Páginas

martes, 6 de diciembre de 2016

Veracruz: la insurrección imposible



"El sistema se está desmoronando a nuestro alrededor justo en el momento en que todos han perdido la capacidad de imaginar otra cosa"

David Graeber 

Quince días. Las élites políticas, los opinadores a sueldo y los burócratas abrazan la cuenta regresiva para el cambio de gobierno en Veracruz, donde el panista más priísta del país tomará oficialmente el mando. Para unos, es la urgencia de ser gobernados, el lugar común del agachado en espera instintiva del cambio de yugo y las migajas, el consentimiento de los dominados. Para otros, la cuenta a ceros, la ambición de nuevas prebendas y privilegios, el "hueso" que hace salivar la codicia de los que escupen discursos de democracia. 

En un territorio con registros históricos de asesinatos, secuestros, feminicidios, narcofosas, desapariciones, violencia, impunidad, represión, tortura y deuda, cada acto del gobierno ha dejado claro que el cambio de mando no significa nada, cuando el opresor que asume, igual que Javier Duarte, tiene un largo historial público de despotismo criminal, denuncias por enriquecimiento ilícito, violación a derechos humanos, peculado y corrupción. Trayectoria política, le llaman ellos, la misma mierda. 

En ese Estado de Sitio donde todos los sectores han sido violentados, ¿qué espera Veracruz para levantarse? La pregunta repica en pláticas de sobremesa todos los días, igual que la Alerta Ámber. Cada noticia en Veracruz es una afrenta, una burla del poder. No hay ya espacio libre de inconformidad, y sin embargo, la indignación y las reivindicaciones, como las protestas, no son equiparables. 

El obsceno cálculo de los alcaldes disfrazados de "pueblo", durmiendo en los pasillos del palacio de Gobierno; las manifestaciones-comparsa autorizadas por sindicatos y patrones; la indignación por el retraso en la nómina de los burócratas activos, tan legítima, dicen, y no por eso menos mezquina, las batallas por los recursos públicos, NADA tienen que ver con las marchas del diez de mayo, de madres de hijas e hijos asesinados, violados, torturados, levantados o desaparecidos por sicarios del narcoEstado. 

Hablamos de ocho millones de maneras de sobrevivir la realidad, así de fragmentado el pueblo. Unos muertos de miedo, otros acomodados, otros luchando y organizados. Otros en espera de reformas legales y caudillos, los más, sobreviviendo en la calle donde las redes sociales no importan. Mientras, la violencia no para. 

Lo más preocupante es que en seis años --en ochenta y seis de priísmo o en doscientos del régimen, según donde inicie la cuenta--, la existencia, el poder y el alcance del Estado, y ese delirio colectivo llamado "democracia", han debilitado la libertad de pensamiento, socavando incluso la capacidad de imaginar otra cosa que no sea su existencia incuestionable. A pesar de la historia, la estadística y el sentido común, es innegable el consentimiento casi consensuado a la nefasta y patológica relación de sumisión frente a la autoridad. Jodido escenario, incluso, para quienes la rechazan. 

La "indignación" de la burocracia 

En Veracruz, la dependencia económica del presupuesto es brutal. Se nota en las calles en días como hoy, cuando 20 mil trabajadores del sector salud toman calles en las ciudades y carreteras de norte a sur, hospitales, edificios públicos y casetas de peaje como presión para el pago de sus cheques. Miles en las calles, clamando unas horas por dinero. La vida política se ha empobrecido. 

¿Dónde estaban en las protestas por los asesinatos y desapariciones, por la brutalidad que fue creciendo en el sexenio contra mujeres, jóvenes, periodistas, estudiantes, maestros, activistas? Su nivel de tolerancia ante la barbarie y su falta de respeto ante la vida contrasta con la "indignación" que estalla en rabia en el cajero automático, a dos días de la quincena.

En el último mes, día tras día se han amontonado como ropa sucia las marchas, las tomas, los plantones , los comunicados, la manifestación de cuanta instancia de gobierno ha querido. Son los alcaldes de los bonos sexenales en simulación mediática; son también los deudores de Coppel y Liverpool, los del sueldo seguro y el discurso del trabajo honrado, pero incapaces de cuestionar el sistema que glorifica al individuo mientras lo mata. Y claro, los indignados de buró y los patrones que sonreían en restaurantes con Duarte hasta hace unas semanas. Empleados y empleadores aceitando la reproducción autoritaria. La esclavitud del salario como grillete de la modernidad. Lo perverso del sistema es que simula que ahí es donde está la libertad. 

Ingenuo es esperar la insurrección de la burocracia. No pasará. Como la fuerza pública, como los empresarios y patrones, como la iglesia, como los medios asalariados, ha sido históricamente beneficiaria de los privilegios del sistema, un engrane más de la máquina. Hoy fue el sector salud, mañana la policía, la limpia pública, el agua potable. Protestasexpress sin más reivindicación que los salarios. Gritos que callarán con el depósito en el banco para el buen fin o el benditoaguinaldo que exorciza toda pretensión de inconformarse. Es el "prospera" de los acomodados, la contrainsurgencia en la clase media. 

