¿Cómo olvidar el
enorme revuelo que causó la caída del Muro de Berlín? El fin de la guerra fría
fue para muchos el anuncio de una época dorada, sin conflictos (fin de la
historia), dominada por la democracia y los valores liberales. Sintetizada en
la frase “There is no alternative” el capitalismo neoliberal se regodeaba en su
aparente victoria, gracias a la caída de un muro que simbolizaba todo lo
negativo de la posguerra y de un mundo dividido en dos grandes bloques que se
sostenían mutuamente. Que simbolizaba la separación de dos naciones que en
realidad eran una, pero sobre todo la ausencia de la libertad de tránsito para
los seres humanos, que no de las mercancías claro, el aislamiento forzado
impuesto por el mundo comunista atentando contra los derechos humanos.
Pues bien, a partir
de 1989, los muros no han desaparecido sino todo lo contrario. En un reciente artículo, se
afirma que en 1989 existían una decena de muros y que actualmente se
cuentan alrededor de setenta alrededor del mundo. Y al igual que el de Berlín,
los muros del siglo XXI se han construido para reforzar la seguridad interna y,
obviamente, para detener los flujos migratorios. Ambos objetivos están
íntimamente relacionados pues la dinámica neoliberal ha generado, en las últimas
cuatro décadas, enormes disparidades económicas y guerras fratricidas a lo
largo y ancho del globo, lo que ha desencadenado flujos migratorios no sólo de
países pobres hacia los ricos sino también entre países pobres, como sería el
caso de los habitantes de los países centroamericanos y caribeños, que han
llegado a México por tierra y por mar a pesar de la existencia de un muro
virtual compuesto de policías, paramilitares, narcotraficantes y el ejército mexicano,
y que está en vías de reforzarse gracias a la cooperación del gobierno mexicano
con el Pentágono; o el muro de arena fortificado de casi tres mil kilómetros entre
Marruecos y el Sáhara Occidental.
Pero además existen
muros entre países europeos. Es así como nos encontramos con muros entre Francia
e Inglaterra, en el puerto de Calais, para impedir que los migrantes salten de
Francia a Inglaterra, y que fue financiado por el gobierno británico. Otros
ejemplos en Europa son el construido por Hungría en 2015 –con 175 Km. de longitud-
para detener a los migrantes provenientes de Serbia y Croacia; o el construido
en Bulgaria, de similares dimensiones que el anterior, para detener el flujo proveniente de Turquía,
alimentado principalmente por la guerra en Siria; o el que existe entre Austria
y Eslovenia, o Macedonia y Grecia.
El medio oriente
también tiene lo suyo: está el construido por Israel en su frontera con
Cisjordania que una vez concluido se extenderá a lo largo de 712 Km. y hasta nueve
metros de alto. Y no es el único que ha construido, ya que también existen
muros en sus fronteras con Jordania, Siria, Egipto y por supuesto, la franja de
Gaza. Tal vez el ejemplo israelí demuestre mejor que otros, dada la naturaleza
del conflicto con el mundo árabe, la vocación racista y militarista que caracteriza
la construcción de muros, los cuales con argumentos relacionados con la
seguridad interna, en realidad evidencian una vocación marcadamente
discriminatoria y opuesta a los principios liberales que presumen y promueven alrededor
del mundo.
El plan de Trump para
construir un muro a lo largo de la frontera con México, de alrededor de tres
mil kilómetros, tiene sus equivalente en la frontera entre la India y
Bangladesh , el cual mide 2,700 Km. y su construcción se justificó con los mismos argumentos con los
que la amenaza naranja pretende levantar el suyo: inmigración y contrabando.
Resulta por demás curioso, o mejor dicho hipócrita, que países que poseen muros
se muestren ‘solidarios’ con México, criticando la intención del gobierno
yanqui. Porque la dinámica neoliberal ha mantenido las condiciones básicas que
provocan los flujos migratorios, pues el modelo está beneficiándose ampliamente
de la mano de obra barata migrante que explotan pero al mismo tiempo le ofrecen
a sus gobernados la tranquilidad ficticia que ofrece una barrera física o
virtual para mantener la pureza de la nación.
El propio gobierno
mexicano mantiene un doble discurso al respecto. Al mismo tiempo que se rasga
las vestiduras e implementa sobre las rodillas acciones de emergencia para ‘atender’
a los migrantes deportados -con empleo que no puede garantizar a la mayoría de
la población que permanece en el país- o espacios en las universidades mexicanas
para los eventuales ‘dreamers’ deportados -cuando no pueden darle acceso a la
gran mayoría de egresados del nivel medio superior que quieren estudiar una
carrera universitaria- conversa oficialmente con representantes de los EE. UU.
para definir una estrategia conjunta que cierre el paso a los inmigrantes
provenientes de Centroamérica y el Caribe que quieren llegar al norte pasando
por México.
Al final, lo que
queda claro es que el modelo neoliberal globalizador, fortalecido con la caída
del muro de Berlín, reniega sin tapujos de la posibilidad de un mundo sin fronteras
como inicialmente promovió. La existencia creciente de los muros confirma su
vocación racista y discriminatoria, negando en la realidad lo que prometió en el
papel. Sin embargo, es también la era de los muros la que confirma su impotencia
para detener a millones de personas que buscan una vida digna, renunciando a la
marginación y la pobreza. Es por ello que coincidimos con aquellos analistas
que no se dejan engañar por la idea de que el gobierno de Trump prefigura el fin de la globalización
neoliberal, reconociendo más bien en su retórica e intenciones su
recrudecimiento. La era de los muros lo confirma.