El 2017 fue el año de constatación de un fenómeno hasta hace poco insospechado: la caída del paradigma neoliberal globalizador.
A modo de recapitulación histórica, cabe recordar que la crisis del petróleo de 1973 fracturó el orden prescrito por los acuerdos de Bretton Woods de la segunda posguerra (“Walfare States” o Estados Nacionales regenteados por la alianza capital-trabajo). El agotamiento de ese ordenamiento engendró –no sin la intervención decisiva de las élites en ascenso– la fórmula neoliberal (Estados Neoliberales reorganizados por la fractura de la alianza capital-trabajo). Los impulsores de la “solución” neoliberal –Inglaterra y Estados Unidos– bautizaron esa arrolladora inercia oligárquica con las siglas de TINA (“There is no alternative” o No hay alternativa). Las políticas tributarias de TINA propiciaron la privatización de las empresas e instituciones estatales. Ya en manos de actores privados, las empresas e instituciones estatales transitarían otra metamorfosis: la desnacionalización o extranjerización. Tras la caída del Muro de Berlín y el llamado Bloque Soviético (1989-1991), y por prescripción del Consenso de Washington, se instaló en el mundo la “globalización”, que, si bien es cierto que tiene múltiples niveles de significación, consiste básicamente en una modalidad específica de integración internacional al servicio de la neoliberalización. Es decir: “globalización” designa la extranjerización de los procesos privatizadores. Irónicamente, los primeros en decidir (exitosamente) el repliegue de ese paradigma fueron Inglaterra y Estados Unidos –los artífices del modelo. “Brexit + Trump = el fin de la globalización”.
En este cierre de año, y en tributo a esa tradición que eleva el periodismo a condición de “historia en tiempo presente”, dispuse reunir una serie de recortes a partir de este ejercicio de análisis que durante el 2017 desarrollé bajo este enfoque o lectura, con el propósito de identificar esos procesos e indicadores en la región que dan cuenta de la desglobalización en curso y las realidades en germen que prefigura ese ocaso: a saber, ascenso de la derecha supremacista, desmoronamiento de los integracionismos, amurallamiento de las fronteras, desinstitucionalización del sistema internacional, defenestración de los sistemas de partidos.
Acerca del ascenso de la derecha supremacista
“Si bien una posibilidad es que el sistema en su conjunto pierda legitimidad y se habiliten-activen las fuerzas sociales civilizatorias (minorías, trabajadores, estudiantes, migrantes etc.), no es menos posible que el ascenso de Trump dispare las fuerzas anti-civilizatorias más sórdidas u oprobiosas. Es importante insistir que la reemergencia de las derechas supremacistas-nativistas en Occidente representa la posibilidad de la reemergencia del fascismo. Aún no florece el neofascismo. Pero están situados los sedimentos […] En este escenario pesimista –aunque no por ello improbable–, las derechas y oligarquías continentales apostarán por un repliegue político parcial, cómo ya están haciendo los gobiernos de México, Brasil y Argentina, e intentaran reeditar las consignas nacionalistas que en otra época orientaron el compás propagandístico de la dominación pre-globalista. La evidencia sugiere que abrazarán el discurso de la unidad nacional […] Esto de ninguna manera significa que Estados Unidos abdicará a su injerencia en la región. América Latina es el perímetro de acción convencional de Washington […] Es un recrudecimiento de la unilateralidad histórica de Estados Unidos respecto a América Latina. No es exactamente Doctrina Monroe, acaso porque a Trump no le interesa seriamente el control de los pueblos continentales. Es dumping: es decir, la pura disposición de transferir a la región los costos de la restauración supremacista” (http://bit.ly/2DsMhdk).
“Ríos de tinta derramaron filisteos e incautos arguyendo la irreversibilidad de la globalización. Ese concepto, que es básicamente una envoltura mística del neoliberalismo, está muerto. La globalización murió por suicidio asistido. El problema es que esa ‘asistencia’ provino de la derecha más recalcitrante y cavernaria. No pocos analistas escribieron sobre el malestar que produce la globalización. Y el problema no es el descontento en la globalización. El problema es que las posiciones conservadoras capitalizaron esa indignación con éxito” (http://bit.ly/2DrUHkZ).
Acerca del desmoronamiento de los integracionismos
“La inercia anuncia que los integracionismos de la globalización están en franca descomposición. El problema es que la salida (exit) sólo está ‘autorizada’ para las potencias que diseñaron el programa globalizador. Grecia en Europa (UE), y previsiblemente México en América del Norte (TLCAN), estarán sujetos a acciones concertadas de sabotaje, máxime si la salida que proponen transcurre por el flanco izquierdo y no por el carril ultraderechista, que es el oprobioso espectro de la época” (http://bit.ly/2DrUHkZ).
