Los últimos acontecimientos
en Michoacán, Guerrero y Zacatecas demuestran que la guerra contra el
narcotráfico no ha podido invertir la espiral de violencia sino todo lo
contrario. Los cambios de forma, que no de fondo, que ha impulsado el gobierno
federal, acatando fielmente el guión fabricado en el Departamento de Estado de
los EE. UU, pretenden cambiar la percepción de los habitantes de este país
respecto a la guerra civil que vivimos, promoviendo la idea de la existencia de
un supuesto nuevo estilo de gobernar, pero los resultados prometidos no parecen
estar cerca. La luz al final del túnel es en realidad el foco de la locomotora de
la barbarie que se acerca.
En este contexto,
todo el proceso de discusión con respecto a la posibilidad de legalizar el
consumo de la mariguana en México parece más una maniobra de distracción para
ocultar el fracaso del control del mercado ilegal de drogas que una estrategia
a largo plazo, dirigida a desarticular poco a poco el poder del narcotráfico,
derivado del aumento del consumo de sus productos. La enorme difusión de la
posibilidad de la legalización ha tomado fuerza sobre todo en las redes
sociales pero ha estado presente en todo el espectro mediático.
Habrá que
reconocer que en el contexto internacional el tema ha tomado fuerza a raíz de
la legalización en Uruguay y en algunos estados de nuestros vecinos del norte,
no sólo para con fines médicos sino también recreativos. Si a esto agregamos
que a nivel continental la estrategia yanqui de combate a las drogas basada en
la militarización ha demostrado ser ineficaz, y fuertemente criticada incluso
por jefes de estado, no sorprende entonces que la discusión sobre la despenalización
de la mariguana haya tomado fuerza en estas tierras.
En las últimas semanas
los foros de discusión han involucrado a grupos de intelectuales, políticos y organizaciones
no gubernamentales que se han reunido para discutir los pros y contras de la
cuestión. Los argumentos giran alrededor de definir el problema como una cuestión
de salud pública, de seguridad y violencia sin olvidar el componente moral,
este último utilizado por los que se oponen al legalizar el consumo. Pocos han
sido los actores políticos que no se han pronunciado sobre el tema y las
posibilidades de que en el Distrito Federal prospere una legislación que
redefina el problema del consumo de la mariguana resulta probable, a contrapelo
de buena parte del resto del país.
En todo caso y
sin afán de despreciar la discusión y sus posibilidades resulta extraño que el
tema haya cobrado fuerza y que además, haya convocado a buena parte del
estamento político institucional a considerar seriamente la cuestión. Extraño
no porque buena parte de nuestros representantes consuman drogas
cotidianamente, legales e ilegales, e incluso se beneficien económicamente del
tráfico sino porque la dinámica de combate al narcotráfico seguirá siendo la
misma –militarización y criminalización del consumo, aderezado con altas dosis
de corrupción y contubernio por parte de las autoridades encargadas de su
control. Extraño porque los principales beneficiados del narcotráfico, los
accionistas de las instituciones financieras, seguramente no verán con buenos
ojos la posibilidad de que sus enormes ganancias disminuyan para engordar al
presupuesto de los países productores.
Algunos analistas
han señalado que una política de despenalización del consumo de la mariguana en
un ambiente de corrupción, tráfico de influencias e impunidad generará más
violencia, pervirtiendo todo el proceso y logrando un efecto contrario al que
se busca. ¿Qué capacidad y calidad moral tiene el estado mexicano para
controlar la producción, la distribución y el consumo de la mariguana? Eso en
el caso de que sea el estado mexicano el que se ocupe del asunto pues en
tiempos furiosamente privatizadores habría que considerar la posibilidad de que
semejante industria sea vendida al mejor postor, por ejemplo, las corporaciones
internacionales que vende tabaco o las cerveceras. Cuando Vicente Fox declaró
que el negocio de la mariguana le resultaba atractivo, estaba diciendo en
público lo que muchos empresarios no se atreverían a manifestar, pero una vez
que sea legal su venta seguramente estarían dispuestos a entrarle al negocio,
sin lugar a dudas.
Si bien la
despenalización del consumo de la mariguana es un tema complejo –no sólo toca
cuestiones de salud pública o de seguridad sino económicas y hasta filosóficas-
y podría abrir la puerta a soluciones alternativas a la militarización y el
descabezamiento de los cárteles, dadas las circunstancias, resulta más lógico
pensar que no es más que una simple maniobra para obtener beneficios políticos -traducidos
en votos, of course- del sistema
político y al mismo tiempo ocultar el tremendo fracaso de la guerra contra el
narcotráfico y el aumento de la violencia. Un guiño a la empobrecida/endeudada clase
media urbana mexicana, para simular que el progreso es inevitable, aunque sea en
medio de un mar de sangre y sufrimiento.
1 comentario:
La marihuana en particular y los psicofármacos y estimulantes de producción industrial o tecnológica han sido demonizados y el uso de éstos últimos restringido a la industria farmacéutica, exclusivamente para encarecerlos e incorporarles el costo policial y el costo humano de la confinación penitenciaria, transformándolos en instrumentos de política financiera.
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