El declive del estado liberal en
México ha llenado de claroscuros la realidad nacional. Por un lado el
fortalecimiento del narcotráfico, la pérdida de la soberanía alimentaria,
financiera y comercial así como el sometimiento de la estrategia militar a los intereses
geopolíticos de los Estados Unidos ilustran de manera fehaciente que el estado
mexicano ha cedido poco a poco espacios que en otros tiempos eran considerados
intocable por parte de la clase dominante mexicana.
La otra cara de la moneda tiene que
ver con que, al perder la capacidad de controlar el territorio nacional y a la
población que lo habita, se han abierto espacios en estados como Chiapas o en Guerrero que apuntan a señalar que el
debilitamiento del estado mexicano no es un hipótesis por comprobar sino una
realidad evidente. La intensificación del saqueo de los recursos naturales
configurada por un modelo neo extractivista combinado con el fortalecimiento de
la delincuencia organizada, dentro y fuera del estado, ejerce una enorme
presión sobre las comunidades rurales y urbanas, obligándolas a pasar a la
acción para proteger lo único que les queda: sus vidas y su cultura.
El caso de las policías comunitarias
en la costa chica de Guerrero ha cobrado una dimensión que hace sólo algunos
años nadie hubiera concebido. Ante la ausencia o contubernio de las fuerzas de
seguridad para contener el aumento exponencial del narcotráfico y sus negocios
colaterales (tala clandestina, tráfico de personas, secuestros y extorsiones,
etc.), los pueblos y comunidades que habitan de la tierra donde Lucio Cabañas y
el Ejército de los Pobres que propinaron golpe tras golpe al ejército federal,
han echado mano de la memoria histórica para tomar el problema en sus manos
–emulando el grito zapatista del Ya Basta.
Organizados a partir de su
pertenencia a una comunidad o municipio, los campesinos han utilizado sus
propias armas y formas de organización para conformar milicias y responder a los secuestros, robos,
violaciones y destrucción del medio ambiente perpetrados por bandas de
narcotraficantes que actúan como señores feudales en tierras ajenas, asociados
con los caciques regionales. Seguramente nunca esperaron que los campesinos
respondieran como lo han estado haciendo.
De
acuerdo con una de las organizaciones pioneras de la región, fundada en 1995, la
Coordinadora Regional de Autoridades Comunitaria
(CRAC) “La Policia Comunitaria se
establece como un sistema de seguridad propio, donde cada comunidad elige un
grupo de Policías Comunitarios, coordinados a nivel regional por el Comité Ejecutivo de la PC. Actualmente, son más de 700 los
Policías Comunitarios que prestan servicio gratuitamente, protegiendo a una
población de alrededor de 300 mil habitantes.”
Organizadas
desde 1995, la policía comunitaria cuenta con la participación de 77
comunidades localizadas en 12 municipios: Región Costa Chica: San Luís Acatlán
y Marquelia; Región Montaña: Malinaltepec,Iliatenco, Metlatonoc, Atlamajalcingo
del Monte, Cochoapa el Grande, Copanatoyac, Xalpatlahuac, Tlapa de Comonfort , Xochistlahuaca,
Acatepec.
La
CRAC se articula a partir de las Asambleas Regionales y sus funciones son
financiadas por las comunidades, ya sea para la alimentación de los policías
como de la reeducación de las personas detenidas. “… las autoridades comunitarias y los principales se encargan de
la reeducación, o sea de platicar con ellos (los detenidos) para hacerlos
reflexionar sobre su conducta.” Todo
el proceso se sostiene en las formas que las comunidades han utilizado tradicionalmente
para la resolución de conflictos -lo que algunos llaman usos y costumbres- y
que forman parte del legado de los antiguos mexicanos.
Su éxito ha sido importante, por
decir lo menos, al grado de que el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero
ha empezado a delinear una táctica de contención más sutil: en un principio
procuró ignorar el tema pero ante el aumento del número de comunidades que se
han organizado para enfrentar a los narcotraficantes y sus aliados, los caciques
y terratenientes de la región, se apresta ahora a dividirlos –favoreciendo y
aliándose con algunas y no con todas las milicias- para evitar perder el
control de la zona y sobre todo, de las ganancias que reportan la tala
clandestina y el trasiego de drogas y armas que, en esa zona marginada pero con
una larga tradición de resistencia y lucha contra la explotación y la discriminación,
ha sido la constante por muchos años.
Lo interesante aquí es que con pocos
recursos –escopetas, pistolas y rifles- pero con una enorme densidad moral, los
campesinos de la costa chica están logrando lo que el ejército, las policías
locales, estatal y federal así como los tres niveles de gobierno, con todo su
poder, no han podido o no han querido hacer: contener la violencia desatada por
el crimen organizado y el saqueo de los recursos naturales. Vidulfo Rosales Sierra, del Centro
Regional de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan afirma sin ambages: “No es posible que campesinos organizados con armas de bajo calibre
hagan frente a los delincuentes en cuestión de dos días, mientras el Ejército,
la Marina y las policías con armas de alto poder en más de tres años no han
podido revertir este fenómeno; eso es imposible; no amerita mayor análisis.”
Y eso en mi opinión es un ejemplo
claro de como las comunidades y pueblos, al abandonar la esperanza de que las
autoridades hagan su trabajo han comenzado a trazar una nueva ruta, una
contrapolítica que se sustenta en la confianza de que con la participación
organizada desde abajo se puede concebir un mundo mejor.
El ejemplo ha empezado a cundir en
otras regiones del estado de Guerrero e incluso fuera de él, como el caso de
comunidades de Michoacán. La explotación combinada con la amenaza de sus vidas
ha orillado a los pueblos y comunidades a organizarse por su cuenta para evitar
su desaparición. Las consecuencias de semejante toma de conciencia ha puesto en
estado de alerta a los dueños del dinero y sus empleados, quienes sin renunciar
a sus privilegios buscarán la manera de desarticular el proceso. Pero una vez
desaparecido el encanto de las promesas del estado liberal no hay marcha atrás
y conforme el caos se incremente la población enfrentará el dilema que hoy
enfrentan las comunidades de Guerrero.
No hay que olvidar, en todo caso que,
aunada a la larga historia de resistencia de los campesinos de la Costa Chica
en Guerrero, esta sin duda la presencia del zapatismo contemporáneo en Chiapas,
que ha demostrado que sólo desde abajo se pueden mejorar las condiciones de
vida, la dignidad escamoteada por los de arriba. Sólo prescindiendo de las
reglas del estado liberal y sus formas de organización, el camino será más
claro. Voltear al pasado para construir el futuro desde el presente, caminando.
1 comentario:
El surgimiento de las policías comunitarias a lo largo y ancho del país demuestra claramente el estado de desconfianza y la falta de credibilidad que el estado neoliberal ha generado, así mismo ponen en evidencia que el pueblo se puede unir y hacer efectivo un medio más democrático y participativo de control sobre sus comunidades. Aun con esto es de vital importancia el control total de la población sobre la policía comunitaria, ya que si se forman en organizaciones autónomas, se le presentaría la oportunidad perfecta para que el gobierno las califique de paramilitares o guerrilla, manera suficiente para que ejerza la violencia brutal que ya antes lo ha caracterizado.
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