Putos puercos mierdas 

Desde que comenzó la "guerra contra el narco", hace diez años, Veracruz se convirtió en un territorio en disputa donde hasta los mismo narcos protestaban "La plaza se vendió dos veces", acusaron algunos desde la cárcel. El estado se fue volviendo una enorme fosa clandestina, una cloaca. Cada acción del gobierno fue aumentando el clima de muerte e impunidad, arrastrando las cifras de asesinatos y desapariciones a los primeros lugares nacionales, militarizando, reduciendo garantías, acallando voces disidentes a punta de tiros de gracia. 

Dicen que en Veracruz no hay presos políticos porque los matan. Seis años de protestas por cada uno de los agravios, seis años en que la represión se convirtió en la regla y fue aumentando en saña y cinismo. Ninguna acusación política, mediática o jurídica pudo lograr la dimisión de Duarte, ni los asesinatos de 19 periodistas, ni la brutalidad de los asesinatos a jóvenes, ni la rotunda colusión de las policías con el narco, ni las evidencias que incriminaban al gobierno en la represión a estudiantes y activistas, nada. 

Duarte salió de escena como las ratas, el 12 de octubre, en medio de una ola de denuncias de corrupción, desvío de recursos y ligas con el crimen organizado -al menos 60 maneja la prensa-, ventiladas en medios nacionales sus lujosas residencias, las de sus funcionarios y prestanombres. Fue el dinero, como ahora, el que movió "la justicia" en su contra. Saqueado el estado, con una deuda de más de 90 mil millones de pesos, las "buenas conciencias" se fueron sumando en las últimas semanas a la crítica que regatearon por años. 

La crisis llegó a tope un mes después. El 12 de noviembre, tras el levantón de un sacerdote católico en Catemaco, la gente prendió fuego al Palacio Municipal y a una patrulla, saqueó la casa del alcalde y otras oficinas de gobierno. Todo, mientras el presidente municipal montaba el "teatro de la rebeldía" en Xalapa, durmiendo en los pasillos del palacio junto con otros 50 alcaldes en reclamo de recursos federales. 

Curiosamente no había modo de contener la protesta como en un movimiento organizado, no había líderes con los que negociar un acuerdo, nadie que pudiera prometer sacar a la gente de la calle a cambio de nada. La iglesia se deslindó, pero no hubo más reivindicación que esa: "Devuelvan al padre putos puercos mierdas", se leía en una de las paredes. 

La gente lo sabe hace años. Con la llegada de la Policía Acreditable, la Fuerza Civil y la Gendarmería aumentaron los asesinatos, los levantones, las denuncias de desaparición forzada, las y los jóvenes desaparecidos. "Putos puercos mierdas". El brazo armado del Estado llegó para servir a los amos con garantías de impunidad, disolviendo manifestaciones de ancianos, maestros y estudiantes, amedrentando con muertos pueblos enteros en resistencia, robando, secuestrando, asesinando. 

Como un destello, como las llamaradas que consumieron hasta las cenizas la patrulla y el interior del edificio, así desapareció la revuelta. Cuando llegó la marina horas después, la masa que amenazaba el orden institucional se había desvanecido, ¿cómo canalizarla e incorporarla al flujo de la política normal de las denuncias, los comunicados, los derechos humanos, las acciones urgentes, de las protestas y las ruedas de prensa donde puede ser domesticada y contenida? El sacerdote, por cierto, apareció un día después, torturado. 

Paradojas 

Ser gobernado, dice Prudhon, es estar vigilado, ser inspeccionado, espiado, estar dirigido, legislado, regulado, ser encerrado, adoctrinado, sermoneado, controlado, valorado, mandado por seres que carecen de conocimiento y de virtud... Ser gobernado, en Veracruz, es ser además asesinado, perseguido, hostigado, descuartizado, violado, encarcelado, humillado, es vivir con miedo, hablar con miedo, salir con miedo. Y a pesar de las lecciones del duartismo en seis años (o del priísmo en 90), ha sido imposible romper las certezas de los gobernados en el bastión histórico del Estado mexicano. 

La tiranía de los números es otra paradoja, ocho millones de personas en Veracruz demuestran que la correlación de fuerzas no va a cambiar de la noche a la mañana: aunque los familiares de los muertos sean miles y sepan de dónde vienen las balas, el miedo y la tolerancia es la ceguera de las mayorías; aunque la solidaridad y las luchas crecen, día a día se ven rebasadas por nuevas estocadas; aunque el coraje y la dignidad mantiene las resistencias, la muerte no para. 

La insurrección hoy parece imposible si esperamos que al fin doblegue al Estado el estallido consciente de las masas, nadie resiste la seducción de la épica revolucionaria. Pero no todo lo que cuenta puede contarse, ni todo lo que puede contarse, cuenta. Si la insurrección parece imposible, quizá es mejor que así se crea. Lo sabe el ojo de Saurón: a veces publicitar la lucha es una trampa. 

Desde el pensamiento libertario, no podemos obviar además que el orden y la disciplina es un elemento esencial de la escenografía autoritaria. Muchas veces es la acción espontánea, desordenada e impredecible la que es capaz de abrir fracturas en el orden social desde abajo. Las revoluciones rara vez, si así pasa, son el trabajo de organizaciones coherentes que dirigen sus tropas a un objetivo determinado, no hay un guión que seguir al pie de la letra, y si lo hubiera, seguramente sería saboteado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario