Es un tema que da para una extensa discusión en foros públicos y espacios informativos. Y en cierto sentido esa es la propuesta y expectativa. La oposición política precisa una reestructuración urgente. El estancamiento es francamente inadmisible. Desde la perspectiva de los grupos de poder dominantes, se trata de una coyuntura perfecta para la instrumentación sin freno de las reformas que impulsan con vigor hace más de cuarenta años. En el presente no existe ninguna fuerza opositora capaz de frenar la avalancha neoconservadora. La gente sigue atribuyendo las calamidades nacionales a la corrupción e incompetencia de una clase política apoltronada en el paroxismo del cinismo. Los relatos explicatorios no atinan en ubicar la fuente de los males. Si no son los políticos “traidores” es la “cultura” de los mexicanos, o en no pocos casos la circunstancia amarga e inalterable que nos tiene reservada la providencia. Cualquier cosa menos lo que realmente importa: a saber, la desorganización de los trabajadores, la fragmentación de la oposición, la ausencia total de un movimiento apto para dotar de direccionalidad la lucha política. Esa es quizá la diferencia cardinal entre la edad de oro liberal y la era neoliberal: a saber, la fuerte presencia política de los gremios obreros. En un aspecto no se discrepa con la izquierda nacionalista: la neoliberalización del país es especialmente perjudicial para el trabajo, el salario y el bienestar general de la población. No obstante, la solución nacionalista-electoral es una no-solución. La socialdemocracia, que en México se sitúa en esas coordenadas del nacionalismo y la pugna comicial, no es otra cosa que un programa para administrar el capitalismo, con márgenes más generosos para la concesión populista, pero nunca un programa sólido, políticamente eficaz, para la reconfiguración radical de la sociedad, precisamente para eso que en la cartera de slogans nacionalistas se enuncia como el “cambio verdadero”.
Y en esta crisis de la oposición, y de slogans igualmente caducos, a menudo se topa uno con consignas cuya forma y contenido carecen de correspondencia con la realidad, y que por consiguiente alimentan involuntariamente la fuerza moral de la reacción. Por ejemplo, la insistencia en la traición o entreguismo de la clase política, que es un señalamiento tautológico que sólo aspira a repercutir emocionalmente en el ánimo del electorado: “serán juzgados por la historia como entreguistas” (Cuauhtémoc Cárdenas). Curiosamente allí donde se predica el “cambio verdadero”, ante la ausencia de alternativas reales se incurre tercamente en “más de lo mismo”. No es accidental el regreso a la arena política de ciertas figuras como Cuauhtémoc Cárdenas, cuya reaparición no pocos miran con entusiasmo, o bien, como un acontecimiento positivo o deseable: “México lo necesita de regreso para recuperar la esperanza… [usted] es capaz de ponerse por encima de intereses y diferencias para hacer posible un nuevo polo progresista (¡sic!) que posibilite la reconfiguración del país” (Dante Delgado).
El proyecto de Morena también cojea del mismo pie: reincide en viejas fórmulas y consignas. Inclusive gente cercana al círculo de Andrés Manuel López Obrador ha señalado la debilidad o laxitud de su lucha. El ex diputado federal Gerardo Fernández Noroña cuestionó recientemente las iniciativas del líder tabasqueño, especialmente la relativa a la consulta popular en torno a la reforma energética: “¿En verdad crees que respetarán las firmas y realizarán una consulta una vez que han entregado el petróleo y la energía eléctrica a las transnacionales?... Si bien no pretendo descalificar ninguna iniciativa de lucha, creo que un liderazgo de la importancia y envergadura que ostentas, no tiene permitido jugar con las expectativas de la gente… Si en lugar de estar recabando firmas, los compañeros y compañeras que siguen tus iniciativas estuvieran convocando a una rebelión no violenta, estarías abriendo el camino a la derrota de esas contrarreformas neoliberales” (SDPnoticias 16-VIII-2014).
Llama la atención que incluso en Estados Unidos se tiene conocimiento de esta parálisis e ineficacia de la oposición. Don Knowland, columnista de World Socialist Web Site, advierte: “En realidad, López Obrador es apenas otro líder nacionalista que la burguesía mexicana va a utilizar en su esfuerzo por desviar a la clase obrera mexicana de la revolución social. Él y Morena impulsan vagamente demandas reformistas con el fin de promover la ilusión de que la pobreza masiva y el desempleo en México se pueden eliminar mediante la ‘democratización’ del estado mexicano… En el análisis final, Morena está allí para evitar que la creciente oposición social se traduzca en un movimiento político consciente, revolucionario, contra el capitalismo” (WSWS 11-VIII-2014).
Se quiere insistir en lo siguiente: la radicalidad de los dueños del poder y el dinero no se puede frenar con mociones tibias o simulacros cívicos infructuosos. Urge un cambio verdadero… pero interno, es decir, dentro de la propia oposición. El resto son buenos deseos, o iniciativas aparentemente nobles que esconden un fin socialmente adverso.
En “Filosofía de la Liberación”, Enrique Dussel alerta acerca de la vulnerabilidad de cualquier resistencia u oposición, y sitúa una fortaleza que cabría rescatar en la redefinición de la lucha política: “El gato puede equivocarse; es simplemente un manotón en falso. El ratón no puede equivocarse; es su muerte. Si el ratón vive es porque es mucho más inteligente que el gato”.
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