sábado, 29 de noviembre de 2014

Ferguson, Missouri e Iguala, Guerrero: contra el TLCAN-NAFTA y el Estado policiaco

A menudo pasa inadvertida la relación que existe entre la convulsión social en Estados Unidos y en México. No señalar la consanguinidad de las dos agitaciones es un error que puede conducir a falsas interpretaciones. Estamos frente a un cuestionamiento mucho más profundo que la mera cuestión racial en EE.UU. o la inseguridad en México. Ferguson, Missouri e Iguala, Guerrero son los focos sísmicos de un proyecto geopolítico que se basa en la concentración de las fuentes de riqueza y poder, en detrimento de las poblaciones involucradas en esa insana modalidad de integración regional: a saber, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). Este bloque transterritorial, que comprende a Estados Unidos, Canadá y México, tiene dos características fundamentales: uno, la confiscación de patrimonios y derechos para una ulterior concentración de poder; y dos, la criminalización de la totalidad de la población civil con base en políticas confrontacionistas –la guerra contra el crimen y la guerra contra el terrorismo–, administradas por un Estado configurado policiaca y militarmente. Para los hiperacumuladores pone a disposición todas las bondades; para la población sólo ofrece vacíos legales, invisibilización, exposición a la muerte, controles rigurosos, violencia militar. 

Cabe hacer notar que la detonación de la indignación en ambos países estuvo precedida por el asesinato de personas que integran ese sector que, en los cálculos del poder, están tipificados como “residuales” o “desechables”. No es un tema racial, como sugieren algunos. Es un tema de clase. La comunidad afroamericana en Estados Unidos y los normalistas en México están encuadrados en las coordenadas de excepcionalidad y violencia que acarrea esa modalidad específica de integración regional. 

No es accidental que los discursos públicos de los dos mandatarios –Barack Obama y Enrique Peña– sigan más o menos la misma tesitura. Ninguno de los dos refiere o atiende los problemas de fondo. Ambos se ciñen a un guión de soluciones cosméticas, y falsos antídotos que redundan en una profundización del autoritarismo. Los dos se apropian oportunistamente del reclamo colectivo, con la típica lágrima de cocodrilo, manifestando preocupación por los casos en cuestión, pero invariablemente seguido por épicas alocuciones encomiásticas del orden establecido, y condenando a la par todo acto ciudadano fuera del marco de la ley. “Incendiar edificios, prender fuego a automóviles, destruir bienes y poner personas en peligro… no hay excusa para eso” (Barack Obama); “El dolor que siente el país tampoco es justificación para recurrir a la violencia o el vandalismo. No se puede exigir justicia violando la ley” (Enrique Peña). 

La prueba más clara de la indisposición de las autoridades para atacar la raíz del problema, y del carácter falsario de sus discursos efectistas, es el incremento de efectivos militares o policiales en las calles de los dos países. En Missouri, el gobierno del estado, con la venia del gobierno federal, aprobó el despliegue de más de 2 mil 200 elementos de la Guardia Nacional. Por añadidura, en Estados Unidos y en México las detenciones están a la orden del día. Tan sólo en Los Ángeles se estima que más de 300 personas fueron arrestadas. En México se tiene conocimiento de 11 personas, recluidas en penales de máxima seguridad, en procesos llenos de irregularidades jurídicas y graves violaciones a las garantías individuales. 

Esta respuesta represiva e histérica es sintomática de la magnitud de los intereses involucrados: a saber, dos proyectos de Estado íntimamente entrecruzados que sólo consideran un valor fijo: el beneficio irrestricto de las oligarquías regionales. Los círculos del poder político están especialmente nerviosos con el curso de las movilizaciones en los dos países. Temen la seriedad de la consigna ciudadana en Estados Unidos: “We are a movement; not a moment” (“Somos un movimiento; no un momento”). O la variante mexicana: “Todos somos Ayotzinapa”. El temor cobra más fuerza cuando descubren que las movilizaciones cuentan con una organización que no es coyuntural, sino que está arraigada en experiencias de lucha homólogas: Occupy Wall Street y #YoSoy132

En ambos casos, el fermento de las protestas es más o menos el mismo: homicidios brutales, encubrimiento de los autores materiales e intelectuales, respuesta represiva a las manifestaciones, militarización de las calles, negligencia de las autoridades. 

