“Debemos entender (…) que una de las razones principales de los secretos gubernamentales es para proteger al gobierno de su propia población” Noam Chomski
El reciente escándalo suscitado por la publicación, en los principales diarios del mundo, de documentos confidenciales de buena parte de los estados nacionales demuestran lo que ya todos sabíamos: que los gobiernos mienten sistemáticamente. Como el niño que grita en la corte que el rey va desnudo -cosa evidente para todos pero que nadie se atreve a decir abiertamente- Wikileaks le han demostrado al mundo lo que muy pocos han venido denunciado por décadas.Frente al debilitamiento de las capacidades fiscalizadoras de los gobernantes frente a sus gobiernos, ha ido ganando fuerza –sobre todo después del 11 de septiembre- la idea de que los gobiernos tienen todo el derecho a ocultar información a la ciudadanía para combatir al terrorismo. En nuestro país el argumento se utiliza para ocultar el atropello sistemático de las garantías individuales, en el contexto de la guerra contra el narcotráfico, así como pavimentar el camino para el saqueo y la corrupción rampantes de nuestros gobiernos.
 Los presidentes  que han sido afectados por los documentos coinciden en señalar que  la información es irrelevante, dejando de lado el hecho de que la mentira  sistemática constituye el punto a discusión y no el alcance de lo  que se ha revelado. Este hecho demuestra que la demagogia es hoy, más  que nunca,  moneda corriente en las relaciones entre gobernantes  y gobernados, la cual se justifica, según los primeros porque está  orientada a satisfacer las necesidades de la ciudadanía, aunque en  las realidad sea todo lo contrario. La mentira sistemática está dirigida  a preservar la impunidad de esos que se desgarran las vestiduras frente  a la tragedia social que vivimos. Es en ese contexto que, al mismo tiempo  que los gobernantes se ufanan de impulsar la transparencia no cesan  de clasificar cada vez más documentos que pudieran incriminarlos. Pero  además, por si fuera poco, se cuidan las espaldas y heredan el poder  con la finalidad gozar de impunidad para continuar con su carrera política.
Los presidentes  que han sido afectados por los documentos coinciden en señalar que  la información es irrelevante, dejando de lado el hecho de que la mentira  sistemática constituye el punto a discusión y no el alcance de lo  que se ha revelado. Este hecho demuestra que la demagogia es hoy, más  que nunca,  moneda corriente en las relaciones entre gobernantes  y gobernados, la cual se justifica, según los primeros porque está  orientada a satisfacer las necesidades de la ciudadanía, aunque en  las realidad sea todo lo contrario. La mentira sistemática está dirigida  a preservar la impunidad de esos que se desgarran las vestiduras frente  a la tragedia social que vivimos. Es en ese contexto que, al mismo tiempo  que los gobernantes se ufanan de impulsar la transparencia no cesan  de clasificar cada vez más documentos que pudieran incriminarlos. Pero  además, por si fuera poco, se cuidan las espaldas y heredan el poder  con la finalidad gozar de impunidad para continuar con su carrera política.
El cansancio de la población va en aumento, cada vez más percibimos la mentira cotidiana de los políticos en turno como un insulto, como una bofetada cínica de los que lucran con la esperanza y la impotencia ciudadana. Los únicos que aplauden los discursos llenos de mentiras y verdades a medias son los integrantes del círculo cercano de los tiranos modernos, esos que viven como parásitos, incrustados al erario público. Y eso sí, aplauden hasta la ignominia, tratando de llamar la atención de sus jefes para demostrarles su lealtad.
 Lo peor de  todo es que, como mienten prácticamente todo el tiempo, acaban por  creerse sus propias mentiras al grado de que cuando son confrontados  por un periodista o un ciudadano común se enojan y los intimidan, haciéndose  los ofendidos por la duda. En todo caso, el caso de Wikileaks  pone en la mesa la debilidad de la mentira y de los gobernantes, a pesar  de su poder económico y policiaco-militar, cuando se enfrentan con  un ciudadano de veintitrés años que no olvidó cual es su deber.
Lo peor de  todo es que, como mienten prácticamente todo el tiempo, acaban por  creerse sus propias mentiras al grado de que cuando son confrontados  por un periodista o un ciudadano común se enojan y los intimidan, haciéndose  los ofendidos por la duda. En todo caso, el caso de Wikileaks  pone en la mesa la debilidad de la mentira y de los gobernantes, a pesar  de su poder económico y policiaco-militar, cuando se enfrentan con  un ciudadano de veintitrés años que no olvidó cual es su deber.
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