Todavía ni comienzo a escribir el artículo y ya escucho las rabiosas objeciones e iracundas descalificaciones, los aullidos de hipócrita irritación, la lágrima de cocodrilo derramada a pulmón batiente, el insulto llano. Por tratar de discutir racionalmente el caso venezolano he perdido amistades, parientes, confianzas y decenas de seguidores en Twitter –que en la escala de valores millennial es mucho más oneroso que la merma del pariente–. Confieso que mientras más escucho la retahíla de prejuicios que sobre Venezuela circulan, la extraordinaria semejanza que guardan tales opiniones con las de la prensa ultraconservadora, chapada al gusto de los fascistas Donald Trump y Jair Messias Bolsonaro, mayor simpatía acumulo por el “temible régimen tiránico y de vocación autoritaria” (nótese la ironía) de Nicolás Maduro. Advierto que incluso por defender el derecho a la vida del presidente venezolano me han llamado monstruo. Los conservadores del mundo lo quieren muerto, como a Muamar Gadafi en Libia o a Bashar al-Assad en Siria. Esta agravante intolerancia me obliga a tomar un posicionamiento más firme, alejado del confort de la neutralidad (aunque admito que en este contexto de asfixia anti-madurista la neutralidad ya es resistencia), y declarar abiertamente mi respaldo al gobierno –que no régimen– del presidente legítimo de Venezuela. La prensa fifí mexicana canturrea hasta la náusea el estribillo de que “estar contra Maduro no es estar con Trump”. Pregúntoles: ¿y dónde se supone que radica la tercera opción? A esta pregunta, la narrativa golpista ya improvisó una respuesta: “en el pueblo venezolano”. ¡Sí, la derecha evocando al pueblo! Y cuando uno les recuerda que el presidente Maduro ganó las elecciones de 2018 con el 67 por ciento de los votos escrutados (incluso superior al porcentaje que respaldó a Andrés Manuel López Obrador), ellos responden que tales comicios discurrieron fraudulentamente por la inhabilitación de los partidos de oposición. (Glosa marginal: ¿la prensa fifí mexicana ruborizada por elecciones fraudulentas?). Tal aseveración es falsa e hipócrita. Falsa porque nadie inhabilitó a los opositores: ellos decidieron no concurrir a la elección. E hipócrita porque nunca escuché al ejército de comentócratas decir nada sobre la inhabilitación electoral de Lula da Silva –que acá sí es Fraude con F mayúscula– en la reciente elección de Brasil. Por cierto, el juez que persiguió a sangre y fuego al líder brasileño –injustamente preso–, actualmente es el superministro de dos Ministerios neurálgicos, Seguridad Pública y Justicia, y designado por el peor político de todos los tiempos en América Latina: Jair Messias Bolsonaro. (El juicio de valor es discutible, porque infelizmente la historia política de nuestra América está repleta de gobernantes lunáticos e incompetentes).
Aprovechando la evocación de Brasil, recuérdoles a los golpistas, y a sus virales y virulentos opinadores, la consigna que los auténticos “defensores de la libertad” blandieron contra la dictadura de aquel país: “No pasarán".
Van 5 razones para apoyar a Nicolás Maduro y una Venezuela soberana.
1. Estar contra Maduro sí es estar a favor de Trump y todo lo que representa el trumpismo-bolsonarismo. No se engañen, camaradas. Y no es maniqueísmo ni disyuntiva espuria: es una realidad objetiva que inoculó el propio Washington a nivel diplomático. A México ya lo comenzaron a castigar por declarar neutralidad en el conflicto y reconocer lo que cualquier razón diplomática prescribe reconocer: la legitimidad de un gobierno constituido. Estados Unidos está acudiendo, sin rubores ni ropajes ideológicos, a la lógica del bully de la cuadra: si te solidarizas con el débil te apaleo o excomulgo. ¿Acaso es ésta la ética que debe adherir México en la arena internacional?
