Arsinoé Orihuela Ochoa
Nadie, ni en México ni el extranjero, imaginó nunca una toma de posesión de tales dimensiones apoteósicas. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), presidente constitucional de México rindió protesta a dos tiempos, el republicano y el cósmico ancestral: en el palacio legislativo de San Lázaro, y en la explanada de la Plaza de la Constitución o Zócalo capitalino. Concluyó la jornada envuelto en la banda presidencial rediseñada, y alzando el bastón de mando indígena. Las fuerzas de oposición, a la derecha y a la izquierda, agrupadas alrededor del “ciudadanismo” conservador, por un lado, y el indigenismo autonomista, por el otro, apuntalaron sus posiciones discordantes con el gobierno entrante y, con ello, contribuyeron a caracterizar al mandatario investido: AMLO es un liberal republicano. Desde Benito Juárez hasta López Obrador, el liberalismo mexicano irrumpió en la escena política nacional con altos contenidos de transgresión y fuertes rasgos de reaccionarismo. Allí radica la clave de sus éxitos efímeros, y acaso la causa de sus endémicos descalabros. No pretendo con tal caracterización instalar ninguno de los dos estados de ánimo prevalecientes: ni el derrotismo en sus variantes conservadora o autonomista, ni el triunfalismo liberal. Tan sólo abrazo una aspiración más modesta: alertar acerca de las contradicciones inherentes al gobierno constituido, y exhortar a una reflexión que advierta tempranamente el peligro de una restauración (ultra) conservadora.
Resumo en 11 tesis políticas las introspecciones personales en torno a la presidencia de AMLO.
1. Respecto al anunciado triunfo de AMLO, desde 2016 acá se dijo que había sólo tres escenarios posibles en la elección presidencial: (1) un triunfo apretado de AMLO; (2) un triunfo aplastante de AMLO; (3) un mega fraude electoral. Al final, AMLO ganó avasalladoramente. Con sólo cuatro años de vida, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) –un partido creado ex profeso para la elección de 2018– se convirtió en la primera fuerza política de México. La coalición “Juntos Haremos Historia”, encabezada por Morena, conquistó la mayoría parlamentaria en las dos cámaras. De las nueve gubernaturas en disputa, Morena ganó cinco: CDMX, Chiapas, Tabasco, Veracruz y Morelos. Adicionalmente, tras el recambio en algunos congresos locales, Morena dispondrá de un dominio aplanador en 19 de las 32 legislaturas estatales. En CDMX, 11 de 16 delegaciones se pintaron de guinda morenista. Y, para rematar, en los resultados presidenciales por estado, AMLO venció en 31 de las 32 entidades federativas. Tales resultados, por sí solos, son históricos e inéditos para una fuerza de oposición.
2. Es la primera ocasión en México, desde Francisco I. Madero (1911), y el paréntesis de Lázaro Cárdenas (1934), que existe una correspondencia entre eso que la teoría política llama la “voluntad general” y los resultados oficiales de unos comicios. Luego de tres intentos por llegar a la presidencia de México, AMLO lo consiguió en 2018, y con el mayor respaldo popular que haya tenido un presidente desde el general Cárdenas.
3. AMLO ganó la elección presidencial de 2018 con 30 millones de votos y el 53% del total de los sufragios. En las elecciones federales de 2006 obtuvo alrededor de 15 millones de votos. Y en 2012 cosechó exactamente la misma cifra. La sumatoria de las tres elecciones da como resultado 60 millones de sufragios. En un país mal habituado al abstencionismo, y cuyas elecciones se dirimen sistemáticamente por la vía del fraude, tal dígito desmonta la idea de que el triunfo arrasador de AMLO es consecuencia de un voto de castigo: es un voto convencido.
4. Que no prevaleciera el fraude, que es el mecanismo dominante en México para la rotación de élites políticas, se explica básicamente por tres factores: (1) el ascenso al poder de Donald Trump, que dejó en la orfandad a las élites gobernantes –conservadoras-globalistas– en México; (2) la fractura-pulverización del PRIANARCO (Partido Revolucionario Institucional; Partido Acción Nacional; Narcotráfico), que en los últimos 30 años movilizaron conjuntamente el voto conservador, y que en esta ocasión no consiguieron impulsar una candidatura unificada; y (3) la insurrección electoral de la sociedad civil desorganizada, que desactivó el tristemente célebre algoritmo de 3% de margen de manipulación del Instituto Nacional Electoral (INE).
5. Esta insurrección electoral tiene una genealogía singular: es una combinación del voto convencido y el voto desesperado. Este último, sintomático de un malestar profundo que se aloja en la sociedad mexicana, tiene básicamente dos fuentes: la corrupción y la inseguridad. Coincidentemente, el combate a la corrupción de los políticos y la agenda de la seguridad son las banderas que enarbolan las derechas ultraconservadoras en Sudamérica. Jair Messias Bolsonaro en Brasil y Mauricio Macri en Argentina, ascendieron al poder agitando tales consignas. La franja del voto desesperado es altamente volátil y promiscua. Si AMLO yerra, ese voto emigra a la extrema derecha.
6. La disyuntiva que prefigura AMLO no es nacionalismo o neoliberalismo, ni autoritarismo o democracia, ni pasado o futuro, ni ninguna de esas perogrulladas ideológicas que repiten hasta el hastío personajes como Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín o Jorge Castañeda Gutman o el resto de los intelectuales fracasados y maiceados. El dilema que perfila AMLO es liberalismo o ultraconservadurismo.
7. El programa político de AMLO es perfectamente leal con el liberalismo mexicano: en lo político, desmontar el poder de la oligarquía para establecer los poderes de la república; y en lo económico, respetar las reglas del libre comercio. En suma, separar el poder político del poder económico. Es exactamente lo mismo que proponía Lula da Silva en Brasil cuando advertía que “los ricos no necesitan del Estado; los pobres sí”. ¡Es liberalismo!
8. Que el liberalismo irrumpa como fuerza transgresora en México, responde al hecho de que los Estados latinoamericanos son esencial y radicalmente conservadores: desde sus orígenes, la formación de tales unidades estatales respondió puramente al imperativo de proteger los privilegios de las clases tradicionales e intereses coloniales. En México, la libertad de expresión todavía se paga con muerte. Nuestro país es el campeón mundial en materia de violación a los derechos humanos.
9. Los años 1938, 1968, 1988 y 2018 registraron irrupciones de los invisibles: los obreros, los estudiantes, la oposición política, y las víctimas de la guerra, respectivamente. La autoorganización de las víctimas es el anticuerpo que necesita México. Ni perdón ni olvido. Y sí un “nunca más” a las guerras de los conservadores.
10. AMLO corona 50 años de resistencia política y social (del 68 al 2018). Entiendo que pocos comparten esta lectura, y desde ya puedo escuchar las objeciones, pero es mi opinión que el neozapatismo representa la posibilidad de radicalización de tal victoria liberal-republicana, y no exactamente una fuerza adversarial. Adviértase que un eventual antagonismo abierto entre estas dos fuerzas contribuiría a la restauración conservadora.
Colofón desesperado. Un fantasma recorre América: el fantasma del neofascismo (o ultraconservadurismo). Trump, y su variante tropical Bolsonaro, prometen diseminar su primitivismo y odio al resto de la región. No podemos omitir las lecciones del norte y el sur: a una esperanza frustrada (Obama-Lula) le sigue la autoinmolación fascista (Trump-Bolsonaro). Advertencia: en México, el Bronco acecha (dixit Rafael de la Garza).