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lunes, 22 de abril de 2013

Empresas Socialmente Impresentables, ¡uníos contra el hambre!

Primero la educación. Ahora la cuestión alimentaria. Luego, la seguridad social. Y al final, la cereza del pastel, o la enchilada completa: la energía. Con inconfundible tufo salinista, la actual administración se arropa con la bandera de la filantropía en boga, como mártir o niño héroe, y se lanza saleroso al rescate de la patria. Y fiel a la costumbre de la fabricación de engaños, el PRI-gobierno arranca su publicitaria cruzada contra el hambre envolviéndola con ficciones, que para la inteligencia de un adulto son tan sólo equiparables con el relato de la inseminación in-vitro-santo de la incólume virgen María. Las dos olímpicas mentiras piadosas que yacen en el fondo de la santa cruzada se aprecian con entrañable transparencia: una, que el programa paliará efectivamente el hambre en el país, y dos, que las empresas participantes gozan de una calidad moral e infraestructural –en razón de una presunta “responsabilidad social”– para fortalecer el esquema alimentario nacional. Pero el ardid sólo tiene efecto en las limitadas inteligencias de los ejecutores e impulsores de la campaña, en los desangelados –‘rosarinos’– pasillos de la Sedesol o en los laberínticos cubículos de las empresas benefactoras. Otra de las criaturas sofísticas del pacto por México, la cruzada nacional contra el hambre reúne precisamente a las organizaciones políticas y a las fuerzas económicas responsables de la plaga de hambruna que flagela al país. El funesto binomio estado-transnacionales –sociedad anónima orientada al usufructo privado con cargo al erario público– otra vez más cancela la posibilidad de una solución real a un problema real, y en cambio surca el camino para un beneficio real a expensas de un problema consustancial con la coexistencia de dicho binomio: el hambre. 

En correlación con las dos olímpicas mentiras, la frágil legitimidad de la campaña se sostiene, aunque subterráneamente, en otro mito: el de la escasez. Sólo desatendiendo las causas estructurales del hambre, se puede llegar a argüir que un programa de estas características –asistencialista o caritativo– atenderá el problema de la cuestión alimentaria. El mito de la escasez atraviesa toda la fundamentación de la cruzada; es una suerte de argumento subrepticio. Pues si el problema se planteara, no en los términos abstractos del discurso corriente, sino a partir de un cuestionamiento material de las causas, uno se vería obligado a preguntar, ¿por qué un país con pletóricos recursos naturales, y una fuerza de trabajo abundante, con histórica vocación para la producción agrícola, tiene hundidas en pobreza alimentaria a 28 millones de personas? En un estudio elaborado por el Institute For Food and Development Policy, Frances Moore Lappé –el autor– responde con precisión a esta pregunta: “La escasez no es la causa del hambre. La ilusión de la escasez es consecuencia de las extremas desigualdades en el control de los recursos para producir alimentos, que bloquean su desarrollo y distorsionan su empleo”. En otras palabras, si la tenencia de recursos para producir alimentos fuera un derecho subsidiado e inalienable de las comunidades, y no una prerrogativa de un círculo exclusivo de empresas, la misericordiosa cruzada contra el hambre carecería de sustancia, o sería absolutamente innecesaria. El estudio referido no escatima en observaciones atinadamente críticas: “Atribuir el hambre a la escasez es una forma de culpar a la naturaleza de los problemas creados por el hombre. No hay razón, sin embargo, para culpar a nadie por los límites naturales de la Tierra. El hambre existe junto a la abundancia. Esto es lo indignante”. 

Con Walmart, Pepsico y Nestlé a la vanguardia, esta cruzada inaugural de un sexenio saldado a base de repartimiento de despensas, busca continuar con esta estructural e histórica práctica, aplicando la fórmula que mejor conocen PRI-gobierno y transnacionales subsidiarias: el de las pequeñas caridades, grandes saqueos a la población. No es ningún accidente que las empresas señaladas de fomentar la crisis del campo nacional figuren como patrocinadores de los productos que se distribuirán en los 400 municipios seleccionados. Un dirigente de la Central Campesina Cardenista denuncia el artificio inconfesable de la “alianza estratégica público-privada” o “convenio de colaboración gobierno-empresas”: “Las transnacionales acudieron al llamado de la Sedesol para ‘expiar’ sólo en apariencia sus culpas con ‘dádivas’ a los hambrientos… Al final de la Cruzada contra el Hambre no van a erogar un solo cinco, ya que gracias a sus fundaciones sus aportaciones serán deducibles de impuestos. Al contrario, a cargo del erario, recibirán publicidad gratis como las grandes benefactoras” (Proceso). 

Esta política social caritativa, capitaneada por los lobos de pantalón largo, tiene como finalidad poner en marcha una doble estrategia publicitaria para beneficio de ciertos cárteles privados: a saber, proselitismo electoral para el Revolucionario Institucional, y propaganda corporativa con factura a las arcas públicas para provecho de Walmart, Pepsico, Nestlé y consortes. 

La teatral –falsaria– cruzada contra el hambre, conmemora las palabras de un obispo brasileño, que Eduardo Galeano rescata en “Escuela del mundo al revés”. El religioso advertía, no sin pesadumbre: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Y cuando pregunto porque no tienen comida, me llaman comunista”. 

Galeano remata esta evidencia, y desarticula el indiscreto artilugio de la publicitaria cruzada nacional: “La caridad consuela, pero no cuestiona”. 


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