La tesis acá es que las causas profundas del malestar ciudadano también son comunes: desvalorización de la fuerza de trabajo, militarización de la seguridad, policialización de la vida pública, desprotección jurídica de la población, concentración de las fuentes de riqueza, desmantelamiento del piso de derechos sociales, bancarrota de las instituciones políticas. 

Ferguson, Missouri e Iguala, Guerrero, apuntan en la misma dirección: el resquebrajamiento del TLCAN-NAFTA, y la desarticulación del Estado policiaco.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Iguala y Tlatelolco: lo que los une y lo que los separa. 1/2

La comparación entre estos dos hechos históricos puede parecer a primera vista una exageración pero debe ser útil para analizar los cambios y permanencias de la sociedad y el estado en México. Huelga decir que las matanzas en Iguala y Tlatelolco tuvieron las mismas víctimas: los jóvenes estudiantes ejerciendo su derecho a la libre manifestación de ideas. Es por eso que se impone la necesidad de establecer algunas líneas de comparación que nos permitan comprender mejor los tiempos que estamos viviendo.

Lo primero que conviene destacar es el cambio de un estado que en el 68 se definía como un estado de bienestar, protector de la incipiente industria nacional y estrechamente relacionado con los distintos sectores corporativos del partido del estado. El estado mexicano de fines de la década de los sesenta conservaba la ideología de la revolución mexicana aunque se empezaban a notar debilidades en el régimen político, sobre todo en su capacidad para incluir en el pacto corporativo a los sectores emergentes de una sociedad que se alejaba cada vez más del mundo rural para concentrar a la mayoría de la población en las ciudades. Un estado que se enfrentaba a una sociedad más activa y crítica de la lógica excluyente de un régimen incapaz de gestionar y satisfacer las nuevas demandas sociales emanadas del cambio demográfico de las décadas posteriores al fin de la segunda guerra mundial.

En los años ochenta el giro en el carácter del estado para organizarse alrededor de las máximas neoliberales corta de tajo la posibilidad de darle continuidad al proyecto de la revolución. Este hecho modificó profundamente las relaciones entre estado y sociedad, alterando para siempre las expectativas de los sectores sociales en ascenso para colocarlos en un estado de precariedad hasta nuestros días. Las reformas estructurales se mantuvieron a pesar de su costo político y como solución parcial el régimen efectuó varias reformas políticas para ajustarse a una situación en la que el partido del estado perdería paulatinamente su hegemonía para convertirse en un partido dominante.

En este sentido, el estado que articula la represión al movimiento estudiantil en 2014 no es el mismo que el del 1968, -aunque cumpla con la misma misión. La composición de los integrantes de los gobiernos mexicanos de hoy no se parece mucho a la del sexenio de Díaz Ordaz así como tampoco su ideario político. Sin embargo, su mesianismo y su desconfianza de la participación política de la ciudadanía no se han alterado casi nada, a pesar de todas las leyes surgidas al calor de la llamada transición política mexicana. Y otro detalle: la relación entre los políticos y los militares ha cambiado sustancialmente en la última década. Hoy estamos frente a una situación en la que la participación de los militares en la política ha dejado de ser un tabú político para convertirse en moneda corriente. Seguramente un análisis de contenido de las declaraciones y menciones de las fuerzas armadas en la prensa contemporánea confirmaría la hipótesis que apunta a un mayor protagonismo político de los militares en el gobierno nacional y en la definición de los grandes problemas nacionales.

De lo anterior se podría afirmar que el estado mexicano contemporáneo es un estado más alejado de la población, más dependiente de los mercados financieros internacionales y con menores niveles de autonomía en la toma de decisiones económicas internas y de política exterior. Es por lo tanto un estado mucho más sensible a los dictámenes de los organismos financieros internacionales y las necesidades de las grandes corporaciones internacionales y por ende, menos dispuesto a escuchar y gestionar los intereses de las mayorías.


