La tragedia que viven miles y miles de palestinos
como consecuencia de la guerra de exterminio que el gobierno de Israel
sostiene, con argumentos baladís, contra Palestina o con lo queda de ella, no
está tan lejos de la realidad mexicana como pudiera parecer a simple vista. Dos cosas quedan claras al respecto: la
guerra está financiada por los EE. UU. y tiene como sustento ideológico el
racismo y la discriminación. En otras palabras, en su lucha por mitigar su
decadencia, los EE. UU. insisten en mantener una cabeza de playa en Medio
Oriente financiando a un estado fascista, armado hasta los dientes y con un
discurso de odio sistemático contra el mundo árabe.
La postura de México ha estado acorde con su
condición de colonia yanqui. Jorge Lomónaco, embajador permanente de México ante
los organismos de la ONU, coloca en el mismo plano a Palestina e Israel al declarar recientemente
que “México reitera su grave
preocupación por la escalada de violencia entre Israel y grupos armados palestinos en la
Franja de Gaza, y hace un enérgico llamado para que las partes pongan fin de
inmediato a las agresiones y a todo acto de violencia” Es decir el
problema es responsabilidad de los dos
países, negando la realidad del conflicto y el papel central de los EE. UU. e
Israel en él.
La tibia
postura -expresada por un funcionario menor pues Enrique Peña se ha mantenido
al margen para no molestar a sus ’socios’ estadounidenses y a la comunidad
judía en México, que goza de un enorme poder- provocó la reacción del
embajador palestino en México, Munjed Saleh, quien reconoció el apoyo mexicano en
2012 para que Palestina fuera reconocido por la ONU como estado "pero un deseo nuestro es ver una posición más clara, de
condena por el genocidio y a favor de la muy justa causa de nuestro
nación".
Lamentablemente para la causa
palestina, el gobierno mexicano difícilmente condenará el genocidio. Más bien
hará todo lo posible para mantenerse en línea con la postura de Obama y el
lobby israelí confirmando así su posición, no sólo frente al conflicto en Medio
Oriente sino también frente a la guerra económica que los EE. UU. sostienen
contra México. Puede parecer disparatado afirmar lo anterior pero si se asume
que las reformas neoliberales recién aprobadas por el congreso mexicano
profundizarán la marginación y la pobreza entre la mayoría de la población a
favor de las petroleras yanquis, y que el trato que se les dispensa a los
migrantes al tratar de cruzar el Rio Bravo es francamente discriminatorio, pues
no creo que la idea deba descartarse de plano.
Pero si además agregamos el reciente
comentario de Ann Coulter, columnista estadounidense, quien sin empacho alguno
se pregunta públicamente por qué EE.UU. no hace lo que está haciendo Israel con
Palestina, o sea bombardear a México para detener la supuesta invasión de los
migrantes, la idea de que México está siendo objeto de una guerra similar a la
de Palestina merece ser considerada. Lo que Coulter sugiere debe ser de uso
común entre los círculos conservadores del Capitolio, no se diga en grupos de
la sociedad civil como el MinuteMan Project que han emprendido acciones directas,
aderezadas con ideas racistas, para contener a los migrantes en su frontera
sur. Sobra decir que las declaraciones de Coulter no merecieron la más mínima
atención de los gobernantes mexicanos, enfrascados en las celebraciones de su éxito para imponer sus reformas y ceder
la renta petrolera a las corporaciones internacionales.
El racismo y la discriminación
hacia los mexicanos proveniente de su vecino del norte no difiere mucho del que
practica Israel con Palestina. Acusados de terroristas, tanto los mexicanos
como los palestinos deviene víctimas colaterales de la lucha contra el
terrorismo y su exterminio una guerra justa, una cruzada para salvar a la
civilización de la barbarie. La indiferencia frente a las muertes de niños migrantes que viajan solos para cruzar la frontera o para con los que son aplastados por muros y piedras producto del bombardeo israelí en Gaza es la misma: el rostro de la barbarie vestida de civilización no se inmuta en lo absoluto. Más aún, se da el lujo de justificar su desprecio al señalar a los niños como potenciales terroristas.
Por eso, la tragedia palestina
debe ser objeto de nuestra atención y solidaridad pues de alguna manera nos da
la clave para comprender nuestro presente y nuestro futuro. Las enormes
extensiones de tierra que por medio del despojo se agenciarán las petroleras y
las mineras para saquear los recursos naturales de México son una invasión
similar a la que ha realizado Israel por décadas para apropiarse de Palestina.
Pero sobre todo, tanto una como otra están basadas en la discriminación y el racismo
que las justifican como guerras justas y posibilitan el aumento de las
utilidades de los dueños del dinero. Por eso desde México tenemos que exclamar
¡Alto al genocidio contra Palestina!
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