La información no pocas veces mal deglutida que circula en la prensa y los mass media en lo tocante a la vida política-cultural en Cuba, ha dificultado el conocimiento desprejuiciado acerca de la realidad social en el más polémico de los archipiélagos caribeños (el antiimperialismo no goza de muchos simpatizantes en tiempos de globalización excremental). Es precisamente está condición políticamente “polémica” que envuelve al caso cubano, la que cancela a menudo la posibilidad de reconocer conquistas humanas que ningún otro país puede presumir. Y no nos referimos a los celebérrimos logros en materia de salud, educación y desempeño deportivo, tan elogiados incluso en los círculos más refractarios y adversos a la política de aquel país. (Glosa marginal: médicos en Cuba descubrieron hace un par de años una vacuna contra el cáncer de próstata en estado avanzado). Estas generosidades harto conocidas, si bien afianzadas con el soporte de la sociedad, se encuadran en una temporalidad sujeta a condición política, es decir, dependen de los vaivenes políticos y bien podrían desvanecerse al compás de transformaciones políticas indeseadas. No obstante, las conquistas a las que acá aludimos, y que tristemente se ignoran de modo insistente, tienen un alcance ulterior a la política coyuntural. Se trata de objetivos universales que tienen una base cultural sólida y un anclaje civilizatorio perdurable. Nos referimos especialmente a la erradicación del racismo –la discriminación en cualquiera de sus semblantes–, el afianzamiento de la igualdad de género, y la extirpación de la violencia en las calles, divisa infaltable en las metrópolis latinoamericanas.
Ernesto Guevara, con apreciable capacidad de síntesis, vaticinó: “Llegará el día en que la diferencia entre un negro y un blanco va a ser que uno es negro y otro blanco”. En Cuba, este adagio se cumplió. En ese país, tan carente de contrastes socioeconómicos, las familias hacen gala de una diversidad racial-fisonómica sui generis. El melting pot, que demagógicamente presumen los estadunidenses, es una realidad efectiva en Cuba. Allí no existen los barrios de negros, hispanos, asiáticos, árabes, europeos, segregados socioespacialmente, como sí ocurre en Estados Unidos e incluso en los países pertenecientes a la Unión Europea. A contracorriente con los países de la América del Sur, e incluso con la Unión Americana, los negros en Cuba están libres de determinaciones sociales destructivas: se sabe que más del 80% de los delitos comunes (aunque francamente poco frecuentes) son imputables a varones blancos. La affirmative action, política estadunidense que más que solucionar el problema del racismo reafirma la incapacidad para resolverlo, es redundante e inútil en un país –acaso el único– que ha abolido material e inmaterialmente el racismo (con las excepciones que amerita cualquier caso de orden social, y que en el caso cubano son francamente marginales).
En lo que concierne a la igualdad de género, en Cuba las mujeres dominan en los ámbitos académico y profesional. En todo caso, la cuota de género podría aplicársele a los hombres, no a las mujeres, quienes visiblemente desempeñan ciertas profesiones que demandan más responsabilidad. El feminismo en Cuba es un anacronismo: la emancipación de la mujer frente al dominio del hombre no es más un anhelo, es una realidad. Aunque cabe reconocer, acaso para matizar un exceso de optimismo, que ciertas organizaciones civiles en defensa de los derechos de la mujer han denunciado la explotación sexual que entraña, por un lado, la precariedad económica, y por otro, la primacía del turismo en la isla, especialmente entre las capas poblacionales femeninas. Es un asunto que demanda atención.
En “Escuela del Mundo al Revés”, Eduardo Galeano escribe: “La economía latinoamericana es una economía esclavista que se hace la posmoderna: paga salarios africanos, cobra precios europeos, y la injusticia y la violencia son las mercancías que produce con más alta eficacia”. En el México actual, adscrito devotamente al modelo económico que describe el escritor uruguayo, flagelado por la violencia que engendra esta economía, parece atinado recordarle a los dirigentes, tan enemistados con la política de la isla, que el país más seguro, libre de violencia, en la América continental es Cuba. Alguna vez me comentó un cubano: “Lo mejor de mi país, es que lo puedo recorrer a pie, a cualquier hora del día, sin temor a que me agreda nadie”.
Estas “conquistas humanas con un anclaje civilizatorio perdurable” a las que se hace referencia, a nuestro juicio siguen firmes e intactas. Los problemas que enfrenta Cuba se deben más a su condición de “pueblo en lucha” (aún con todos los escollos que implica la burocratización) que a la tiranía plutocrática de una clase o estamento social, como ocurre en México u otros países. Sólo cabe esperar que el pueblo cubano tenga conciencia de esto, y evite por todos los medios una perestroika (ahora en curso, según ciertos analistas) que pulverice las conquistas históricas de la isla.