miércoles, 19 de junio de 2013

Zoología electoral y sátira política en México



La descomposición del sistema político mexicano parece no tener fin. La separación, cada vez más grande, entre las necesidades de las mayorías y la oferta político-partidista, el cinismo como herramienta para justificar el robo al erario y el tráfico de influencias, la perversión del subsistema electoral que utiliza sistemáticamente la manipulación de los votantes con la venia de los órganos electorales y la nula circulación de las élites políticas que, o mantienen en el poder a personajes que han pasado por la mayoría de los puestos de elección popular una y otra vez, o que ‘heredan’ sus posiciones a sus hijos, esposas, cuñados y amantes, son la punta de iceberg de una época en la que lo viejo se niega a desaparecer y lo nuevo apenas se vislumbra.

En este sentido, la participación política se ha polarizado: por un lado están los que, por conveniencia o imbecilidad insisten en confiar en las instituciones del liberalismo y, por el otro, los millones que alrededor del mundo asumen la necesidad de inventar nuevas formas de participar en la construcción de un nuevo consenso social. La brecha entre ellos es cada vez más profunda, lo que ha provocado posturas que pretenden colocarse en ella, confundidos y desilusionadas por una realidad que parece ignorarlos.

La sátira política aparece así como una manera de expresar la desilusión y la confusión que provocan los tiempos que vivimos, aunque no se puede olvidar que en regímenes ‘democráticos’ sirve más para entretener que para guiar la acción. Eficiente para señalar errores y conflictos, no lo es tanto para promover soluciones o invitar a la reflexión rebelde y contestataria. Otra cosa muy diferente sucede en sistemas políticos cerrados, como Arabia Saudita, donde la sátira posee tintes subversivos -dada la inexistencia de libertades civiles aunque sea en papel- y es tratada en consecuencia: con la cárcel perpetua o la muerte. 

Las elecciones de este año a efectuarse en catorce estados de la república están enmarcadas por la elección presidencial pasada, la cual reconfiguró el poder institucional y cerró una etapa de optimismo creada por la alternancia en el año 2000. Este es un hecho capital para comprender el contexto y la postura de los votantes en este año electoral. Las movilizaciones del movimiento #YoSoy132 abrieron un espacio de esperanza para muchos.  Lamentablemente para ellos el proceso culminó con el triunfo de su némesis con la consecuente desilusión de miles y miles de jóvenes, que había salido a la calle para expresar su rechazo al dinosaurio pero también para proponer nuevas rutas por las cuales encaminar un proceso de renovación política, económica y social en México. 

En la coyuntura actual, el recuerdo de esa derrota –que en muchos sentidos fue una victoria pues acercó a un sector escéptico de la política a la acción y a la protesta pública- está cobrando hoy la factura. El movimiento juvenil ha brillado por su ausencia y en su lugar han aparecido la sátira, el escarnio, el sarcasmo que con gran imaginación –de eso no cabe duda- le ha puesto un tinte irreverente pero sin perspectiva a las campañas electorales. En un ambiente en donde la ley de la selva electoral es moneda corriente, aparecen otros animales para expresar hartazgo y desilusión. El burro Chon en Cd. Juárez, Tina la gallina en Tepic, el CANdidato Titán en Oaxaca y el Candigato Morris en Jalapa han surgido y logrado la atención en medio de procesos electorales salpicados de irregularidades, traiciones políticas y sobre todo ajenos a la realidad de las mayorías.

Y si bien introduce una pátina de humor las propuestas no aparecen por ningún lado, lo que magnifica las campañas negras –como si hiciera falta- que, como la ciencia política ha demostrado, ahuyentan a los votantes de las urnas. Este hecho contribuye a que los partidos con los mayores contingentes de voto duro (no necesariamente fiel y convencido sino comprado y manipulado por generaciones) llevan las de ganar, pues no sólo sobredimensiona la presencia electoral de sus militantes y asociados sino que además los exime de articular un discurso que atienda las demandas de la población. Por otro lado, sus campañas se desenvuelven en el ciberespacio, por lo que no llegan a la mayoría de la población sino sólo a una minoría que consume información publicada en internet. Los miles de likes en la cuenta de Facebook del gato Morris no se han traducido en movilizaciones o protestas públicas y másivas. ¿Acudirán sus seguidores a las urnas para anular su voto o se limitarán a compartir chascarrillos por la red?

Es cierto que el sistema político y económico del país está agotado y que, dadas las circunstancias, resulta imposible asumir que sólo la política institucional puede renovarlo. Pero satirizarlo difícilmente cambiará las cosas. Ante semejante situación resulta fundamental alentar la imaginación para encontrar nuevas formas de participación política, guiadas por principios éticos, por utopías, cerrándole el paso a la depresión y la desilusión que sólo conducen al conformismo, al sarcasmo, a la sátira. Burlarse del sistema sin ton ni son, además de demostrar impotencia, reproduce la especie que recientemente hizo circular la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE): los mexicanos son pobres pero felices. O peor aún, honrar la vieja sentencia popular que afirma: nadie sabe para quien trabaja.

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