Arsinoé Orihuela Ochoa
Derrotismo o los tres escenarios posibles
Tras una larga campaña electoral teñida de un rotundo favoritismo lopezobradorista, y a pesar de los casi 20-30 puntos de ventaja del candidato de Morena en las intenciones de voto (según las encuestas, nunca confiables), y a tan sólo seis semanas de la elección, aún priva, entre no pocos votantes, la desconfianza acerca de un posible triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en los comicios del 1º de julio. “No lo van a dejar”, dice el estribillo, como si se tratara de una rencilla privada entre un “retoño desobediente” y su pandilla, y no una elección que involucra a la totalidad de los mexicanos que radican dentro y fuera de México. Cabe reconocer que ese ánimo derrotista no es gratuito. En México nunca se respetaron las preferencias de la población en una elección presidencial. Eso que llaman el “juego democrático”, en nuestro país trascurrió, con escasas variaciones, por trayectorias ominosas: elecciones de Estado (la larga noche de la “dictadura perfecta” del Partido Revolucionario Institucional), magnicidios o asesinato de candidatos (Luis Donaldo Colosio en 1994), transiciones espurias (Vicente Fox Quesada en 2000), flagrantes fraudes electorales (Carlos Salinas de Gortari en 1988; Felipe Calderón en 2006), y compra de voluntades con dineros provenientes de la delincuencia organizada (Enrique Peña Nieto en 2012). Este inventario de contravenciones a la voluntad de las mayorías desmonta la estúpida idea (otra modalidad de disfraz derrotista) de que “los pueblos tienen el gobierno que merecen”, que infelizmente es una prenoción que repiten al unísono “intelectuales” de derecha e izquierda. El conjunto de guerrillas o grupos políticos armados diseminados en la geografía nacional (todos ellos legítimos) aportan otro alegato lapidario de que los pueblos no admiten la condición de opresión a la que los condena un “mal gobierno”. En este sentido, y más allá de los posicionamientos políticos o estados de ánimo que suscriba cada uno, las evidencias e inercias permiten adelantar tres posibles escenarios para el próximo 1º de julio: (1) un triunfo apretado de AMLO; (2) un triunfo aplastante de AMLO; (3) un mega fraude electoral.
Descentralización de la administración pública: la jugada destacada del partido
Al final de un encuentro deportivo (e.g. un partido de fútbol), el equipo de locutores a cargo de la transmisión acostumbra votar por la “jugada destacada del partido”. Algunas veces, los comentaristas consiguen decretar, con antelación al final del juego, el “highlight” de la ocasión. Esto acontece cuando una acción temprana cambia sensiblemente el curso del trámite.
Extrapolando esta lógica al escenario de la elección en puerta, estimo que la “jugada destacada del partido”, el acontecimiento que altera el procedimiento rutinario de las promesas vacías, y que desvertebra el reparto de facultades en el organigrama del poder público, es la propuesta de descentralizar la administración pública federal en función de las prioridades/contribuciones de cada estado o región. Es una reactualización de las estructuras públicas, para homologarlas con la desconcentración económica (que no es lo mismo que la hiperacumulación, el epifenómeno del neoliberalismo) que atravesó el país en los últimos 50 años, con polos industriales ubicados en las regiones norte y bajío del país, centros turísticos reunidos alrededor de la Riviera Maya, o las desguarecidas sedes de producción petrolera, que podrían recuperar un poco de la soberanía arrebatada en el ciclo neoliberal.
La apuesta es transitar de la actual feudalización político-económica (poder económico desconcentrado-poder político hipercentralizado) a una descentralización o federalismo más o menos genuino. Y esta propuesta, que claramente atrae a las élites provinciales, es la razón por la cual AMLO no desciende en las preferencias electorales, aún cuando su voto duro se concentre en la capital y alrededores.
El progresismo o las lecciones del sur
El expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva –acaso la figura de la izquierda más elogiada por propios y extraños– está en la cárcel. Cristina Fernández de Kirchner resiste una virulenta persecución judicial en Argentina. Rafael Correa, el expresidente ecuatoriano, fue inhabilitado políticamente en por una confabulación caprichosa del oficialismo. Y otros tantos líderes del progresismo en Sudamérica atraviesan situaciones de acoso y cacería sin precedentes.
México no puede ignorar las lecciones del sur. La política de “conciliación de clases” es una bomba de tiempo. No se puede construir un programa político sostenible, en beneficio de las mayorías, sin tocar los privilegios y las fortunas concentradas. No es posible conquistar la soberanía, la justicia social y la paz sin una transformación de fondo. Es necesario alterar el reparto del orden jerárquico, desactivar la guerra contra la población, alfabetizar políticamente a las bases populares, pluralizar las fuentes de información, y recuperar el control de las industrias estratégicas.
El progresismo que representa AMLO acaso encierra el mismo peligro que los progresismos del sur: la eventual derechización del voto y el ascenso de un fascismo social, como ya se advierte en Brasil y Argentina.
México no puede ignorar las lecciones del sur. Sin renunciar a votar por AMLO, es necesario rebasar, por el flanco izquierdo, a AMLO.