miércoles, 3 de septiembre de 2014

Centralización política y militarización: el caldo de cultivo de las reformas en México.

El pasado infame-informe de gobierno de Enrique Peña confirma que la clave para lograr imponer las directrices de las corporaciones internacionales también llamadas reformas tiene dos caras: la centralización política y la militarización del territorio nacional. El resultado es el retroceso evidente en algunos de los tímidos logros de la hoy desaparecida transición a la democracia que tanto entusiasmo causo entre los admiradores del poder.

El triunfo de Peña en las elecciones de 2014 canceló cualquier posibilidad de que el proceso político inaugurado en los años ochenta siguiera con vida. De hecho fue la puntilla que revirtió la tendencia a desmantelar el presidencialismo mexicano, reculando sin miramientos para alimentar la ilusión del regreso de la presidencia imperial. Los dos sexenios panistas fortalecieron la idea entre los políticos de que la única manera de (des) gobernar el país e imponer de una vez por todas el neoliberalismo era echando mano de la tradición autoritaria.

Las consecuencias de lo anterior se pueden constatar en la subordinación sin condiciones (excepto el pago generoso a las bancadas de los partidos en el congreso) del poder legislativo a los proyectos del ejecutivo, pieza central en el sistema político tradicional. Y si bien es cierto que hoy el congreso es plural (tiene varios colores que no ideologías) el resultado es el mismo: sometimiento generalizado al presidente. Para algunos puede parecer que las negociaciones para lograr consensos en las cámaras son un ejemplo de democracia deliberativa pero el hecho es que votan lo que los líderes de las bancadas acuerdan entre ellos -siguiendo la sacrosanta línea del presidente- de espaldas a la nación a la que dicen representar y de los propios miembros de sus bancadas, quienes se limitan a votar de acuerdo a las órdenes de sus dirigentes. No hay debates en el pleno ni polémicas de altura. Todo está prefabricado para ofrecer una imagen de civilidad y responsabilidad y al mismo tiempo ocultar la imposición y el sometimiento.

Al mismo tiempo, las flores de la transición, entre las que destaca el INE y el IFAI hoy muestran una regresión innegable para ponerse a la altura de las circunstancias centralizadoras. El primero se ha convertido en un monstruo que pretende centralizar la organización de los procesos electorales cuando ni siquiera podía organizar de manera transparente los procesos electorales federales. Se argumenta a favor de la creación del INE que los gobernadores se habían convertido en el fiel de la balanza electoral en sus estados, controlando a los órganos electorales locales. Cuesta trabajo pensar que arrebatándoles dicho poder para dárselo a uno sólo, el presidente, la democracia electoral va a mejorar, evitando los dedazos, el uso de recursos públicos en las campañas y el fraude electoral. Menos aun cuando el fiel de la balanza ahora será un individuo que ganó las elecciones innovando en el fraude electoral.

Por su parte, las reciente reforma en materia de transparencia y acceso a la información ha demostrado su sintonía con el proyecto presidencial al negarse a defender el derecho a la privacidad frente a las novedades de la reforma en telecomunicaciones, la cual legaliza el espionaje por parte del estado sin necesidad de justificar frente a un juez para hurgar en la vida privada de las personas. Además, y en la línea de la tendencia centralizadora, el IFAI podrá conocer o incluso atraer resoluciones de los órganos garantes locales que le parezcan relevantes. Les podrá corregir la plana a los institutos de acuerdo a los intereses del presidente y su grupo para castigar o presionar a los gobiernos estatales a su antojo.

Y si todo lo anterior, que es sólo una muestra del proceso de recentralización política que estamos viviendo en México, no logra mantener el orden social pues ya están en la calle las fuerzas armadas para contener cualquier brote pue ponga en peligro el proyecto neoliberal. Pero además, su presencia sistemática en la ciudad  y en el campo con retenes, patrullajes y operativos construyen un ambiente de temor y angustia que en muchos casos sirven, más que para contener la violencia, para desmovilizar a la sociedad, para evitar que se organice y se manifieste. En los dos años del gobierno de Peña, el gasto militar no ha dejado de aumentar y no sorprendería que las próximas reformas tengan la finalidad de blindar legalmente las intervenciones militares en la seguridad pública, como lo han solicitado reiteradamente los altos mandos castrenses.


Así que para todos aquellos que se vanaglorian del éxito de las reformas (entendido éste como lo fácil que fue imponerlas en el congreso) habrá que recordarles que este tipo de operaciones políticas tienen siempre un costo. Nada es gratis en política y la pregunta no es si la pobreza aumentará, porque los hechos la responden y la responderán sin tapujos, sino si la paz social necesaria para saquear los recursos naturales de México será posible sólo con la propaganda oficial triunfalista y convenientemente aderezada por los medios de comunicación. Pero eso no parece preocuparles a los que estacionaron sus automóviles en plena plancha del zócalo para rendirle tributo al tlatoani encopetado: para eso están las bayonetas.

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