Asistimos a una época de transformaciones convulsas. Este es un hecho incontrovertible. La enunciación de este estado de cosas, no obstante, sigue distintos tenores hermenéuticos. Unos hablan de crisis civilizatoria. Otros de un fin de la historia. Y no pocos de un desencantamiento del mundo, en cuyo seno agonizan los grandes ídolos, y las realidades se desprenden de todo resabio rancio de misticismo. Pero estos diagnósticos, aún cuando describan ciertas situaciones objetivamente latentes o manifiestas, adolecen de verosimilitud teórica, y con frecuencia incurren en prescripciones políticas camufladas en el argot academicista. En algo aciertan: consignan el fin de una era. Eso es un hecho, y como tal no puede ser verdadero ni falso, simplemente es. Ni nihilismo ni posmodernismo: sólo el fin de una era. Efectivamente, esa trayectoria epocal se extingue, y con ella languidecen criterios, sentidos comunes, materialidades. En ese trasfondo material e inmaterial se inscriben los temas que nos ocupan: a saber, eso que algunos denominan el “desencanto democrático” y eso que otros llaman –acaso por oportunismo o temor al purgatorio académico– la “muerte de la ciencia política”. Se trata de dos relatos estrechamente entrecruzados, que por cierto tienen poca importancia histórica. De ninguna manera se trata de subestimar el recorrido que atraviesan la política o la democracia. Es más bien una advertencia acerca de la sobreestimación que no pocos incautos conceden a los enredos lingüísticos e ideológicos que prescriben los círculos académicos. Lo que está en cuestión es el ocaso de los cánones o criterios que sirvieron a la interpretación de la “política” y la “democracia”. Con la defenestración de la doxa liberal, que es el espectro dominante de la época que fallece, se disipan lentamente la tinieblas de la razón instrumental. Expiró la obligatoriedad de utilidad-aplicabilidad. El interés de conocimiento no sólo es técnico o práctico: el emancipatorio reclama centralidad. La política y la democracia se libraron de esa camisa de fuerza que redujo su condición a una mera cuestión técnica-procedimental. El imperativo instrumental coartó mucho tiempo la capacidad de advertir que la política es un hacer humano vital, y que la democracia es un valor y no un estado de cosas susceptible de gestión tecnocrática. El “desencanto democrático” y la “muerte de la ciencia política” son relatos mas o menos conscientemente urdidos que aspiran a la salvación de la instrumentalidad, aunque con ropajes pretendidamente reformistas. Ambos relatos tienen un fondo común: son la respuesta conservadora a los vientos de cambio. Mas aún: el “desencanto democrático” es el correlato de la “muerte de la ciencia política”, o viceversa, y la presunta autenticidad de esas dos “consignas” reside exclusivamente en los conjuros idealistas que afirman esa condición. En seguida vamos a ver por qué.
Cabe hacer notar que lo que a menudo se entiende como crisis de la democracia y crisis de la ciencia política, en realidad no es tal. Por oposición a ese diagnóstico falsario, acá se traducen esas enunciaciones fatalistas como “desencanto” (democrático), por un lado, y “muerte asistida” (de la ciencia política), por otro. Por consiguiente, la crítica que se perfila acá no apunta a la democracia como valor en sí, ni a la ciencia política como campo del saber, aún cuando pudiera compartirse la preocupación de los estudios decoloniales en relación con la pertinencia de “impensar” las categorías e instrumentos de análisis tributarios del pensamiento liberal-moderno. El propósito es hurgar en el orden del discurso y en el “espectro de la época” esa correlación entre el “desencanto democrático” y la “muerte de la ciencia política”, que son las narraciones académicas que disfrazan la crisis del encantamiento de la modernidad.
Encantamiento del desencantamiento: el discreto encanto de la modernidad
La crisis de la democracia y la ciencia política no es una crisis de la democracia o la política. Lo que hay es una crisis de un modo específico, históricamente condicionado, de tratar lo político (la democracia es un concepto político). Ese modo específico de tratamiento, que consiste en un conjunto de axiomas, enunciados doctrinales y metodologías herederas de la modernidad, es la fuente de esos posicionamientos teóricos que condenan a la democracia a un estado de instrumentalidad monolítica y a la ciencia política a una muerte por inanición.
