre la vigilia y el sueño. Oigo un ruido absurdo, irritante. Termina por interrumpir mi sueño. En un primer momento pienso que puede ser la podadora averiada de los vecinos. Sin despabilarme bien aún, arrojo bruscamente la cobija y me levanto para averiguar quién es el cretino desconsiderado que no deja dormir a estas horas de la madrugada. Asomo la cabeza por la ventana y descubro que tan sólo a unos 20 metros de altura se pasea en los cielos, cual dueño omnímodo del mundo, un aparatoso helicóptero de la policía. Caigo en cuenta que estamos en guerra. Y el sueño profundo, cuando no la vida, es lo primero que se malogra en tiempos de beligerancia. Ya una vez sacudida la modorra, alcanzo a reparar que es la tercera vez en una semana que un maldito helicóptero me fastidia el sueño. Es el nuevo despertador que ha reemplazado al afable canto de ranas que emite la alarma del teléfono celular.
11:00 a.m. El mismo helicóptero sigue merodeando los alrededores. No me puedo concentrar en la lectura matutina, ejercicio que regularmente prologa la escritura de esta columna.
12:00 p.m. Otra vez el helicóptero irrumpe en el perímetro de mi domicilio. Pienso: ‘si tuviera una pinche catapulta seguro que derribo al cabrón’. Pero luego reflexiono con cabeza fría: ‘Eso es exactamente lo que quieren. Una sociedad dispuesta a nutrir el negocio de la violencia; una civilización de choque que genere cuantiosas utilidades a los miopes que administran la actual economía de guerra. Además, se me acusaría de terrorista, o bien, en su modalidad mexicana, de narcoterrorista’. Procuro consolarme: ‘¿Cuánto más puede durar este estúpido estado de cosas?’.
13:00 p.m. Parece que los pilotos del helicóptero están en su hora de comida. Tranquiliza por un segundo escuchar un ambiente libre de sonidos estridentes. Aprovecho para hacer una selección de las noticias y/o notas que pudieran auxiliarme en la documentación del presente artículo. Descubro una nota que contiene evidencia documental de un asunto que todos conocemos, a saber: que el vaticano tenía registro de la conducta criminal de Marcial Maciel, y que Juan Pablo II y Benedicto XVI encubrieron al fundador de la Legión de Cristo. Me atrae el tema.
14:00 p.m. El cielo sigue despejado. Ni una señal de objetos voladores no identificados. Encuentro otra noticia que atrapa mi atención: “Se suicida mujer taiwanesa mientras chateaba en facebook”. Parece que ninguno de sus cyber amigos alertó a las autoridades. Coincidentemente, en la misma plana aparece una entrevista con un filósofo francés que censura esta red social: “El diario íntimo se volvió público en tiempo real. Es narcisismo expresivo en el que la gente habla de sí misma”. Creo que el caso del cyber harakiri taiwanés confirma, en efecto, esta ausencia de diálogo.
15:00 p.m. Los ovnis siguen en horas de receso. Hago el periódico a un lado y en su lugar tomo un libro del filósofo esloveno Slavoj Zizek. Curiosamente allí me encuentro con una cita brillante del director mexicano Alfonso Cuarón: “En muchos relatos del futuro siempre aparece algo así como el Gran hermano, pero creo que ésa es una visión de la tiranía del siglo XX. La tiranía actual se presenta con nuevos disfraces… la tiranía del siglo XXI se llama ‘democracia’”. Me dispongo a escribir sobre esta pincelada de genialidad.
16:00 p.m. Justo cuando empiezo a redactar el primer borrador del artículo, una caravana de ostentos vehículos policiacos, con sus respectivas sirenas encendidas, atraviesan a toda velocidad la avenida que da al frente de mi domicilio. Atrás le siguen ambulancias con vasto personal paramédico. Reaparece, surcando el cielo, el maldito helicóptero. Abandono mi puesto de trabajo.
17:00 p.m. Contemplo la posibilidad de abrir una cuenta en facebook…
18:00 p.m. ¿Aún venden catapultas?
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