El conocimiento posmoderno… es un conocimiento sobre
las
condiciones de posibilidad. Las condiciones de
posibilidad
de la acción humana proyectada en un mundo a partir
de un espacio–tiempo local.
Boaventura de
Sousa Santos.
Epistemología
del Sur
La marcha del silencio de los zapatistas en Chiapas demuestra
la existencia de un movimiento antisistémico vigente, con la fuerza suficiente
para remover las pantanosas aguas de la política institucional y revitalizar la
discusión con respecto a la misión del zapatismo contemporáneo fuera de ellas.
A estas alturas resulta imposible seguir pensando que su legitimidad depende exclusivamente
de la posibilidad de que el movimiento genere cambios en la correlación de
fuerzas políticas comúnmente agrupadas en izquierda y derecha. Su legitimidad
depende más bien de su capacidad para mantener a sus bases de apoyo en la
construcción de su autonomía, del fortalecimiento de su identidad colectiva y
de sus formas de organización. Las recientes acciones confirman que ese proceso
no se ha detenido, a pesar de lo que digan analistas, políticos y
‘simpatizantes’.
Se ha vuelto un lugar común para los críticos ‘bien
intencionados’ del laboratorio zapatista que si su lucha no lleva agua para el
molino de otros movimientos, o remedos de tales como MORENA, simplemente no
sirve para nada. En esta visión del frente popular, tan cara a la vieja guardia
de la izquierda ortodoxa, los continuadores de la lucha de Emiliano Zapata
tienen la obligación de ser la locomotora que jale los vagones-luchas populares
para arribar al paraíso revolucionario. Sólo estimulando al movimiento obrero,
campesino y popular puede tener el zapatismo carta de naturalización
revolucionaria. De otro modo será simplemente un movimiento más, sin presencia
ni legitimidad para ser considerado parte de la heroica lucha por un mundo de
seres humanos libres de la explotación y la miseria.
En este sentido, se ha acusado al EZLN de mantener un
inexplicable silencio frente a los horrores de la guerra civil impulsada por
Felipe Calderón y el Pentágono, olvidando que en su momento salieron miles y
miles a las calles de San Cristóbal de las Casas para apoyar la Marcha Nacional
por la Paz y la Justicia, encabezada por Javier Sicilia en mayo del 2011. Más
aún: en su andar por los caminos de las lucha por la dignidad, las bases
zapatistas han enfrentado agresiones sistemáticas a su vida y patrimonio –como
a las que ahora estamos expuestos todos- denunciadas por sus juntas de gobierno
desde su fundación en 2003, sin emitir una sola queja o reproche por la
ausencia de movilizaciones de apoyo de los que ahora les echan en cara su supuesto
silencio ante la sombra de muerte y desapariciones forzadas que ensombrece al
país.
En el fondo está, insisto, la ilusión de una marcha
general que agrupe a todos los desposeídos y críticos de la realidad que nos
asfixia para tomar el poder y acabar con el régimen imperante. No se concibe
así la posibilidad de cambiar las cosas día a día, en la práctica cotidiana, en
el espacio inmediato, negándole al poder, centímetro a centímetro, segundo a
segundo, su capacidad para imponer un estilo de vida, una historia, una
cultura, una visión de mundo.
Los procesos en la educación que se están llevando a
cabo en sus territorios demuestra la firme convicción de que solo por medio de
una educación nutrida por los principios de su visión de mundo lograrán romper con la hegemonía del
consumismo y la explotación. Siguiendo la propuesta de Paulo Freire, quien
definió a la educación como un proceso de emancipación a partir de la realidad presente,
de los problemas identificados en la cotidianeidad, los zapatistas construyen
su autonomía sigilosamente, evitando así reproducir las ideas dominantes del
liberalismo caduco.
Asimismo, las juntas de gobierno ponen piedra sobre
piedra para hacer realidad la autogestión, la resolución de conflictos a partir
de valores propios y teniendo en cuenta a la comunidad como eje central de la
impartición de justicia. Se ha comentado que su efectividad y legitimidad
rebasa las fronteras de sus espacios de control, atrayendo a campesinos de
localidades aledañas para solicitar sus oficios para resolver sus conflictos,
evidenciando así la ineficacia y corrupción de los sistemas judiciales
liberales, que no obedecen sino a los intereses de los dueños del dinero.
Todo esto y más en un contexto de carencias
inocultables que hacen la vida difícil para las comunidades zapatistas. Pero no
por eso se puede descalificar el proceso, pues afuera de ellas y en un mundo
caracterizado por la abundancia, la pobreza crece exponencialmente y la
injusticia es la marca distintiva de un capitalismo depredador e inhumano.
Y todo eso puede ser constatado por cualquiera que
viaje a las comunidades zapatistas en Chiapas con un espíritu abierto y libre
de los prejuicios de la modernidad caduca. En lugar de encontrar seres
sometidos, envilecidos por la desesperanza y la molicie -enfermos gracias a los
excesos de una alimentación industrializada y basada en la lujuria de los
sentidos- se puede observar a personas que más allá de poseer se afanan por
ser, a pesar de las agresiones del poder o las carencias materiales. Sin nada
que ocultar, los zapatistas caminan construyendo autonomía, construyendo conocimiento
en la acción. Casi siempre le dejan ordenar las palabras al que coloca un marco
para dirigir nuestra mirada desde afuera, y que inmerso en él nos lo traduce,
exasperando a las buenas conciencias y provocando la ira de los esclavos.
Es por eso que creo que la influencia de sus luchas no
puede ser medida en función de su impacto mensurable en la salud de una
república que los ha olvidado y ninguneado por siglos. Y a pesar de ello, la
contribución fundamental del zapatismo contemporáneo se manifiesta sobre todo en
su esfuerzo por construir conocimiento significativo, una potentia que se justifica por sí misma. Al procurar día a día
evitar ser explotados, ninguneados, marginados y al mismo tiempo, evitar
dominar a otros, dirigir a otros, las comunidades zapatistas edifican un mundo inspirado
en la dignidad humana en las mismísimas montañas del sureste mexicano y de cara
al mundo. Se comprende que los que no conciben un mundo diferente, ensimismados
en un paradigma social caduco, les
resulta imposible valorar semejante lucha. Les parece absurda, irracional; pero
para los que nadan contra la corriente, para los que consideran, como los
estudiosos de la física cuántica, que los movimientos aparentemente invisibles
generan grandes cambios, la entrañable transparencia del zapatismo es un
acicate para seguir remando.
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