lunes, 11 de abril de 2016

El efecto Porkis


La persistencia de un ambiente permeado por la violencia y la brutalidad, como consecuencia de una política de estado que se hace de la vista gorda frente al crimen organizado para mantener el poder, ha demostrado tener consecuencias en la vida cotidiana de millones de personas. La impunidad sistemática ha colocado al crimen organizado y sus prácticas como actor privilegiado, lo cual ha permeado en el estilo de gobierno, en las dinámicas partidistas, en el estilo de hacer negocios y hasta en las aspiraciones de vida de sectores acomodados de la sociedad nacional.

Si por un momento pensamos que el narcotráfico sólo cooptaba a los sectores marginales de la sociedad -esos jóvenes sin ninguna oportunidad ni futuro, hundidos en la pobreza y la exclusión social- para ofrecerles un destello de esperanza aunque sea a costa de la vida y sufrimiento de los otros, el error está a la vista. Los Porkis en Veracruz demuestran que los sectores acomodados, sobre todo su juventud, no son ajenos a la fascinación ejercida por el estilo de vida narco.

El que un grupo de jóvenes sin problemas económicos adopten sin rubor las maneras de apropiarse de lo que se les antoje, sin parar en mientes sobre el daño causado, es un síntoma claro de cómo el narcotráfico influye en los estilos de vida adoptados por un importante sector de la sociedad mexicana. Al hablar de estilo de vida, se rebasa por mucho el simple consumo de la narcocultura, expresada en canciones, formas de vestir y de consumir, de hablar y sentir; nos remite a la manera de concebir la vida, de asumir valores y principios en un contexto que premia la mentira y reprime la verdad, que glorifica la violencia.

En este sentido, Los Porkis asumen la violencia como un estilo de vida, como una estética que le da un sentido a sus acciones, encaminadas no solamente a proveerse de placer sino de hacerlo de manera violenta, humillando y despreciando al otro para convertirlo en objeto negado de valor humano y potenciando así la ilusión del poder. No se trata de seducir sino de violar, de someter para experimentar el perverso placer de tener en tus manos la vida ajena sin consecuencias.

Resulta evidente que las oligarquías de este país experimentan una suerte de embriaguez colectiva ante la capacidad para mantenerse en la impunidad, pero eso no podría explicar por sí mismo el hecho de que Los Porkis existan en cada rincón del país, no sólo en Veracruz. ¿Cuántas de las violaciones, feminicidios y desapariciones son cometidas por miembros de éstas oligarquías como deporte, sin fines de lucro? ¿Cuántas para presumirlas en las redes sociales sin temor a ser castigados? La descomposición de las relaciones sociales está sin duda alineada a la transformación del modelo de acumulación pero a ello habrá que agregar esta fascinación por la barbarie, materializada en la apología del delito y el narcotráfico. 

La responsabilidad del caso Porkis reside así no sólo en la pobreza moral de los jóvenes corrompidos por la impunidad y la riqueza sino sobre todo del clima de impunidad y omisión sistemática de las obligaciones del estado para mantener la paz social. Al encontrarnos con que la inmensa mayoría de los crímenes no son perseguidos, y cuando lo son no necesariamente se logra hacer justicia, se está en realidad enviando un mensaje muy claro a la sociedad: todo vale, mientras tengan el poder para evitar consecuencias. Y esta responsabilidad es compartida por empresarios de todo tipo, políticos y funcionarios, obispos y banqueros, que sin mirar para atrás van dejando una estela de crímenes impunes que, al mismo tiempo, refuerzan su prestigio frente a los demás.

Sin negar la responsabilidad de la sociedad en su conjunto, la responsabilidad mayor es de los que desde el poder niegan una y otra vez la crisis humanitaria en la que vivimos. Por ellos, la violencia y la descomposición social gozan de buena salud y no se ve para cuando termine. El efecto Porkis existe gracias a esa política de estado –tributaria de la acumulación por desposesión- que glorifica por un lado la violencia por la violencia, el robo y la mentira, mientras por el otro nos procura convencer siempre que puede que vivimos en una democracia sólida y respetuosa de los derechos humanos.

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