Esto puede verse reflejado en la forma en que se diseñó y ejecutó la represión. En el 68 la matanza la realizó directamente el ejército y el presidente aceptó su responsabilidad en los hechos con el argumento de que había que detener una conspiración internacional para acabar con el estado mexicano, muy en el estilo de la guerra fría, lo que además neutralizó cualquier protesta de los países de occidente. La matanza de Iguala, sin negar la responsabilidad del ejército en los hechos, fue llevada a cabo por grupos de narcotraficantes que, en el mejor estilo paramilitar, procuraron ocultar la responsabilidad del estado. De hecho Peña Nieto y su gabinete la han negado sistemáticamente, lo que ha generado una ola de descontento popular en constante crecimiento. Sin embargo, en ambos casos, el agravio a la sociedad mexicana ha sido visto como un parteaguas en la historia nacional. ¿Cómo reaccionó la sociedad ante Tlatelolco e Iguala? La respuesta aparecerá en nuestra próxima entrega.

viernes, 21 de noviembre de 2014

RIP al PRI

Foto: La silla rota
La semana pasada se propuso un programa de acción embrionario que aspira a inaugurar un horizonte deliberativo en el espacio público, en el marco de la agitación política que envuelve al país, y en aras de responder con tenacidad política a esa trama coyuntural que algunos llaman “la llama de la insurgencia”. Cabe resaltar, a modo de glosa marginal, que las movilizaciones ciudadanas –a pesar de la desconfianza e indiferencia que priva en ciertos sectores poblacionales– sí tienen un valor social y político fundamental: afirma la transferencia de la política de los intrascendentes curules a la calle. Señala el encuentro de colectivos e individuos, que es un primer paso en la organización ciudadana y la gestión autonómica de los asuntos públicos. En esta oportunidad nos ocuparemos de ampliar la agenda, con la propuesta que enuncia el título: RIP al PRI 

Vale recordar las primeras dos propuestas o tareas, trazadas en la colaboración anterior: frenar el estado de horror, y desmontar el narcoestado. Para alcanzar estos objetivos se expuso un programa de acción tripartito: “uno, recuperar el control de la seguridad, que es el objetivo de las policías comunitarias y las autodefensas; dos, congelar los procedimientos políticos de representación (boicot electoral), que es la propuesta de Javier Sicilia; y tres, habilitar canales alternativos de gestión de los caudales presupuestarios públicos” (http://lavoznet.blogspot.mx/2014/11/fin-al-narcoestado.html). 

La iniciativa de Javier Sicilia (boicot electoral), que también promueve el rector de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (Ir a nota: http://www.proceso.com.mx/?p=385654), bien puede articularse al programa que acá se formula. 

A continuación se reproduce un texto que vio luz en el marco de las protestas anti-imposición, en el preámbulo de las elecciones de 2012, y que expone con detenimiento las aristas clave de esta tercera propuesta de acción ciudadana. El documento cobra más vigencia en el ciclo de lucha que atraviesa actualmente la sociedad. 

El texto tiene además el valor de recuperar el significado político e histórico del #YoSoy132. Y en este sentido, también es un ejercicio de voluntad de la memoria. 

Más que un programa de acción concreto, se trata de un primer planteamiento del problema. Por ahora sólo cabe hacer una observación introductoria: el PRI no es un partido; el PRI es una forma de hacer política, una modalidad específica de Estado: en suma, una realidad nacional. 


La tercera tarea es dar sepultura a la política dominante: RIP al PRI 

El #YoSoy132 tiene claro cuál es el enemigo a derrotar, y lo define con precisión histórica, política e intelectual. 

