El espectáculo del primer debate fue francamente grotesco (¿dantesco?). Básicamente destacaron dos realidades, que acaso ningún observador mínimamente alerta osaría objetar: uno, que está en marcha una acción concertada –diseñada por la élite gobernante– contra el candidato que encabeza arrolladoramente las preferencias electorales, Andrés Manuel López Obrador (y no es conspiracionismo; no hace falta más de dos dedos de frente para advertir la maquinación); y dos, que, por casi un siglo, las clases gobernantes (incluidos los gobiernos de la novelesca “transición”) reprodujeron su estancia en el poder con base en la exclusión de “los mejores hijos de México”.
La peor ralea de fariseos: corruptos, criminales, asesinos, mediocres de cabo a rabo, demagogos, estultos e ignorantes, gobernaron el país a su antojo y con escasos contrapesos. La gobernabilidad de la “dictadura perfecta” involucró decisivamente el aplastamiento sistemático de nuestras facultades, atributos e inteligencias. Asistimos al estadio más acabado de la degradación de la política nacional. El debate (dislate) presidencial es un signo inequívoco de esa descomposición, que a más de uno debió provocarle riesgos de embolia cerebral.
Insisto que las únicas dos conclusiones que arroja ese remedo de ejercicio boxístico fueron, por un lado, el compló anti-AMLO, de menor escala, y por otro, el compló a escala ampliada, que consiste en la acción unificada de un conjunto de fuerzas e intereses que están dispuestos a llevarnos a la inmolación material, moral y cultural. No hace falta referir a los pormenores de lo ocurrido en el debate, porque eso significaría seguir estrujando una herida que supura a chorros, tal como haría una persona perturbada que recapitula hasta el hastío un episodio traumático para autoboicotear su sanación.
De estas dos conclusiones antes referidas, resulta una enseñanza que debe ascender a plan de acción nacional, a saber: la obligatoriedad de votar masivamente por AMLO en la próxima elección –aun cuando no se trate exactamente del líder más carismático o convincente, y a pesar de la tibieza de un programa que aspira a gobernar a “ricos y pobres” (¡sic!)–; y la no menor responsabilidad de desbordar a AMLO por el flanco izquierdo una vez que gane la elección.
AMLO es la posibilidad de un desbordamiento de las agendas sociales, largamente incubadas en la entraña de la sociedad mexicana, hoy postrada por un baño de sangre y un ciclo infernal de destrucción. Acaso allí radica el trillado “miedo” de las élites económicas, y de las castas políticas enquistadas parasitariamente en la ubre del Estado: que el programa de AMLO habilite la irrupción de las “clases peligrosas” (o en el argot peñanietista: “la prole”).
Hasta ahora (insisto: hasta ahora), a los dueños del dinero les cautiva la idea de desmontar a “la mafia del poder”, porque esa “pandilla de malandros” (sic) ha acumulado tanto poder que está obstruyendo la dinámica de los grandes negocios (especialmente esa fracción de la “mafia” que se apoya fuertemente en el factor narco; y eso explica que AMLO proponga una amnistía, que en sentido estricto es una fórmula para “capturar” los dineros del narco sin la colateralidad de la violencia del narco). El temor, no obstante, es que ese “desmontaje” desencadene “al tigre” (dixit AMLO), es decir, al México subalterno.
En cualquier caso, los ricos y poderosos tienen un “plan B”, mucho más tóxico e infinitamente más lesivo: la alianza PRI-PAN-PRD-MC-etc… Y la inclinación por ese “plan B” depende de la correlación de fuerzas que de aquí a la elección prevalezca. El voto-aprobación de las mayorías juega un rol clave en esta elección. Solamente un apoyo masivo a AMLO inclinaría la balanza en favor de éste, y en favor de una oportunidad que, por razones estratégicas, los electores en México no pueden desaprovechar. Alguien (si no mal recuerdo fue Malcolm X) escribió que, si un pueblo tiene la posibilidad de cambiar el curso de la historia en una elección y no lo hace, ese pueblo está enfermo. (Además, entiendo que la venganza no goza de buena prensa, y, desde ya, alcanzo a escuchar las feroces objeciones de los beatos demoliberales, pero, cumple preguntar: ¿acaso un triunfo de AMLO –el némesis que tanto temen los ultraconservadores– no significaría una especie de venganza en plato frío contra Carlos Salinas de Gortari –el primer golpista neoliberal?)
Por último, cabe prevenir que la primera parte del plan de acción nacional –votar masivamente por AMLO–, involucra a sectores e intereses de arriba y abajo. La segunda parte –desbordar a AMLO– es la agenda de la “prole”; la empresa que, silenciosamente, impulsan los actores organizados que militan abajo y a la izquierda.