La decadencia de
la iglesia católica en el mundo es un hecho evidente. La reciente visita de
Bergoglio al continente con más católicos en el mundo -visitó Ecuador, Bolivia
y Paraguay- tuvo claramente la intención de enfrentar el crecimiento de cultos
y sectas ajenas al control del Vaticano en la región. Su discurso levantó las
cejas de los sectores más conservadores e incluso de la televisora estadounidense
Fox Center lo calificó como la ‘mayor amenaza mundial’.
Sus llamados para
reivindicar a los pobres, marginados, presos, indígenas así como las luchas por
evitar la depredación de la naturaleza por parte de las transnacionales
prefiguran una estrategia encaminada a paliar los daños ocasionados por un
clero secular cada vez más entregado a los dueños del dinero y expuesto al
escrutinio público por la práctica frecuente de abuso de menores y encubrimiento
de pederastas por obispos y arzobispos en todo el mundo.
Pero eso no
parece influir en el clero veracruzano, el cual empecinado en mantener su apoyo
a las posturas políticas más retrógradas no ha estado a la altura de los
tiempos que corren, a pesar de los esfuerzos de Ratzinger y ahora de Bergoglio
para armonizarla con los cambios culturales de los últimos treinta años. Ciego
ante el reto que representa acabar con la pederastia y el abuso de los derechos
humanos básicos de las monjas -por señalar sólo dos problemas importantes- el
clero veracruzano está muy lejos de encabezar a la población para enfrentar la crisis
cultural y social que nos aplasta.
Uno de los
elementos clave de su decadencia –y esto no es privativo del clero veracruzano
por supuesto- está sin duda representado por el pésimo nivel intelectual y
político de sus cabezas más visibles así como de la estrategia general que
coloca en la picota a la diversidad sexual y a los derechos de las mujeres
sobre su cuerpo y su vida.
En lugar de
enderezar sus críticas al crecimiento de la pobreza y la desigualdad, al
contubernio perverso entre autoridades y narcotráfico, al cinismo gubernamental
saqueador de recursos públicos para ganar elecciones, el clero pretende
recuperar su prestigio con base en la defensa de una familia tradicional, cada
vez más debilitada por las condiciones económicas y culturales que vivimos. De
cara al creciente desprestigio de los partidos políticos y la democracia
liberal no concibe la posibilidad de cubrir el hueco que aquéllos han dejado,
En cambio, la iglesia insiste en una interpretación obtusa del evangelio que
condena y estigmatiza, que promueve el odio a la diferencia y a todo lo que sea
visto como una amenaza a su particular interpretación del mundo.
Si bien es cierto
que de vez en cuando los mandones de la iglesia católica en el estado han
puesto el dedo en la llaga con respecto a la coyuntura marcada por el
desprecio por la vida con dignidad y la
apología de la violencia rara vez se movilizan públicamente para manifestar su
postura al respecto. Pero no pierden ocasión para declarar o salir a la calle a
defender un “Sí a la vida”. Pero no se refieren a la vida digna de millones de
personas que viven en la miseria y la humillación sino a la posibilidad de elegir,
rasgo consustancial al ser humano.
En los países
occidentales se tiende a señalar al Islam como el mayor lastre de las
sociedades que profesan dicha religión, acusándolo de ser la causa principal de
su atraso, criticando la opresión sobre las mujeres y su negativa a instituir
sociedades más libres y tolerantes. Y al mismo tiempo, en el mundo occidental, la
iglesia católica reproduce un discurso de odio velado o abierto, dependiendo de
las circunstancias, hacia las mujeres y su derecho a elegir o a las personas
que profesan la diversidad sexual.
Uno de los
elementos claves para comprender el mundo en que vivimos es precisamente la
existencia de sociedades cada vez más diversas, heterogéneas, en donde el reto
no significa regresarlas a la edad media sino abrir canales de comunicación que
nos permitan reconocernos a pesar de nuestras diferencias, sean estas
culturales, económicas, políticas y sobre todo espirituales. Lejos está de comprender
lo anterior Hipólito Reyes Larios, el arzobispo de Xalapa. Empecinado en
defender su particular interpretación de la biblia –a contrapelo del discurso
de su jefe Bergoglio- la ignorancia y la intolerancia asientan sus reales en su
discurso, compuesto de frases absurdas que en lugar de unir ofenden y
estigmatizan, ajenas a una mirada compasiva de la realidad en la que vivimos. ¿De
qué otro modo se puede comprender que señale a las madres solteras como una
plaga?
Así las cosas, la
decadencia de la iglesia católica radica en la incapacidad de sus cuadros
dirigentes para analizar la realidad con objetividad y realismo político, más
allá de su misión evangélica o precisamente por ella. Y mientras tanto la
marcha en Xalapa no fue precisamente multitudinaria. Atrás, muy atrás, quedaron
los tiempos en que, por ejemplo, la salida del santísimo era acompañada por la
mayoría de la población ¿Será que tampoco ve eso Hipólito?