El PRI, dicen los aspirantes a sepultureros del octogenario, es el más oneroso lastre de México. Pero no el PRI como noción o estructura llanamente partidaria; más bien el PRI como forma de Estado, como dictadura oficial que recurre al mimetismo multicolor (PAN, PRD etc.) para generalizar su monopolio. La competencia interpartidista no suprime el carácter monopólico del PRI, su fundamento empírico e ideológico, simplemente lo universaliza, le provee tentáculos que allanan el camino para una extensión irrestricta, anidándose, con éxito otrora irrefrenable, en las conciencias de todo un pueblo. Es la voluntad de una élite, cortejada por una sociedad que no acaba de fundar una auténtica patria, una sociedad hasta ahora incapaz de romper la siniestra sucesión de fracasos que la definen, aún titubeante ante la opción de un horizonte exento de coloniaje. El PRI es la expresión más nítida del carácter prehistórico de la nación mexicana. Es un signo de impotencia, es un recordatorio de la insuperable infancia de un pueblo que se debate entre el ser o no ser. Es un poder que miente y se miente a sí mismo, pues sólo la mentira convalida o excusa su existencia. Es la corrupción disfrazada de legalidad. Por eso la impunidad constituye un componente identitario persistente en su actuar. El PRI, de acuerdo con el #132, es una realidad nacional, una manera de ser, marcada por el autoritarismo, la degradación de la persona, la simulación sin recato, la mentira como factor aglutinador. Es el mito fundacional (Quetzalcóatl) devenido poder fetichizado (PNR, PRM, PRI-Estado). 

La irrupción del #132 anuncia la caducidad del sistema-Estado priista, y la nulidad de sus personeros PAN-PRD. Supone una conmoción en los cimientos de un edificio en ruinas. Se ha abierto una llaga en la parte más vulnerable de un cuerpo político doliente: su legitimidad ideológica. El #132 reprueba las formas caciquiles, congénitas al PRI-gobierno, no sólo discursivamente, sino también, y acaso más vigorosamente, en la práctica. Cabe aquí hacer un paréntesis para advertir que la expresión más vívida de los resabios ideológicos priistas se observa en los alaridos que acusan al #132 de estar dirigido por un cacique. El cacicazgo dormita en la psique de las conciencias retrogradas, y a menudo se le endosa a los grupos en animadversión con el gobierno constituido. Pero no es otra cosa que un síntoma de una deformación patológica, tristemente presente en muchos mexicanos, que impide concebir una asociación humana desprovista de caciques, caudillos o dirigentes protagónicos. Para el PRI-conciencia, todo acto es resultado de un proceso vertical, jerarquizado. 

Empero, en esta renuncia deliberada a las formas y fórmulas priistas, el #132 prefigura un cosmos social que niega categóricamente la persistencia del cacicazgo, y envía un mensaje tácito pero irreductible: los mexicanos no necesitan ser conducidos. 

Dice el refrán que 'muerto el perro se acabó la rabia'. Pero acá se invierte la ecuación. La enfermedad que por mucho tiempo nos cegó, inmovilizó, enemistó, está siendo erradicada con base en un remedio efectivo: el encuentro con el otro, la unión, la colaboración horizontal. Una vez neutralizada esta rabia, el perro se queda solo, sin argumentos, en estado de indefensión. El PRI no será más necesario: México quiere “ser”. Desde abajo se construye una sociedad cuyos postulados son: “Justicia, Dignidad, Autonomía”. En una comunidad que predica estos principios, el PRI-realidad-nacional es un anacronismo. 

El fin del PRI es deseable, y virtualmente inexorable. Como alguna vez profiriera el infame Fox: tan sólo “hay que darle un empujoncito”.

martes, 18 de noviembre de 2014

Comunicado ciudadano contra la celebración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe - Iniciativa de Firmas


A la Opinión Pública Veracruzana 
A Medios Libres, Autónomos y Organizaciones Civiles 
A la Prensa Nacional e Internacional 
A las Delegaciones Deportivas de Centroamérica y el Caribe 
A todas las mexicanas y los mexicanos 

