Escribir por escribir. Carajo, que penoso puede resultar en ocasiones escribir por el simple hecho de escribir, por el afán de cumplir con un compromiso adquirido con uno mismo y/o con un medio informativo. Máxime cuando no se posee un tema concreto y definido que abordar. Además, ¿qué tan significativo puede ser un examen de un fenómeno o suceso acaecido en un mundo cuyo sentido es apreciablemente incierto, vago, nebuloso? En ocasiones el oficio del periodismo puede provocar desgana, especialmente cuando se descubre que las noticias tienen una vigencia transitoria: el periodismo tradicional y el público al que se dirige se destacan por una memoria cortoplacista. Las noticias tienen una fecha de caducidad demasiado prematura. Por consiguiente, perseguir la “nota” implica renunciar a la profundización de asuntos que se antojan vitales.
Si bien uno procura desentrañar el hilo que conduce a conclusiones más o menos perdurables, lo cierto es que el hilo es tan tenue y deleznable que la empresa termina por menguarse. Según nos han enseñado los sabios modernos (nótese el tono despectivo e irónico), la ciencias sociales han de ofrecer las bases para una óptima cognición de la realidad. Y si he de reconocer que el canon y el método vigentes representan herramientas útiles para interpretar parcialmente el mundo, también he de admitir que las ciencias establecidas tienen límites insoslayables.
El oficio del periodista consiste en informar e imprimirle un sesgo a la información. Y es menester subrayar que el sesgo no solo depende del análisis netamente conceptual, sino también, y más profundamente, de cosmovisiones filosóficas subyacentes. En este sentido, a veces se opta por ocuparse de esos asuntos que preceden y subyacen al análisis mismo. Pero hay ocasiones –las menos, felizmente– que ni el escrutinio de los abismos de la conciencia satisface a quien escribe y opina. Y ahí es cuando uno escribe por escribir.
Soy consciente de la multitud de asuntos que requieren de un examen urgente. Y es precisamente esta conciencia la que exige preparar con excesivo cuidado cada conjetura y opinión vertidas. Es indispensable, asimismo, conferir especial atención a la selección de los temas. Lo difícil no es encontrar una noticia sobre la cual se pueda opinar: lo difícil es ubicar una noticia merecedora de estudio meticuloso. La hiperproducción de noticias a escala mundial ha sido altamente eficaz para la promoción de la desinformación: en las aguas de este inmenso rio revuelto, el aturdimiento es la norma; la clarividencia es la excepción. Se hace cada vez más necesaria una inteligencia penetrante, capaz de separar la basura, lo orgánico de lo inorgánico, lo útil de lo desechable. Pero este ejercicio se ha vuelto doblemente difícil a causa de la contaminación que sufren las palabras y el lenguaje: los hechos más insignificantes siempre se anuncian con un tono y un color aparatosos y grandilocuentes, mientras que las noticias de un valor informativo auténtico se les desdeña mediante la manipulación lingüística y el menosprecio alevoso.
El Poder manipula el lenguaje. Y con esta observación quisiera concluir este ejercicio de escribir por escribir. Pensamos con palabras. Y esto lo saben perfectamente quienes tienen a su disposición los recursos de la comunicación. Por ello procuran usar palabras que denoten y connoten lo que suponen políticamente conveniente.
Definitivamente los portavoces del Poder no hablan por hablar, no escriben por escribir: imprimen una intencionalidad calculada... Intentan persuadir, disuadir, seducir.
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