En el contexto de la crisis epocal que atraviesa México, marcada por el desafortunado revival del engaño hecho gobierno (no es que los panistas no se valieran del engaño, el problema es que nunca han sabido ejecutarlo satisfactoriamente; hasta en eso yerran), es menester responder preguntas cuyas respuestas se dan por sentadas de golpe y porrazo. Pero no basta con responder documentalmente la pregunta que nos atañe. Hace falta escudriñar el asunto con la meticulosidad de un entomólogo, máxime cuando el objeto de examen es un personaje tan afecto a las artes de la prestidigitación. En una conversación con Amy Goodman (Democracy Now), Slavoj Zizek, el controvertido filósofo esloveno, objetó la observación de Noam Chomsky referente al papel del informador e intelectual. El lingüista norteamericano, acá en calidad de periodista, sostenía que la gente no creía más en la autoridad, y que lo único que hacía falta para encender la indignación popular era la revelación franca de los hechos. Para Zizek, en cambio, el hecho develado constituye tan sólo un primer acercamiento a la veracidad. Hace falta desarticular el artilugio ideológico que envuelve al hecho para aprehenderle en su exacta dimensión. Tarea que es doblemente difícil cuando el hecho mismo es un engaño, cuando el personaje en cuestión –Carlos Salinas de Gortari– es la perfecta personificación de la simulación. El revival de la sofística salinista, y de su falsaria ideología, el “liberalismo social”, debe interpretarse como una convocatoria a contestar una pregunta que a menudo –entrampada entre la añoranza de paternalismo, las intrigas conspiracionistas, los arrebatos de ingenua credulidad– queda sin respuesta: ¿Quién es Carlos Salinas de Gortari?
Liberalismo social
Híbrido panfletario, el “liberalismo social” es una especie de Frankenstein o falso Prometeo en presentación mexicana, confeccionado con retazos retóricos de liberalismo juarista, adicionado con reivindicaciones –también retóricas– de la lucha armada que antecedió a la génesis de la Revolución Institucional. Pero la verosimilitud o credibilidad de esta entelequia ideológica del salinismo se disloca en el pulso de sus propias contradicciones. Si algo define al juarismo es la separación Estado-Iglesia, y la laicización de la educación. Durante su sexenio, Salinas promovió una nueva legislación con el fin de conceder personalidad jurídica a las iglesias, rehabilitar derechos políticos a los “ministros de culto”, restablecer relaciones diplomáticas con el Vaticano, e indirectamente consentir la intervención del clero para en la educación. Ni liberal ni juarista. En lo que se refiere a las tradiciones ideológicas de la Revolución Mexicana, Salinas de Gortari endosó la figura de Zapata a sus reformas agrarias. Pero en la práctica arrebató el ejido al campesinado nacional. Reformó el artículo 27 constitucional, y con ello colocó las tierras ejidales en el mercado, en una época de crisis, sabedor de que los ejidatarios, a falta de dinero, venderían las tierras a precio de remate, en favor de la agro-industria transnacional. Ni social ni zapatista. Fiel a la perversión de la palabra, y ante los cuestionamientos a su programa político, Salinas redefinió con su habitual caudal de argucias el “liberalismo social”, tan inescrutable como los caminos del señor: “Sí somos pragmáticos, pero tenemos valores, tenemos principios, tenemos una filosofía de vida que es la de servir a la gente, la de predicar con el trabajo, la de abrazar la libertad y la justicia. Nosotros en México le llamamos liberalismo social”.
El acérrimo enemigo del neoliberalismo
En España, país donde se mueve a sus anchas, Carlos Salinas de Gortari participa en conferencias que ofrece en calidad de “académico neutral” –aunque en su agenda no oficial figuren encuentros con grupos empresariales hispánicos. El expresidente que más obstinadamente abrazó el neoliberalismo, en tierras ibéricas cambia de indumentaria y, sin ruborizarse, se autoproclama opositor de esta política que “subsidia la sobrevivencia del capital”. Allá, lejos de las calamidades que legó su gobierno, Salinas perora que los “abusos del mercado neoliberal, nos colocan en el otro extremo del péndulo, que es la dependencia hacia el Estado… Lo que estamos viendo es al Estado subsidiando al mercado; ese es el golpe pendular que nos impone subsidiar la sobrevivencia del capital” (Proceso Edición Especial No. 30). Acaso en España no lo tienen presente, pero en México no se olvida que durante su gobierno se privatizaron, a través de subastas públicas, más del 90% de las mil 150 empresas de participación estatal, entre las que destacan compañías telefónicas, bancos, líneas aéreas, industria siderúrgica, minas, puertos, aeropuertos. Tampoco se olvida que en su sexenio se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, figura representativa de integracionismo neoliberal, cuyos costos han sido dramáticos para la industria nacional. Pero Salinas no conoce la expresión “caerse la cara de vergüenza”. Ya en otra oportunidad, cuando el país se abrazaba fatalmente al redil neoliberal, Salinas –el gran sofista– se tomó una pausa típica de caradura para abonar legitimidad patriótica al proyecto que ahora en España censura: “El tratado es importante para México… [Aunque] es importante que ellos entiendan que los mexicanos no queremos ser como los americanos ni como los canadienses. Queremos ser… sencillamente mexicanos. Es nuestro mayor orgullo”.
Salinas o la soberanía
El hombre que abrió de par en par las puertas para una creciente injerencia de Estados Unidos en la economía doméstica, y que vendió –subastó– todo el patrimonio nacional, es un ardiente amante de la soberanía, aunque sea de la ajena. La revista Proceso recupera un fragmento de una entrevista que realizó el diario Reforma a Salinas en 1997. Apréciese la absoluta transparencia de su histrionismo: “Mi esposa Ana Paula y yo decidimos ir a Cuba para el nacimiento de nuestra hija Ana Emilia Margarita… Consideré que si la hija de un expresidente mexicano no podía nacer en México por el ambiente de persecución que se había fabricado en mi contra, debía nacer en un país de gente digna, amante de la soberanía” (Proceso Edición Especial No. 30).
El curioso caso de Donaldo Colosio
En mi época de estudiante pregunté a un profesor (egresado de Harvard) si él creía que Carlos Salinas estaba involucrado en el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Sin contemplar que su atropellada contestación reforzaba una antigua sospecha, respondió: “¡Imposible! Tuve el honor de visitar la residencia del expresidente, y lo primero que observé al entrar al vestíbulo fue una imagen de Colosio con una veladora encendida”.
triste pero cierto....
ResponderEliminaresto es lo que ningun Mexicano sabe de sus politicos,como mutilan y adieren articulos a la constitucion, maldito maquiavelo hijo de cain.
ResponderEliminarTodo el pueblo de Mexico, sabe, con absolu ta certeza que Salinas es el autor intelectual de tal magnicidio. Salinas es el asesino de Colosio.
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