Frente al clima de violencia, represión, duelo e inseguridad que priva en todo el territorio nacional, y en particular el estado de Veracruz, la red de organizaciones abajo firmantes, hace pública su postura respecto a la celebración de los “Juegos Centroamericanos y del Caribe”. E igualmente por este conducto, manifiesta su enérgico repudio e indignación por los hechos ocurridos en el municipio de Iguala, Guerrero, el pasado 26 de septiembre de 2014, donde perdieron la vida seis personas, entre ellas tres estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, y 43 más se encuentran desaparecidos, sin que hasta la fecha se tenga conocimiento preciso de su paradero, en una secuencia de acontecimientos envueltos en una incorregible opacidad, pero que a todas luces involucra graves violaciones a los derechos humanos, tales como la tortura, la desaparición forzada, y la ejecución extrajudicial. Figuras delictuosas que por definición son efectuadas por agentes estatales o por grupos extralegales que actúan con la aquiescencia del Estado. 

En este sentido, y en respuesta a los dos escenarios antes referidos, manifestamos lo siguiente: 

1. Las organizaciones acá reunidas, se suman al reclamo de justicia para los normalistas de Ayotzinapa, y expresan su solidaridad incondicional con las familias de los 43 estudiantes desaparecidos. En atención a la emergencia nacional, este reclamo de justicia se hace extensivo en beneficio de todos los familiares de las víctimas de la violencia de Estado, y de la narcoguerra que mantiene en vilo a la familia mexicana, cuyo saldo de terror es humanamente inaceptable. 

2. La movilización ciudadana que surgió tras los hechos criminales en Guerrero ha cobrado fuerza y extensión. El Estado Mexicano, a menudo intolerante con la acción social autónoma, trata de frenar la creciente indignación popular, con tácticas de amedrentamiento e intimidación. Por ello, se demanda el cese de hostigamiento a la sociedad mexicana en general, a la población civil veracruzana en particular, y especialmente a los estudiantes y jóvenes, que son estigmatizados de forma sistemática, y en cuya satanización se incuba –como demuestran los hechos represivos en Guerrero– el germen de la agresión estatal. 

3. Para el caso de Veracruz, cualquier amenaza o acto de violencia en contra de la ciudadanía, será atribuida al Gobierno del Estado, y se hará responsable al Gobernador en funciones, Javier Duarte de Ochoa, por cualquier acto que redunde en represión. 

4. En el territorio Veracruzano, las realidades predominantes son la inseguridad, la persecución ciudadana y la corrupción gubernamental. Y aunque la procuración de seguridad y justicia es una tarea fundamental de las instituciones, en Veracruz las autoridades públicas han renunciado al conjunto de obligaciones y facultades que establece el ordenamiento jurídico mexicano, arrastrando al estado a una espiral de violencia, empobrecimiento sostenido, desprotección jurídica y bancarrota política. Veracruz es un campo de guerra, y un paraíso de la criminalidad. La entidad ocupa el segundo lugar en materia de secuestros, únicamente detrás de Tamaulipas, y uno de los primeros sitios en materia de desaparición forzada. De acuerdo con cifras de la Procuraduría General de Justicia del Estado, de 2011 a 2014 desaparecieron 665 personas. En 2014 se reportaron 81 de estas ausencias. Y la cifra va en ascenso, en un entorno de negligencia e impunidad. En relación con la libertad de prensa y la situación de los informadores, la entidad veracruzana presenta un saldo ominoso. La Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias advierte que el estado de Veracruz concentra el 50 por ciento de los homicidios contra periodistas en México desde 2011. Hasta febrero de 2014, se contabilizaron 10 periodistas asesinados, cuatro desaparecidos, y 132 agresiones contra la prensa estatal. Según la organización Reporteros Sin Fronteras, el estado de Veracruz es uno de los 10 lugares más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo. Por añadidura, cabe resaltar que todo el territorio nacional es centro de operaciones del crimen y el narcotráfico, y sus ejércitos regulares e irregulares tienen carta de ciudadanía, y licencia para matar o delinquir con el aval cómplice de la autoridad pública. 