Acerca del amurallamiento de las fronteras
“En un reciente artículo, se afirma que en 1989 existían una decena de muros y que actualmente se cuentan alrededor de setenta alrededor del mundo. Y al igual que el de Berlín, los muros del siglo XXI se han construido para reforzar la seguridad interna y, obviamente, para detener los flujos migratorios […] como sería el caso de los habitantes de los países centroamericanos y caribeños, que han llegado a México por tierra y por mar a pesar de la existencia de un muro virtual compuesto de policías, paramilitares, narcotraficantes y el ejército mexicano, y que está en vías de reforzarse gracias a la cooperación del gobierno mexicano con el Pentágono; o el muro de arena fortificado de casi tres mil kilómetros entre Marruecos y el Sáhara Occidental […] Pero además existen muros entre países europeos. Es así como nos encontramos con muros entre Francia e Inglaterra, en el puerto de Calais, para impedir que los migrantes salten de Francia a Inglaterra, y que fue financiado por el gobierno británico. Otros ejemplos en Europa son el construido por Hungría en 2015 –con 175 Km. de longitud– para detener a los migrantes provenientes de Serbia y Croacia; o el construido en Bulgaria, de similares dimensiones que el anterior, para detener el flujo proveniente de Turquía, alimentado principalmente por la guerra en Siria; o el que existe entre Austria y Eslovenia, o Macedonia y Grecia […] El medio oriente también tiene lo suyo: está el construido por Israel en su frontera con Cisjordania que una vez concluido se extenderá a lo largo de 712 Km. y hasta nueve metros de alto. Y no es el único que ha construido, ya que también existen muros en sus fronteras con Jordania, Siria, Egipto y, por supuesto, la franja de Gaza” (Rafael de la Garza 28-II-2017; leer artículo completo: http://bit.ly/2leHG7T).
“Para nadie es un secreto que Luis Videgaray es un operador de Estados Unidos, y de las oligarquías domésticas beneficiarias del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Él mismo ha dicho que su prioridad es la renegociación de ese acuerdo. Y eso explica que el canciller responda al comando de Washington; que participe personalmente en la planeación del ‘muro Trump’; que encabece el proyecto de la construcción del muro en la frontera México-Guatemala; y que abrace con ahínco desenfrenado la causa anti-Venezuela en la Organización de Estados Americanos (OEA). Luis Videgaray es una especie de ‘encomendero’ de la ‘era post-global’, al servicio de Estados Unidos, y de ese no-proyecto de nación que tiene al país postrado en la ignominia: ‘El México neoliberal itamita y su fracasado modelo maquilador/librecambista quedó amurallado: al norte, el muro Trump, y al sur, el muro Videgaray con Guatemala’ (Alfredo Jalife Rahme en La Jornada 12-II-2017)” (http://bit.ly/2DrRDoY).
Acerca de la desinstitucionalización del sistema internacional
“En su primer libro ‘El arte de la negociación’, Donald Trump escribe: ‘si mi adversario es débil lo aplasto y si es fuerte, negocio’. La frase condensa esas dos significaciones del ascenso de Trump: la de la desintegración de la moral pública (aplastar y no socorrer al débil), y la del inminente aplastamiento de su débil (e imaginario) adversario –México” (http://bit.ly/2zJ1O6c).
Para instalar esa agenda unilateralista sin contrapesos o instancias de diálogo, Trump barrió con las instituciones internacionales y retiró a Estados Unidos del Acuerdo del Pacífico (TPP), el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), y tentativamente de la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU) si persiste con su idea de reconocer a Jerusalén como capital de Israel.
La defenestración de los sistemas de partidos
“Decía José Enrique Rodó, escritor e intelectual uruguayo, que los partidos políticos no mueren de causas naturales, sino que se suicidan. En el presente, ese adagio es más exacto que nunca. La subrepresentación o nula representación de la población, la bancarrota de la representatividad, el travestismo de los colores e idearios partidarios que en el diccionario de eufemismos se conoce como ‘coaliciones’, la creciente presencia de candidaturas atadas puramente a ‘intereses especiales’, las malogradas ‘transiciones democráticas’, las ‘pesadillas de la alternancia’, y la incapacidad estructural de esas instituciones moribundas para sortear favorablemente las rutinarias crisis, perfilan un horizonte desfavorable para la prevalencia de los partidos políticos como agentes dominantes en la arena política […] En esa inercia contradictoria, que por un lado prescribe representar al soberano (ese significante flotante que unos llaman ‘pueblo’), y que, por otro, demanda proteger los intereses de las élites y las minorías opulentas, los partidos políticos firmaron su propia carta de defunción. El antagonismo que se aloja en esa inercia es insalvable. Las proporciones de las crisis en curso decretaron el agotamiento de ese paradigma de los partidos políticos […] Asistimos al suicidio de los partidos. El ‘movimiento’ (popular o de élite), y las ‘candidaturas sin partido’, alzan la mano entre los escombros de las organizaciones partidarias” (http://bit.ly/2pRqpWY).
“Así como Donald Trump es el harakiri del Partido Republicano y el régimen bipartidista estadunidense, José Antonio Meade es el harakiri del PRI y el régimen de partidos mexicano […] El PRI ayudó a Donald Trump a conquistar el poder en Estados Unidos, tras aquella visita del ahora mandatario estadunidense a México que, por cierto, concertó, a espaldas del público, Luis Videgaray. En retribución, la administración de Trump asesora al PRI para conquistar la elección de 2018. Esto explica que el PRI apostara por un candidato ajeno al establishment partidista. El PRI está acudiendo a la misma fórmula del Partido Republicano: la postulación de un candidato ‘outsider’ –José Antonio Meade– arrastrado por el último suspiro de la maquinaria partidaria […] José Antonio Meade es el fin del régimen de partidos en México” (http://bit.ly/2CkJweP).