Las elecciones
que se avecinan han puesto sobre la mesa una corriente de opinión que considera
que, frente a la pronunciada descomposición del proceso electoral y los
partidos políticos, es necesario manifestarse haciendo un llamado a no votar.
Este hecho ha prendido los focos rojos de los defensores a ultranza del régimen
pero también de las buenas conciencias de la izquierda liberal, quienes utilizando
argumentos más o menos elaborados consideran equivocado el llamado a la
abstinencia electoral.
Los liberales
conservadores consideran que a nadie le conviene que el proceso electoral sea
boicoteado toda vez que esto no sólo golpea a sus principales actores -los
partidos y los institutos y tribunales electorales- sino a todo el sistema
social, pues las elecciones deben cumplir con su misión esencial: minimizar el
conflicto y dar continuidad a las instituciones del estado para mantener viva a
la república. Si se debilita al sistema electoral se debilita el conjunto del
sistema social, lo que profundizaría el disenso y la violencia afectando a los
más débiles y tirando por la borda un proceso histórico que ha cobrado muchas
vidas y ha costado muchísimo dinero.
Por su parte, la
izquierda electoral con MORENA a la cabeza, consideran una contradicción que si
la desconfianza popular hacia las elecciones tiene como fuente principal al PRI
se llame a la abstención o a la anulación, pues ello favorecería claramente al
partido en cuestión, el cual cuenta con
el mayor voto duro de todos los contendientes. En la medida en que el
electorado se quede en casa, las probabilidades de que la correlación de
fuerzas partidistas cambie es más difícil toda vez que ganará entonces el
principal responsable de la crisis política que vivimos. Más aún, ponen como
ejemplo del potencial de la presente coyuntura los procesos electorales que han
llevado al poder a Evo Morales o al desaparecido comandante Chávez, gracias a
los cuales se han logrado grandes transformaciones sociales en sus respectivos
países.
Los argumentos arriba
mencionados son sólo la punta del iceberg de toda la polémica que se ha
desatado en los medios de comunicación y en las redes sociales sobre el tema,
pero en general dicha polémica gira alrededor de la moral ciudadana o de las consecuencias no esperadas de la
abstención o la anulación del voto. Al final pasan por alto el hecho de que las
elecciones no son solamente un proceso para nombrar representantes sino también
y sobre todo un momento en el que el ciudadano manifiesta su sentir con
respecto al régimen político y sus actores. Dadas las circunstancias y tomando
en cuenta la sordera y ceguera de las instituciones del estado para con las
protestas masivas que expresan el hartazgo de buena parte de los habitantes de
este país, resulta lógico considerar la posibilidad de manifestar ése
descontento en las urnas. Máxime si el votante percibe que las similitudes en
prácticas políticas, programas de gobierno y corruptelas sistemáticas de los partidos
políticos son muchos más fuertes y visibles que sus supuestas diferencias, que
sólo se aprecian en los colores y diseño de su propaganda electoral.
Empero, al final
hay que reconocer que el dilema entre votar y no votar es falso, aun
considerando que en determinadas condiciones puede abrir la puerta a gobierno
más abiertos y sensibles las demandas populares,
como a los que me refería arriba. Las condiciones políticas en Venezuela y
Bolivia, que permitieron el triunfo de los gobiernos actuales se dio en medio
de una crisis terminal de los viejos regímenes políticos, los cuales agotados por
sus contradicciones y su incapacidad para responder a los principales conflictos
que enfrentaban dieron paso a una nueva corrrelación de fuerzas que se manifestó
en las urnas pero que había sido construida fuera del sistema electoral y sobre
todo en la calle y en las organizaciones de base. Las elecciones confirmaron lo
que se había ganado en la lucha social, la que una vez madura y fuerte pudo
rebasar a los partidos tradicionales y tomar el poder desde las urnas.
Pero ése no es el
caso de México, ya que si bien el agotamiento de su régimen político es
inocultable, aún no se ha formado una fuerza social capaz de darle la puntilla
y abrir el paso a una nueva época en su historia. Las manifestaciones y protestas
están tomando fuerza, madurando y logrando consensos en amplios sectores de la
población, pero por lo visto aún no logran romper con el monopolio de los
partidos para gestionar sus intereses. Es aquí en donde resulta más clara la
falacia del dilema que nos ocupa: no será en estas elecciones -a pesar de lo
que digan los liberales de izquierda- como se logrará emular las hazañas de
venezolanos o bolivianos. Será gracias a la organización de la protesta y del
descontento fuera de los partidos como poco a poco se podrá construir la
oportunidad para tomar el poder por las urnas. Mantener el ojo exclusivamente
en las elecciones sólo servirá para que lo anterior no sea visible.
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