5. En este trágico contexto, el Gobierno del Estado de Veracruz se dispone a celebrar unos “Juegos Centroamericanos y del Caribe” con poca o nula aceptación ciudadana, y empañados por escándalos de malversación de fondos públicos, cambios de uso de suelo fuera del marco de la ley, censura sistemática de la prensa local, y graves violaciones a los derechos humanos, particularmente de los migrantes procedentes de esos países que ahora, el Gobierno del Estado, se dispone a recibir hipócritamente con los brazos abiertos. 

6. Solicitamos la comprensión y sensibilidad de las delegaciones que tienen programado visitarnos, y exhortamos a los atletas, y a la población en general, a que se unan a nuestro reclamo. Sabemos que estos eventos entrañan ilusiones para los deportistas. Pero si alguna delegación condena públicamente la acción violatoria del Estado, en solidaridad con la crisis humanitaria que envuelve a nuestra entidad, será acreedora de nuestro más profundo reconocimiento. 

7. Somos conscientes de la pluralidad que existe en el terreno de la lucha política. No obstante, es preciso hacer notar que nuestras acciones de reprobación a los “Juegos Centroamericanos y del Caribe”, se ciñen a una agenda cuyos procedimientos son enfáticamente pacíficos y civiles. 

8. Refrendamos la postura pública adoptada por diversas organizaciones civiles, incluida la comunidad universitaria, respecto al carácter socialmente agraviante e inoportuno de la competencia deportiva en puerta. Serán los Juegos del Hambre, Sangre e Injusticia. 

Xalapa Veracruz a 14 de Noviembre de 2014 



Lista de firmantes: 

Colectivo La digna voz 
Colectivo por la Paz Xalapa 
#YoSoy132 Xalapa 
#YoSoy132 Encuentros Nacionales 
#YoSoy132 Internacional 
Tercera Generación Maestría en Ciencias Sociales IIH-S (Universidad Veracruzana) 
Iniciativa Ciudadana para la Investigación Social y los Derechos Humanos 
Pobladores Asociación Civil 
Alianza Internacional de Habitantes 
Encuentros YoSoy132 Madrid 
Foro Teatral Área 51 A.C. 
Colectivo ACERO-JCM 
Colectivo Benita Galeana-JCM 
Asamblea Popular Monumento a la Revolución 132 
Mesa de Transformación Política y Vinculación con Movimientos Sociales 132 
Unidad de Artes – Universidad Veracruzana 
El Candigato Morris 
La Asamblea Veracruzana en Defensa Ambiental (LAVIDA) 
Educación para el Desarrollo Comunitario Emiliano Zapata A.C. 
Pueblos Unidos de la Cuenca Antigua por los Ríos Libres 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Fin al narcoestado

En las redes sociales circula una verdad que sólo algunos incautos se atreverían a objetar: a saber, que “la llama de la insurgencia está encendida”. Esta enunciación tiene básicamente dos implicaciones: una, que el país mudó de ánimo, que transitó de la indiferencia a la indignación; y dos, que la llama es sólo eso: una luz momentánea. La primera da cuenta de un estado de humor nacional, precedido por una larga secuencia de atropellos sin reparación, y un sentido de justicia sistemáticamente agraviado. (En cualquier rincón del país se puede escuchar un sonoro ¡ya me cansé!). La segunda indica el carácter volátil y transitorio de ese ánimo. De esta ecuación se desprende una consigna, que coincidentemente circula con el mismo eco en la redes: ¡desobediencia civil ya! En algo está de acuerdo la mayoría de la población en México, y es justamente en la necesidad de actuar, y preferentemente sin demoras. El sentido de urgencia no es en ningún modo una conjura contra la necesidad de reflexión metódica: es tan sólo el imperativo temporal que nos impone la magnitud de la crisis. Es preciso pensar y actuar. Y pensar y actuar ya. Un día en el presente nacional equivale a decenas de muertos a manos del crimen, la guerra y el Estado. 

