Danny G. Monsalvez, Universidad de Concepción
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La derecha política y su discurso “mediático” lograron imponerse finalmente el 17 de enero de 2010; con ello se materializó aquella perorata y práctica que tanto daño le ha hecho a la actividad política como es la muerte de las ideologías, teorías y proyectos de transformación social; es decir, hoy -de cuerdo a aquella visión- se impuso (no sabemos hasta cuando o hasta que grados) aquel pensamiento único y hegemónico; O bien como señala Tomás Moulian que al aceptar la muerte de las ideologías “es hacerle caso a la única ideología actualmente viva, que es el neoliberalismo, que es una ideología potentísima además, que anuncia la muerte de las ideologías, pero actúa como una de ellas: tiene un proyecto de sociedad, tiene aparatos ideológicos que permiten difundir esta idea de sociedad, sean ellas universidades, medios de comunicación, etc.” (Moulian, 2005: 99).
No obstante aquello, la segunda vuelta presidencial exteriorizó un par de acciones o fenómenos que reflejan la ambigüedad conceptual e inopia política que algunos sufren casi de manera crónica. El primero es aquel discurso que algunos pregonan con tanta fuerza de la objetividad, neutralidad e imparcialidad en el análisis de los hechos o procesos. Bajo ese discurso se pretende aparecer ante la opinión pública y la sociedad como un sujeto “políticamente correcto”, pero por sobre todo que no se llegue a advertir la ideología, credo o intención en la opinión y reflexión de quien la entrega.
De esta manera y tal como dice el columnista Carlos Peña, determinados sujetos “…creen que la imparcialidad intelectual obliga a ser neutral, la prudencia a suspender el juicio, el equilibrio a no decir nada, la cultura a pronunciar vaguedades, la reflexión a un si es no es permanente, la bondad a ser perdonavidas, la independencia cívica, la amistad a cuidar las redes como hueso santo, y el prestigio a no quebrar ni un huevo” (Carlos Peña, El Mercurio, domingo 10 de agosto de 2008, p. D 19).
Por ello es que nos parece curioso y llamativo (por decirlo menos) que aquellos que con tanta fuerza enarbolan las banderas de la objetividad, neutralidad, imparcialidad, que quieren presentarse ante la comunidad como apolíticos, independientes y que al mismo tiempo critican a quienes toman posición, son los primeros en caer en contradicciones, especialmente cuando se va a producir un cambio de coalición política en la conducción de Gobierno. En ese sentido, lo expuesto anteriormente va estrechamente ligado a otro fenómeno y que -también- es uno de los más comunes, el cual denominamos “saliendo del closet (político)” o como lo escuché recientemente una “tercera vuelta”.
¿En qué consiste aquello?. En que determinados sujetos al visualizar un posible cambio de gobierno, no dudan o trepidan en situarse del lado de quienes tienen mayores posibilidades de triunfo para posteriormente ubicarse en las esferas de aparto burocrático del Estado. Peor aun, no falta el “converso” que reniega de su pasado, de su historia, de lo que fue en algún momento y aprovecha la oportunidad para “darse vuelta la chaqueta” y pasar a constituirse en parte constitutiva del nuevo oficialismo.
Lamentablemente en los momentos de crisis políticas o en coyunturas eleccionarias aparece lo peor del ser humano: el oportunismo, figuración mediática, ansias de poder, ocupar cargos de confianza, aprovechar la instancia para pedir, solicitar y reclamar más de algún favor, alguna vuelta de mano a cambio del voto o por el apoyo brindado al sector político triunfante.
Para finalizar que mejor que citar a José Ingenieros en su clásica obra “El hombre mediocre”:
“…su vida es perpetua complicidad con la ajena. Son huestes mercenarias del primer hombre firme que sepa uncirlos a su yugo. Atraviesan el mundo cuidando su sombra e ignorando su personalidad. Nunca llegan a individualizarse: ignoran el placer de exclamar “yo soy”, frente a los demás. No existen solos. Su amorfa estructura los obliga a borrarse en una raza, en un pueblo, en un partido, en una secta, en una bandería…así medran, siguen el camino de las menores resistencias, nadando a favor de toda corriente y variando con ella; en su rodar agua abajo no hay mérito: es simple incapacidad de nadar agua arriba. Crecen porque saben adaptarse a la hipocresía social, como las lombrices a la entraña” (p. 116).
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