El Estado moderno es parte de un contexto determinado, le forma y es formado por el mismo. Es necesario pasar de un análisis tradicional del Estado, una aproximación basada en el conocimiento de su naturaleza, su origen, sus fines y su justificación, para crear así una conceptualización más acorde a la realidad socioeconómica actual.
Se considera al Estado actual como la expresión jurídica y organizativa propia de una sociedad capitalista, es decir, un Estado igualmente capitalista. Cabe señalar que el capitalismo como sistema se encuentra en una fase distinta a la de hace algunas décadas, una nueva etapa en la que la globalización, la financiarización de los procesos económicos reales, la especulación y la creación y circulación de capital ficticio juegan un papel preponderante en la reproducción del mismo.
El Estado ha tenido que hacer frente a estos cambios en la dinámica económica, y ha debido evolucionar a la par de ellos. Como tal, su fin actual no sólo es asegurar la existencia de condiciones que propicien la reproducción de dichos mecanismos, sino garantizar bajo cualquier mecanismo que así suceda.
Bajo este supuesto, el adelgazamiento del Estado es un mito construido a partir de una visión demasiado acotada de la realidad estatal, enfocada exclusivamente en una menor participación directa del Estado en la economía como un productor más.
Sin embargo, en el cumplimiento de sus funciones esenciales el Estado no sólo no se ha debilitado, sino que se ha fortalecido. No es posible entender la existencia de una economía de libre mercado sin concebir previamente la existencia de un aparato estatal que garantice su reproducción bajo cualquier medio.
El Estado actual es un Estado fundamentalmente intervencionista, pese a las múltiples afirmaciones en sentido contrario. En términos económicos dicho intervencionismo se hace evidente en situaciones de crisis como la experimentada recientemente. Aún los Estados más conservadores no tuvieron reservas en “inyectar” enormes sumas de dinero a la economía para rescatar a corporaciones financieras al borde del colapso, a costa de la mayoría de la población. El Estado interviene para mantener funcionando un sistema en evidente crisis.
En términos políticos y sociales, el intervencionismo estatal es igual o aún mayor. Mantener el orden y la jerarquización socioeconómica existente es su motivo fundamental de existencia: para ello cualquier medio está al alcance, incluso la represión.
Por otra parte, es importante señalar la ineficacia de la democracia liberal como forma de gobierno aceptada comúnmente dentro del Estado moderno. Al entender a este último como la expresión de un sistema capitalista financiero y una sociedad propia del mismo, se infiere que los mecanismos de renovación de dirigentes no implican un cambio social real, sino todo lo contrario: al responder estos a las presiones del capital internacional, las dinámicas electorales se vuelven obsoletas para provocar un cambio real en las estructuras mismas del aparato estatal.
Por último, cabe reflexionar sobre la necesidad de expandir las fronteras del pensamiento que intenta abordar la problemática del Estado: de poco o nada sirve analizar los fenómenos sociales tomando en cuenta solo una de sus facetas. Es necesario el uso de herramientas, conceptos y enfoques propios de las distintas disciplinas que abordan la realidad social: sociología, historia, economía y ciencia política no pueden ser abordadas de manera completamente independiente.
El Estado actual es historia, es economía y es sociedad, y las características propias del mismo, así como una coyuntura de franca crisis de un sistema político y económico global, hacen necesario un análisis a mayor detalle del Estado, para a partir del mismo poder construir alternativas a la organización social.
Se considera al Estado actual como la expresión jurídica y organizativa propia de una sociedad capitalista, es decir, un Estado igualmente capitalista. Cabe señalar que el capitalismo como sistema se encuentra en una fase distinta a la de hace algunas décadas, una nueva etapa en la que la globalización, la financiarización de los procesos económicos reales, la especulación y la creación y circulación de capital ficticio juegan un papel preponderante en la reproducción del mismo.
El Estado ha tenido que hacer frente a estos cambios en la dinámica económica, y ha debido evolucionar a la par de ellos. Como tal, su fin actual no sólo es asegurar la existencia de condiciones que propicien la reproducción de dichos mecanismos, sino garantizar bajo cualquier mecanismo que así suceda.
Bajo este supuesto, el adelgazamiento del Estado es un mito construido a partir de una visión demasiado acotada de la realidad estatal, enfocada exclusivamente en una menor participación directa del Estado en la economía como un productor más.
Sin embargo, en el cumplimiento de sus funciones esenciales el Estado no sólo no se ha debilitado, sino que se ha fortalecido. No es posible entender la existencia de una economía de libre mercado sin concebir previamente la existencia de un aparato estatal que garantice su reproducción bajo cualquier medio.
El Estado actual es un Estado fundamentalmente intervencionista, pese a las múltiples afirmaciones en sentido contrario. En términos económicos dicho intervencionismo se hace evidente en situaciones de crisis como la experimentada recientemente. Aún los Estados más conservadores no tuvieron reservas en “inyectar” enormes sumas de dinero a la economía para rescatar a corporaciones financieras al borde del colapso, a costa de la mayoría de la población. El Estado interviene para mantener funcionando un sistema en evidente crisis.
En términos políticos y sociales, el intervencionismo estatal es igual o aún mayor. Mantener el orden y la jerarquización socioeconómica existente es su motivo fundamental de existencia: para ello cualquier medio está al alcance, incluso la represión.
Por otra parte, es importante señalar la ineficacia de la democracia liberal como forma de gobierno aceptada comúnmente dentro del Estado moderno. Al entender a este último como la expresión de un sistema capitalista financiero y una sociedad propia del mismo, se infiere que los mecanismos de renovación de dirigentes no implican un cambio social real, sino todo lo contrario: al responder estos a las presiones del capital internacional, las dinámicas electorales se vuelven obsoletas para provocar un cambio real en las estructuras mismas del aparato estatal.
Por último, cabe reflexionar sobre la necesidad de expandir las fronteras del pensamiento que intenta abordar la problemática del Estado: de poco o nada sirve analizar los fenómenos sociales tomando en cuenta solo una de sus facetas. Es necesario el uso de herramientas, conceptos y enfoques propios de las distintas disciplinas que abordan la realidad social: sociología, historia, economía y ciencia política no pueden ser abordadas de manera completamente independiente.
El Estado actual es historia, es economía y es sociedad, y las características propias del mismo, así como una coyuntura de franca crisis de un sistema político y económico global, hacen necesario un análisis a mayor detalle del Estado, para a partir del mismo poder construir alternativas a la organización social.
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