2. Lo que está en curso en Venezuela es un golpe de Estado militar orquestado desde Estados Unidos. Lo curioso es que ya ni siquiera la opinión pública disimula esta realidad. En otros países de Sudamérica prosperaron los golpes judiciales, casualmente todos ellos contra gobiernos de signo republicano socialdemócrata. En Venezuela ya intentaron todas las modalidades de golpismo soft. El crónico fracaso los obligó a abandonar la “civilidad golpista”. Estados Unidos regresa al manual de cabecera: la intervención militar. Si el gobierno de Maduro es derrocado por la fuerza exitosamente, Estados Unidos repetirá la fórmula en México. Donald Trump insiste en equiparar a nuestro país con Afganistán. Y no es accidental: perfila una ocupación militar, como lo ha propuesto en otras oportunidades. A la guerra interna que ya asola al país, ¿queremos los mexicanos otra guerra, esta vez con tropas extranjeras profanando el suelo nacional?
3. Creo que el mundo ni se enteró, porque la política doméstica del vecino del norte nunca es noticia internacional, pero avísoles que Donald Trump decretó, en diciembre del año pasado, el cierre total del gobierno federal en Estados Unidos por 35 días (22 de diciembre al 25 de enero), el más largo en la historia del país. Nadie dijo nada ni se desgarró las vestiduras ni lo acusaron de dictador o tirano. ¡Imaginen si a Maduro se le hubiera ocurrido tal maniobra! ¡Se desata la guerra nuclear! Lo cierto es que Trump tropezó aparatosamente en su país, y fracasó en su tentativa de extorsión a la cámara de representantes. El Sr. Donald exigía al congreso la aprobación de 5.7 billones de dólares para costear la construcción del muro fronterizo, y con ello –según el inquilino de la original Casa Blanca– frenar la migración de “delincuentes, violadores, narcotraficantes y asesinos”, en una palabra, los “bad hombres” provenientes de México. A cambio de tal recurso, el ejecutivo federal se comprometía a extender el permiso de estancia de los niños y adolescentes latinoamericanos –predominantemente mexicanos– asilados temporariamente en Estados Unidos bajo el programa de DACA. La maniobra falló, y tras propiciar, por la parálisis del llamado “shutdown” o cierre, una pérdida de 11 billones de dólares (que por sí solos hubieran alcanzado para financiar dos muros, o hasta tres si los regiomontanos de Cemex ponen el cemento), Trump apostó por la arena internacional, como ya es costumbre entre los presidentes estadounidenses, para revitalizar su legitimidad después de una costosa pifia doméstica. Vale decir: la administración Trump se juega la vida en Venezuela. Si naufraga en pantanos venezolanos, el anti-mexicano presidente pierde la elección en 2020. ¿Trump o Maduro? Excusarán el atrevimiento, estimados fifís malquerientes, pero yo me quedo con Maduro, que nunca nos tocó “ni con el pétalo de una rosa”
4. Estoy preguntando en Estados Unidos a ver si algún lumpen de una ralea no tan diferente a la del tal Juan Guaidó se anima a autoproclamarse presidente interino de EE.UU. Ya tengo un par de candidatos. El problema es que hasta los ignotos aspirantes estadounidenses tienen más sentido de patriotismo: dicen que nunca apelarían a ningún país extranjero para ayudarlos a prevalecer en una disputa por el poder. ¿De verdad los mexicanos le vamos a hacer el caldo gordo al tal Guaidó?
5. Dicen las malas lenguas –muy malas– que la preocupación en torno a Venezuela radica en la supuesta violación a los derechos humanos y los principios democráticos. ¿De dónde proviene esta supina soberbia e ignorancia de algunos analistas mexicanos que imaginan que nuestro sepulcral país bañado en sangre, sembrado de fosas clandestinas, campeón olímpico en fraudes electorales, tiene autoridad moral para exigirle a otro gobierno que abdique por presuntas faltas a las convenciones derechohumanistas y/o democráticas? Incomprendidos fifís, háganse un favor y –con todo respeto– “¡callen, chachalacas!”. El dilema en Venezuela no es dictadura o democracia. No se engañen. No hay ningún signo o gesto en la oposición venezolana, ni en sus adalides extranjeros, que sugiera que tal dilema existe. El tórax de esa oposición es ultraderechista. No es fortuito que encontrará mayor cobijo tras los triunfos de Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, y Mauricio Macri en Argentina. La disyuntiva “realmente existente” –para la región y no tan solo para la tierra de Simón Bolívar– es soberanía o barbarie neofascista.
#HandsOffVenezuela