Y puede ser que la muerte no tenga remedio; que no exista una figura de reparación mínimamente compensatoria para ese daño. Esta es una idea que seguramente a todos nos asalta con cierta frecuencia. Con más razón las muertes no pueden ser en vano. La magnitud del agravio debe traer consigo un desagravio de magnitudes mayúsculas. En México ni siquiera es meritorio de la verdad jurídica: acá la muerte encierra una triple injusticia: la de la criminalización, la de la humillación y la del olvido. La muerte impune y la impunidad letal son las divisas dominantes del narcoestado mexicano. 


Frenar el estado de horror es la primera tarea 

Precisamente el pensamiento y la acción deben abocarse a este primer objetivo. Los crímenes contra los normalistas en Guerrero arrojaron luz sobre un hecho que ahora es incontrovertible: la delincuencia organizada es el Estado, y el narco es el jefe supremo de ese Estado. Aún con toda la parafernalia pericial y mediática, las familias de los 43 estudiantes desaparecidos mantienen firme su tesis: “Se los llevó la autoridad municipal; en complicidad con otra gente, pero se los llevó la policía en unas patrullas, se los llevó la autoridad… Pueden haber mil líneas de investigación pues ya sabemos que en Guerrero te ejecutan, te desaparecen, te asesinan, te encarcelan, te reprimen y no pasa nada. Eso ya lo conocemos nosotros. Pero no queremos que se desvíe la investigación de que los policías se los llevaron, y el Estado tiene que responder por eso. Fue su crimen” (Proceso 25-X-2014). 

El Ejército Popular Revolucionario (EPR) refuerza esta hipótesis: “Los misteriosos civiles [a los que presuntamente fueron entregados los estudiantes]… son militares en misión contrainsurgente de paramilitarismo”. Otra vez la imputación del crimen es atribuida a la autoridad.

En este sentido, la inferencia es prácticamente una obviedad: la autoridad es responsable de este episodio de horror. 

Pero si nos remitimos a los hechos, y a la intuición práctica, descubrimos que esta ocasión de crimen barbárico no es un incidente aislado. En toda la geografía nacional se presentan situaciones análogas. Y los señalamientos de la población con frecuencia apuntan a la autoridad: efectivos militares, policías, paramilicias al servicio de un poder público o privado, etc. 

El Estado no sólo no es garante de los derechos humanos, sociales o civiles: el Estado es el principal transgresor de estos derechos. La suspensión de garantías individuales y colectivas es el oficio no declarado de ese Estado. 

Frenar el estado de horror forzosamente implica tomar el asunto de la reparación o procuración de justicia en manos de la población civil. No le podemos seguir pidiendo al verdugo que repare sus crímenes. Decretar el divorcio radical de la sociedad y el Estado es un paso firme en esa dirección. 

El Estado –se sostuvo en otra ocasión– “es el responsable de los crímenes en Guerrero por dos razones: uno, porque involucra directamente a personal estatal en los actos represivos-delictivos; y dos, porque el Estado es el facilitador de las empresas criminales, suministrando, a través de las políticas que impulsa, la trama legal e institucional que permite el libre albedrío de los negocios privados, aún allí donde tales intereses particulares entrañan altos contenidos de criminalidad, horror e ilegalidad” 

La pregunta, en todo caso, es cómo denunciar e imputar penas categóricas al Estado. 


Desmontar el narcoestado es la segunda tarea 

El renglón jurídico de la lucha o insurgencia es sólo un acercamiento germinal. La insurgencia debe ocuparse de una tarea todavía más compleja: a saber, desmontar el conjunto de relaciones e intereses objetivos que priman en la vida pública nacional. El desmantelamiento del narcoestado es el objeto fundamental de esta segunda tarea. 

¿Qué es un narcoestado

“Un narcoestado es uno donde la institución dominante es la empresa criminal. Los funcionarios de ese Estado están todos coludidos con el narco, pero no por una cuestión de corruptelas personales o grupales, sino sencillamente porque el narco es el patrón de ese Estado. La narcopolítica es la cría de los negocios criminales, creada por y para la empresa criminal. Y con los narcofuncionarios, los patrones –la empresa criminal– ganan mucho más. En este sentido, la impotencia o negligencia de las instituciones para perseguir a los delincuentes es la ley natural de un narcoestado. El Estado es el brazo legalmente armado de la empresa criminal...” (La Jornada Veracruz 17-X-2014). 

