La descomposición
del sistema político mexicano parece no tener fin. La separación, cada vez más
grande, entre las necesidades de las mayorías y la oferta político-partidista,
el cinismo como herramienta para justificar el robo al erario y el tráfico de
influencias, la perversión del subsistema electoral que utiliza
sistemáticamente la manipulación de los votantes con la venia de los órganos
electorales y la nula circulación de las élites políticas que, o mantienen en
el poder a personajes que han pasado por la mayoría de los puestos de elección
popular una y otra vez, o que ‘heredan’ sus posiciones a sus hijos, esposas, cuñados
y amantes, son la punta de iceberg de una época en la que lo viejo se niega a
desaparecer y lo nuevo apenas se vislumbra.
En este sentido,
la participación política se ha polarizado: por un lado están los que, por
conveniencia o imbecilidad insisten en confiar en las instituciones del
liberalismo y, por el otro, los millones que alrededor del mundo asumen la
necesidad de inventar nuevas formas de participar en la construcción de un nuevo
consenso social. La brecha entre ellos es cada vez más profunda, lo que ha
provocado posturas que pretenden colocarse en ella, confundidos y desilusionadas
por una realidad que parece ignorarlos.
La sátira
política aparece así como una manera de expresar la desilusión y la confusión
que provocan los tiempos que vivimos, aunque no se puede olvidar que en
regímenes ‘democráticos’ sirve más para entretener que para guiar la acción. Eficiente
para señalar errores y conflictos, no lo es tanto para promover soluciones o
invitar a la reflexión rebelde y contestataria. Otra cosa muy diferente sucede
en sistemas políticos cerrados, como Arabia Saudita, donde la sátira posee
tintes subversivos -dada la inexistencia de libertades civiles aunque sea en
papel- y es tratada en consecuencia: con la cárcel perpetua o la muerte.
Las elecciones de
este año a efectuarse en catorce estados de la república están enmarcadas por
la elección presidencial pasada, la cual reconfiguró el poder institucional y cerró
una etapa de optimismo creada por la alternancia en el año 2000. Este es un
hecho capital para comprender el contexto y la postura de los votantes en este
año electoral. Las movilizaciones del movimiento #YoSoy132 abrieron un espacio
de esperanza para muchos. Lamentablemente
para ellos el proceso culminó con el triunfo de su némesis con la consecuente
desilusión de miles y miles de jóvenes, que había salido a la calle para
expresar su rechazo al dinosaurio pero también para proponer nuevas rutas por
las cuales encaminar un proceso de renovación política, económica y social en
México.
En la coyuntura actual,
el recuerdo de esa derrota –que en muchos sentidos fue una victoria pues acercó
a un sector escéptico de la política a la acción y a la protesta pública- está
cobrando hoy la factura. El movimiento juvenil ha brillado por su ausencia y en
su lugar han aparecido la sátira, el escarnio, el sarcasmo que con gran
imaginación –de eso no cabe duda- le ha puesto un tinte irreverente pero sin
perspectiva a las campañas electorales. En un ambiente en donde la ley de la
selva electoral es moneda corriente, aparecen otros animales para expresar
hartazgo y desilusión. El burro Chon en Cd. Juárez, Tina la gallina en Tepic,
el CANdidato Titán en Oaxaca y el Candigato Morris en Jalapa han surgido y
logrado la atención en medio de procesos electorales salpicados de
irregularidades, traiciones políticas y sobre todo ajenos a la realidad de las
mayorías.
Y si bien introduce
una pátina de humor las propuestas no aparecen por ningún lado, lo que
magnifica las campañas negras –como si hiciera falta- que, como la ciencia
política ha demostrado, ahuyentan a los votantes de las urnas. Este hecho
contribuye a que los partidos con los mayores contingentes de voto duro (no necesariamente
fiel y convencido sino comprado y manipulado por generaciones) llevan las de
ganar, pues no sólo sobredimensiona la presencia electoral de sus militantes y
asociados sino que además los exime de articular un discurso que atienda las
demandas de la población. Por otro lado, sus campañas se desenvuelven en el
ciberespacio, por lo que no llegan a la mayoría de la población sino sólo a una
minoría que consume información publicada en internet. Los miles de likes en la cuenta de Facebook del gato
Morris no se han traducido en movilizaciones o protestas públicas y másivas. ¿Acudirán
sus seguidores a las urnas para anular su voto o se limitarán a compartir chascarrillos por la red?
Es cierto que el
sistema político y económico del país está agotado y que, dadas las
circunstancias, resulta imposible asumir que sólo la política institucional
puede renovarlo. Pero satirizarlo difícilmente cambiará las cosas. Ante
semejante situación resulta fundamental alentar la imaginación para encontrar
nuevas formas de participación política, guiadas por principios éticos, por
utopías, cerrándole el paso a la depresión y la desilusión que sólo conducen al
conformismo, al sarcasmo, a la sátira. Burlarse del sistema sin ton ni son,
además de demostrar impotencia, reproduce la especie que recientemente hizo
circular la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE): los
mexicanos son pobres pero felices. O peor aún, honrar la vieja sentencia
popular que afirma: nadie sabe para quien trabaja.
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