Cuando los poderosos procuran acallar
cualquier crítica a las bases de su poder no paran en mientes para lograrlo,
incluso si ello alimenta y agrava la violencia social. Nada hay más peligroso
para el poder que la discusión de los grandes problemas de la sociedad en la
plaza pública. Y al margen de las coyunturas y los acontecimientos del día a
día, la violencia social tiene causas estructurales que casi siempre se pierden
de vista al analizar un caso específico de la materialización de dicha
violencia.
Si nos preguntamos, por ejemplo, las
causas profundas de la violencia social que vivimos, de una guerra civil
disfrazada de cruzada heroica, habrá que empezar por admitir que el problema
tiene que ver con el lugar que México ocupa en el sistema mundo en el que
vivimos. Y ese lugar no es otro que la periferia del sistema, los sótanos de un
mundo desigual y organizado alrededor de la explotación y el lucro.
Como todos sabemos, nuestra economía
está profundamente sometida a los intereses del centro del sistema (léase EEUU
aunque China empieza a estrechar relaciones económicas con México). Nuestro
país y la mayoría de sus habitantes subsidian con sus bajos salarios a las
corporaciones internacionales; la economía está diseñada para satisfacer sus
necesidades de las grandes corporaciones internacionales. Ya nadie se acuerda
pero la escuela de la dependencia, liderada por distinguidos economistas
latinoamericanos, puso el dedo en la llaga al rebatir la peregrina idea de que
si los países latinoamericanos hacían lo que en su momentos hicieron los
Estados Unidos y Europa, llegaríamos al primer mundo sin problemas. Ruy Mauro
Marini y otros dejaron claro que el subdesarrollo era el producto natural del
desarrollo de los países del centro del sistema, por lo que pensar que el
subdesarrollo se podía superar aplicando la receta de esos países no era un
error, era una estrategia ideológica para seguir sacándonos el jugo. Con esto
no quiero sugerir que no hay nada que hacer en nuestro país para cambiar las
cosas pues el problema está afuera y no adentro. Hay que descartar la idea de
afuera y adentro pues los países y el mundo son una unidad.
En este sentido, la enorme dependencia
económica de México -materializada en el TLCAN- ha empobrecido enormemente a la
mayoría de la población, al grado de que el narcotráfico es visto como una
importante fuente de empleo para muchos. Pero además, el sometimiento económico
ha generado un sometimiento político extraordinario, nunca visto en el país, ni
siquiera en los tiempos de Miguel Alemán Valdéz, Mr. Amigo como le llamaban sus
patrones. Este sometimiento ha conducido a nuestros gobernantes en turno a
militarizar el país, siguiendo el experimento del Plan Colombia, que tan malos
resultados ha tenido en ese país. Los únicos que ganan con el ejército en las
calles son los fabricantes de armas y el Pentágono, que cada vez más se
involucra directamente en labores de seguridad en nuestro país y de paso espía
a medio mundo, tenga o no tenga que ver con actividades ilícitas, como un
instrumento de control social, tan de moda desde la caída de la torres gemelas
en Nueva York. El debilitamiento de los Estados Unidos como potencia hegemónica
mundial ha provocado que se prefieran las soluciones de fuerza en lugar de la
ampliación de consensos. En la medida en que el poder económico y político
estadounidense decrece, sus dirigentes se han visto obligados a echar mano de
las armas para mantener su posición de privilegio. Pero además han obligado a
sus aliados a hacer lo mismo.
La militarización promovida por el
gobierno de Felipe Calderón intensificó la violencia social que sufrimos y tuvo
y tiene un doble propósito: mantener un clima de terror que facilite la
embestida contra los derechos de los trabajadores y de la sociedad en su
conjunto y por el otro justificar las acciones de los gobiernos de cara no sólo
a sus conciudadanos sino sobre todo a los inversionistas extranjeros. Y es aquí
en donde radica un elemento central en la insistencia del control de los medios
de comunicación por parte del poder, al que no le preocupa mucho el impacto
nacional de sus pifias sino la internacional, ésa que difunde confianza o temor
entre los dueños del dinero y que influye decisivamente en el ánimo de los
inversionistas tan idolatrados por nuestros gobernantes.
En la esfera de la política, el
debilitamiento de las instituciones del estado y su pérdida de legitimidad
frente a la ciudadanía no parecen ser un mal menor, pues provocan la
polarización de los actores políticos pero sobre todo por la pérdida paulatina
del derecho a un trabajo bien remunerado, a recibir educación, salud, vivienda,
etcétera. La desaparición de fuentes de trabajo por decreto o por quiebras
amañadas son el pan de cada día y la protesta social es criminalizada en un
contexto de violencia cotidiana.
La crisis sistémica de la economía
mundial ha agudizado la violencia social que vive nuestro país pero nuestros
gobernantes están más concentrados en seguir ofreciendo buenas condiciones para
que las corporaciones internacionales sigan disfrutando de altos rendimientos.
Militarizar el país parece ser la condición básica para que México continúe
distinguiéndose por ser un paraíso para los inversionistas, aun a costa de la
paz social y la calidad de vida de sus habitantes. La espiral del silencio promovida
desde el poder para ofrecer un alentar las inversiones extranjeras ha abierto
un frente de violencia focalizada en los comunicadores quienes, a pesar del
control que se ejerce sobre ellos, mantienen un espacio de autonomía que es
visto como una amenaza por gobiernos empecinados en vender nuestros recursos a
toda costa, midiendo su éxito en función de los capitales que atraen a su
territorio y no en el mantenimiento de una sociedad sana y unida.
Es por eso que la desaparición y
asesinato de periodistas es consecuencia directa de las prioridades de los
poderosos, quienes defienden la idea de que el silencio traerá crecimiento y
estabilidad. Sin embargo, este argumento pasa por alto que la paz social es
producto del consenso, de la participación política, del diálogo público.
Olvida, o simula que olvida, que promover la espiral del silencio sólo
impulsará más la espiral de violencia. La contradicción es evidente: se somete
a los medios de comunicación para construir una imagen atractiva pero en el proceso
se generan hechos de violencia que escandalizan a la opinión pública nacional e
internacional. ¿Quién los entiende?
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