En este sentido, se hace imprescindible definir qué es la modernidad, así como identificar qué contenidos del liberalismo intervienen en esta trama de presunto desfallecimiento disciplinario-conceptual.
En relación con la primera cuestión –la de la modernidad–, Saurabh Dube explica:
“…la modernidad necesita ser entendida como una vuelta sobre procesos históricos distintos en los últimos cinco siglos. Aquí encontraremos procesos que implican, por ejemplo, el comercio y el consumo, la razón y la ciencia, la industria y la tecnología, el Estado-nación y el sujeto-ciudadano, las esferas públicas y los espacios privados, y las religiones y los conocimientos desencantados. Al mismo tiempo aquí serán registrados, también, los procesos que involucran imperios y colonias, raza y genocidio, las fes resurgentes y las tradiciones deificadas, regímenes disciplinarios y sujetos subalternos, y la magia del Estado y los encantamientos de lo moderno… De manera poco sorprendente aquí es también donde hay que encontrarse con los encantamientos permanentes de la modernidad. Éstos se vuelven, especialmente como ya se notó, hacia la imagen inmaculada de los orígenes y fines de la modernidad, así como a sus oposiciones dominantes: las mitologías formidables del imperio y la noción mágica, así como los encantos discretos del dinero y los mercados”.
Nótese que el autor habla de encantamientos modernos. Y es que la modernidad es una categoría de análisis que refiere a un proceso sociohistórico que encierra varios niveles de significación. Por ahora interésanos destacar dos: la racionalización de la acción humana, y la secularización de las sociedades. (Glosa marginal: la noción de desencantamiento está ligada a la desacralización, más que a la desilusión). En cierto sentido, la modernidad designa la liberación del individuo frente a las tinieblas o ataduras místicas que otrora edificaban materialidades e identidades colectivas. Pero como bien señala Dube, la modernidad sólo supuso un proceso de desacralización que a la postre condujo a otras formas de sacralización escondidas bajo el manto incuestionado de la lógica, la ciencia, la técnica y la razón, y que incluso este sistema cognoscitivo multimodal es en sí mismo una forma de sacralización. Estas consideraciones –sostiene el autor– colocan “las formaciones mágicas del dinero y los mercados así como el fetiche del Estado y la soberanía como parte de los encantamientos más amplios de la modernidad… [y] extiende las discusiones sustanciales de lo mágico y lo mítico como crucialmente constitutivos de la modernidad y sus expresiones”.
Ya Marx había señalado los artificios mágicos que encierra la modernidad, cuando describe e interpreta el fetichismo de la mercancía, que es un encantamiento que precede a esos “encantos discretos del dinero y los mercados”, y una ilusión inscrita en la realidad, estructural y estructurante.
Por añadidura al binomio racionalización-secularización, los embrujos epocales tienen otra fuente en las antinomias de la modernidad, señaladamente la oposición lógica-tradición o razón-religión. Dube escribe: “A pesar de su cuestionamiento crítico, estas oposiciones continúan engañando y seduciendo. Conducen a una vida encantadora en la academia y más allá, habitan los entendimientos conservadores, las imaginaciones liberales, las visiones radicales y las alternativas primitivistas y actuales”. Es amplio el inventario de antinomias supersticiosas de la modernidad: universalismo-particularismo, occidente-oriente, público-privado, desarrollo-subdesarrollo, ciencia-filosofía, cristianismo-islamismo… autoritarismo-democracia, etc.
Los relatos del “desencanto democrático” y la “muerte de la ciencia política” son respuestas conservadoras a una crisis que sí es crisis: la del encantamiento moderno y sus falsas antinomias.
Ese encantamiento de la modernidad tuvo tres soportes fundamentales: el método científico, la razón técnica e instrumental, y el credo liberal.
(Continuará en la próxima entrega…)
http://www.jornadaveracruz.com.mx/el-desencanto-democratico-y-la-muerte-de-la-ciencia-politica-una-correlacion-i/
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