lunes, 3 de septiembre de 2012

El plan de ajuste del PP y los escándalos de la monarquía alimentan la rebelión en España


Derrotada la aventura imperial napoleónica en 1815, los conservadores ingleses y franceses  se dieron cuenta que detener, o incluso regresar los cambios sociales, resultaba contraproducente a todas luces pues alimentaba el conflicto social y las rebeliones, con lo que se ponía en riesgo la buena marcha de los negocios. Dos siglos después, la derecha española parece haber olvidado que la ‘transición política’ le abrió la puerta a los socialistas al gobierno para que la derecha y la monarquía siguieran mandando. Y vaya que les funcionó por más de veinte años, al grado de que en México los especialistas en la democracia la ponen como ejemplo de una transición exitosa y claro, democrática. Qué ironía que hoy por hoy, ambos países estén gobernados por la derecha, en una profunda crisis económica y con una tendencia muy marcada a aumentar impuestos y cercenar derechos sociales con el garrote en una mano y la constitución en la otra. ¿Final feliz?

Los recortes y apretones de cinturón al gasto público en el reino de España están cobrando víctimas a diestra y siniestra. Por un lado la sumisión de Rajoy a los designios de los banqueros alemanes está provocando una avalancha de despidos, desahucios, suicidios, crisis familiares, embargos… Las mayorías están enfrentando una terapia de shock para mantener los privilegios de unos cuantos, entre los que se distingue por supuesto la familia real y toda su corte de terratenientes y militares, pero que es la otra víctima evidente de la política económica del Partido Popular.

Habrá que decir que la monarquía también ha contribuido para acrecentar el número de personas opuestas al régimen. La irrefrenable ambición de enriquecimiento de Juan Carlos acabó convirtiendo a la familia real en un bufete de gestores comerciales y de negocios que, dado que se mueve en la ilegalidad sistemáticamente, acabó pasándole la factura, en particular a su yerno Iñaki Urdadangarín, quien enfrenta cargos por desfalco y corrupción pero sobre todo visibiliza el hecho del enorme enriquecimiento de la familia real gracias a su influencia en el gobierno y su relativa impunidad. 

Pero además, el rey parece seguir viviendo en un mundo en el que puede hacer lo que quiera sin enfrentar las consecuencias, cuando la situación es precisamente la contraria. Ya desde su altercado con el presidente Chávez se mostró ajeno al protocolo que exigen las reuniones de jefes de estado. Pero su viaje a Botsuana para matar elefantes podría ser una muestra más clara de esta esquizofrenia real. Justo en el momento en que la crisis económica estalla con toda su fuera en España el jefe del estado se encuentra matando animales protegidos a costa del erario y, para rematar, se cae y se fractura la cadera, lesión por excelencia de la senilidad. Los actores políticos institucionales, tan bien acomodados al régimen llegaron a sugerir la idea de que Juan Carlos debería abdicar para poder llevar la vida que desea y dejar los asuntos de estado a su heredero.

Y los tropezones han estado a la orden del día, desde los literales como el de principios de agosto hasta los virtuales como el reciente video en donde manotea y reconviene a su chofer enfrente de las cámaras. Resulta inevitable relacionar semejantes accidentes con la decadencia no sólo de su persona sino también de la monarquía como institución. La lista de pifias y muestras de rechazo por parte de la sociedad española es larga y la de los escándalos del rey aun más larga. El texto de Pascual Serrano De los escándalos sexuales al "Caso Urdadangarín"  me parece un excelente recuento porque al mismo tiempo que ofrece una panorámica de los escándalos subraya la complicidad de los medios de comunicación y de buena parte de la clase política española, no se diga la iglesia católica o los duques, barones y demás fauna. Después de todo están plenamente conscientes de que sus privilegios sólo serán maximizados en una monarquía, por lo que obstaculizan y criminalizan cualquier intento de cambio significativo, aun dentro de los márgenes de una economía capitalista.

Y es aquí en donde la derecha y el PP se dan un tiro en el pie. Al agraviar sin miramientos con un ¡Qué se jodan! a los pueblos de España para mantener las cosas como están aunque ya no den para más, simplemente legitiman la rebelión. Y en un contexto como ése sólo hace falta un actor/catalizador que acelere el descontento y al mismo tiempo lo alimente. Juan Carlos de Borbón está apoyando todas las medidas económicas tomadas por el gobierno de Rajoy y declarando a favor de ellas.

Recientemente se reunió el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC), compuesto por los beneficiarios de las políticas de ajuste y que, sobra decirlo, seguirán como si ellos no tuvieran nada que ver con la crisis actual como: César Alierta (Telefónica), Francisco González (BBVA), Isidre Fainé (La Caixa), Ignacio Sánchez Galán (Iberdrola), Pablo Isla (Inditex), Antoni Brufau (Repsol), Isidoro Álvarez (El Corte Inglés), Juan Roig (Mercadona), Florentino Pérez (ACS), Rafael del Pino (Ferrovial) y José Manuel Entrecanales (Acciona). Según la nota “El objetivo del CEC es aportar propuestas que ayuden a la recuperación de la economía española, la mejora de la competitividad y el fortalecimiento de la confianza internacional en España.” Nótese que cuando se habla de la economía española se refieren a sus negocios y no a los de todos los habitantes del país; cuando hablan de competitividad se planean las reformas necesarias para bajar salarios, reducir derechos sociales y aumentar impuestos; cuando hablan de confianza del mundo se refieren a que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional confíen en el gobierno español y Rajoy cómo conductores de los programas de ajuste económico. Lejos está Juan Carlos en estas reuniones con los causantes de la debacle financiera de convocar a un referéndum o un plebiscito para conocer la opinión de las mayorías. Más bien está preocupado de salvar a los banqueros para salvarse él. 

Dicen que la razón por la cual apresaron a Luis XVI en Varennes fue por disfrazarse para ocultar su verdadera identidad; tal vez si hubiese ido vestido de acuerdo a su rango no se hubieran atrevido. En todo caso, el hecho de haber intentado huir -abandonando a su reino para salvar su poder- fue un golpe mortal para la monarquía francesa como institución, a pesar de la restauración y los dos imperios. ¿Por qué no pensar que los continuos tropiezos de Juan Carlos y su desprecio por las consecuencias, mas la inhumana política económica de Rajoy abonarían al creciente desprestigio de la monarquía española y su eventual desaparición para abrirle el paso a la república? Si agregamos la decadencia de la iglesia católica en España y su complicidad tradicional con la monarquía, estamos frente a una situación en la que todo el prestigio ganado por Juan Carlos, a chuecas o a derechas, con el intento de golpe de estado de Tejero está evaporándose y de paso debilitando as aún la viabilidad del régimen. 

La derecha española mientras tanto atiza el fuego sin darse cuenta de que el costo político de los ajustes económicos no sólo le afecta al PP y su gobierno sino al régimen en su conjunto, con el rey a la cabeza.  No se ve que vaya a cambiar el rumbo de la política económica a corto plazo; en la medida en que se vayan asentando los recortes y aumentando el desempleo y la precariedad el descontento crecerá aun más. Y tal vez entonces, en un afán desesperado por salvar sus privilegios, los dueños del dinero en España le abrirán la puerta a la república para que pase por encima del cadáver de la monarquía y finalmente se cierre el trágico e infame periodo que inició con el golpe de estado encabezado por el ejército y la iglesia y que aun no finaliza, a pesar de transiciones pactadas o tal vez, precisamente por eso.

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