Frente a la ofensiva
del recién llegado a la Casa Blanca (la de allá, no la de aquí) las reacciones
de gobernantes y sus amos van desde la histeria hasta el masoquismo. Renuentes
a perder sus privilegios, los poderosos en México no están dispuestos ni por un
segundo a considerar un golpe de timón para responder a las intenciones
neocolonialistas de la amenaza naranja. Por el contrario, están dispuestos a
sacrificar lo que queda del país para que las cosas sigan como están,
profundizando la dependencia económica, política y cultural concomitante con el
recrudecimiento de la pobreza y la marginación para millones de mexicanos.
En el ya lejano año
de 1938, cuando Lázaro Cárdenas ordenó la nacionalización del petróleo, se
abrió un ciclo histórico que con la reciente reforma energética ha llegado a su
fin. Iniciado el desmantelamiento del estado de bienestar a principios de la
década de los ochenta,y reforzado con la firma del TLCAN, el país se encuentra
hoy en el inicio de un nuevo ciclo en el que la profundización de la
globalización neoliberal ha colocado al país en una dinámica neocolonial en
pleno siglo XXI.
La llegada de los
tecnócratas al poder significó el inicio de un proyecto económico que prefiguró
claramente la debacle que hoy nos envuelve y condiciona. Lo que en aquellos
años despertó la esperanza de buena parte de la población -a pesar de los
múltiples indicios que vaticinaban- fue en realidad el arranque de un ciclo
histórico que no sólo desmanteló al estado posrevolucionario sino desgarró a la
sociedad en su conjunto para convertir a la nación en rehén de las grandes
transnacionales.
El aumento del precio
de la gasolina no es más que la consecuencia directa del proyecto neoliberal
impulsado por Salinas y la oligarquía mexicana. Y si bien muchos no alcanzaron
a imaginar hasta donde llegaría el proceso hoy resulta imposible de ignorar. La
ofensiva en contra de Pemex, iniciada con la venta de la petroquímica, ha
llegado a su culminación y las consecuencias están a la vista de todos. Y sin
embargo el paraíso prometido está hoy más lejos que nunca y aunque para muchos resulta
exagerado aceptar la idea de que hemos vuelto a los tiempos de la dictadura
porfirista y el neocolonialismo del siglo XIX, es innegable el estado de
postración y sumisión en el que se encuentra la economía mexicana.
El neoliberalismo
como receta económica impulsó la venta de las empresas estatales, la flotación
permanente del peso y la apertura indiscriminada de las fronteras al comercio
internacional. Pero además consolidó al modelo maquilador, basado en el brutal
descenso de los salarios reales, nulos controles ambientales y estímulos
fiscales muchas veces concedidos en medio de un sistemático tráfico de
influencias, lo que debilitó
sistemáticamente la planta productiva del país, tanto en el incipiente sector
industrial como sobre todo en el agropecuario. Y el milagro nunca llegó.
A lo largo de los últimos
treinta años, el fortalecimiento de la receta neoliberal fue abriendo nuevas
heridas que han llevado a políticos y empresarios a considerar que no hay otra
alternativa que mantener a cualquier costo el modelo económico. Llama la atención
como frente a las amenazas de Trump, la inmensa mayoría de los privilegiados
del régimen se muestran aterrorizados no sólo por las consecuencias que tendría
el regreso de millones de migrantes al país sino sobre todo por la posibilidad
de que el TLCAN desaparezca. De hecho, están en la mejor disposición de que se
mantenga, aun si eso significa n mayor sometimiento económico. Para nadie es un
secreto que el infame tratado fue y es sustancialmente funcional para la
economía estadounidense pero no tanto para la mexicana. El aumento consistente del
desempleo, la disminución de cerca del 70% del valor de los salarios reales, la
crisis ambiental y humana y sobre todo el fortalecimiento del crimen organizado
son, junto con las terribles consecuencias en la salud de millones por el
incremento en el consumo de comida chatarra, las consecuencias reales del
TLCAN. El sobado argumento de que la balanza comercial es favorable para la economía mexicana y que es resultado
directo del TLCAN paso por alto el hecho de que lo que se exporta principalmente
por la maquila de productos de las transnacionales. Es el caso, por ejemplo, de
la joya de la corona, la industria automotriz, que exporta miles y miles de
autos ensamblados en México… pero con refacciones importadas.
La quimera que Trump
le ha vendido a sus votantes -en el sentido de que los empleos de dichas
industrias volverán a los EE. UU.- sería un duro golpe para la economía
mexicana pero también lo sería para las ganancias y el futuro de la industria
automotriz yanqui que sólo ha podido seguir compitiendo gracias a los bajos
salarios pagados a los trabajadores mexicanos. No por ello la economía yanqui
dejará de utilizar la mano de obra mexicana pero ahora endurecerá las
condiciones renegociando el TLCAN, con la complacencia de Peña y su grupo.
Por lo anterior es
posible sugerir que la profundización de la dependencia de México y la visible
cooperación del gobierno federal para hacerlo posible cierra el ciclo histórico
neoliberal para abrir la puerta a un neocolonialismo que, al igual que el del
siglo XIX no echará mano de la ocupación militar sino acelerará la dependencia
poniendo de rodillas a la mayoría de la población -depredando sus recursos
naturales y empobreciéndolos más de lo que ya están- con la entusiasta cooperación
sumisa de gobernantes y empresarios. Estos últimos simplemente no conciben la
posibilidad de configurar un país ajeno a la dinámica neocolonial, a pesar de
las posibilidades que ofrece un mundo multipolar, sino todo lo contrario. Así
lo sugieren intelectuales del régimen como Jorge Castañeda, quien se pregunta
en un reciente artículo “¿Cómo deberíamos responder los
mexicanos a la inminente toma de posesión de Donald Trump? No existe opción
seria de diversificación: ni hoy ni desde el Porfiriato (…) y desde entonces
—ya 120 años— eso no ha cambiado y no va a cambiar, debido a la inercia
geográfica y cultural. La respuesta es más integración, no menos.” Semejante
reconocimiento de la necesidad histórica del neocolonialismo en México podría
ser traducida en clave masoquista como: ¡Pégame pero no me dejes¡
1 comentario:
Trágico. No se aprendió de la Historia. Con todos los adelantos tecnológicos y la informació? No se cumplió lo prometido, aunque yo nunca lo creí.
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