Ha comenzado ya el por muchos aclamado año 2010. Año de celebraciones y recordatorios importantes para el pueblo mexicano. Como bien sabemos, este año celebraremos, el 16 de septiembre, el bicentenario de la independencia de nuestra nación. Una independencia a “medias” pues desde el surgimiento de nuestro país, éste pueblo no se ha caracterizado precisamente por tener una fuerte soberanía ante el resto del mundo.
Así mismo, para la fecha del 20 de noviembre, celebraremos el primer centenario de la revolución mexicana, acontecimiento en nuestra historia que, si bien nunca cumplió cabalmente con sus objetivos, sí posibilitó cambios sociales importantes. Las instituciones estatales y la industria paraestatal surgen del seno mismo del pensamiento revolucionario; aunque en nuestro país la revolución se haya pensado ideológicamente, en un principio, desde un trasfondo anarquista.
Independientemente de las tristes corrupciones que han sufrido los más grandes movimientos sociales de México, es importante recalcar la relevancia que en su momento histórico han tenido estos. Y es que quizá podríamos empezar a abandonar la utópica idea de que una revolución arregla las cosas absolutamente y para siempre.
El olvido es un fantasma que siempre acecha la memoria histórica del hombre, viéndose éste condenado a repetir cíclicamente, una y otra vez, periodos de agonía, etapas decadentes de desigualdad, de cinismo y despotismo intolerable.
La academia dirá que, para nuestra época, conceptos como los de “Revolución”, “Libertad”, incluso el de “Dignidad” son conceptos gastados, obsoletos, conceptos que el mismo trasfondo actual del pensamiento impide definir.
No obstante, considero que es en el plexo vital, ese en que el hombre realmente habita, en el que trabaja para subsistir, en el que se palpa y sufre, el plexo en que estos conceptos cobran su sentido, sin necesidad de la definición.
Por eso, sin afán de llamar a la violencia, pues no soy partidario de ésta, considero importante recordar que es el hombre mismo, cada individuo, quien tiene, por derecho natural, en sus manos el poder de decidir y de ser como quiere ser y actuar ante un entorno que le suprime, le ignora e incluso le aniquila.
Es en este momento decisivo en que el individuo es capaz de actuar digna y libremente, allende de todo concepto e ideología académica o doctrinal, respondiendo al plexo inmediato de su vida misma, al instante mismo.
Se anuncian movimientos sociales fuertes para este año, eso es lo que se rumora constantemente. Hay que tener cuidado en cómo se enfocan y hacia dónde se dirigen. A una clase dominante, cínica y déspota, desequilibradamente enferma de poder, poco le importará que el pueblo se despedace a sí mismo. Seguramente querrán reiterar, una vez más, que “a rio revuelto, ganancia de pescadores”.
Así mismo, para la fecha del 20 de noviembre, celebraremos el primer centenario de la revolución mexicana, acontecimiento en nuestra historia que, si bien nunca cumplió cabalmente con sus objetivos, sí posibilitó cambios sociales importantes. Las instituciones estatales y la industria paraestatal surgen del seno mismo del pensamiento revolucionario; aunque en nuestro país la revolución se haya pensado ideológicamente, en un principio, desde un trasfondo anarquista.
Independientemente de las tristes corrupciones que han sufrido los más grandes movimientos sociales de México, es importante recalcar la relevancia que en su momento histórico han tenido estos. Y es que quizá podríamos empezar a abandonar la utópica idea de que una revolución arregla las cosas absolutamente y para siempre.
El olvido es un fantasma que siempre acecha la memoria histórica del hombre, viéndose éste condenado a repetir cíclicamente, una y otra vez, periodos de agonía, etapas decadentes de desigualdad, de cinismo y despotismo intolerable.
La academia dirá que, para nuestra época, conceptos como los de “Revolución”, “Libertad”, incluso el de “Dignidad” son conceptos gastados, obsoletos, conceptos que el mismo trasfondo actual del pensamiento impide definir.
No obstante, considero que es en el plexo vital, ese en que el hombre realmente habita, en el que trabaja para subsistir, en el que se palpa y sufre, el plexo en que estos conceptos cobran su sentido, sin necesidad de la definición.
Por eso, sin afán de llamar a la violencia, pues no soy partidario de ésta, considero importante recordar que es el hombre mismo, cada individuo, quien tiene, por derecho natural, en sus manos el poder de decidir y de ser como quiere ser y actuar ante un entorno que le suprime, le ignora e incluso le aniquila.
Es en este momento decisivo en que el individuo es capaz de actuar digna y libremente, allende de todo concepto e ideología académica o doctrinal, respondiendo al plexo inmediato de su vida misma, al instante mismo.
Se anuncian movimientos sociales fuertes para este año, eso es lo que se rumora constantemente. Hay que tener cuidado en cómo se enfocan y hacia dónde se dirigen. A una clase dominante, cínica y déspota, desequilibradamente enferma de poder, poco le importará que el pueblo se despedace a sí mismo. Seguramente querrán reiterar, una vez más, que “a rio revuelto, ganancia de pescadores”.
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