El narcoestado es el modo de organización de los intereses dominantes, y por consiguiente, el facilitador de los crímenes de lesa humanidad que estrangulan al país. 

El narcoestado se basa en el control de la seguridad y la política, a través del sicariato generalizado, la confiscación de presupuestos estatales y municipales, el financiamiento de campañas electorales, y la infiltración de los negocios criminales al interior de las corporaciones militares y policiacas. 

Esta penetración o ensamblaje criminal se traduce en una disminución de gubernamentalidad de las instituciones formales. El poder del Estado termina allí donde comienza la vida de la empresa criminal. 

En este sentido, desmontar el narcoestado involucra por lo menos tres programas de acción: uno, recuperar el control de la seguridad, que es el objetivo de las policías comunitarias y las autodefensas; dos, congelar los procedimientos políticos de representación (boicot electoral), que es la propuesta de Javier Sicilia; y tres, habilitar canales alternativos de gestión de los caudales presupuestarios públicos. 

La “llama de la insurgencia” no debe desviarse de esta coordenada fundamental: ¡fin al narcoestado!




martes, 11 de noviembre de 2014

Los JCC en Veracruz: tapando el sol con un dedo.

La inminente inauguración de los "Juegos Centroamericanos y del Caribe" en el estado de Veracruz obliga a reflexionar sobre el papel que juegan este tipo de actividades deportivas en el entramado social y político de una sociedad determinada. Vaya como hipótesis la idea de que este tipo de justas, enarbolando los principios de la paz y la concordia entre los pueblos, funcionan en realidad como tapaderas de los conflictos entre grupos sociales al mismo tiempo que reditúan enormes ganancias, tanto a los organizadores –gobiernos y federaciones– como a las empresas locales e internacionales.

La reciente celebración del mundial de fútbol en Brasil no dejó lugar a dudas de lo que está en el centro de este tipo de competencias: el afán de lucro desmesurado, alimentado por el desplazamiento de enormes cantidades de personas para la construcción de elefantes blancos que sólo sirven para lavar dinero y alimentar el tráfico de influencias; pero además sirven para promover el ‘fair play’, que es exactamente lo que no existe en el mundo de los negocios y por ende tampoco en las relaciones entre gobernantes y gobernados. Me pregunto si en realidad existe en las propias competencias deportivas, avaladas en este caso por corporaciones internacionales profundamente corrompidas como es el caso de FIFA.

En el caso de Veracruz las cosas no son muy diferentes. Empecemos con los negocios, columna vertebral de las justas internacionales. El cambio de uso de suelo así como la adjudicación del contrato a las empresas Casas Carpín y Constructora Ara, para albergar las villas para los atletas, fue sólo una maniobra perversa para facilitar la invasión de las constructoras a la Reserva Territorial de Xalapa. La donación de los terrenos exigía modificar el uso del suelo de 10 hectáreas, lo que provocará una mayor presión para construir en la reserva, viejo anhelo de la oligarquía local. A cambio de la donación, las constructoras se comprometieron a facilitar el uso de las viviendas para los atletas; una vez culminados los juegos se pondrían discrecionalmente en venta. O sea, a cambio de ceder el uso de las viviendas por un mes, las constructoras se quedarían con los terrenos gratis y posteriormente podrían vender las viviendas al mejor postor. Mejor ni especular sobre el monto de las comisiones pagadas por las constructoras a los generosos donantes para gozar de semejante privilegio.

Pero por si fuera poco, cien días antes de la inauguración de los JCC, el gobierno del estado decidió ponerle la cereza al pastel de los negocios privados con recursos públicos, anunciando que, para asegurar la comodidad de los atletas y toda vez que no había recursos para amueblar las villas, se les albergará en hoteles y moteles. Supongo que ante las pingües ganancias que se embolsarían las constructoras en cuestión, los hoteleros pusieron el grito en el cielo y pidieron una rebanada del pastel. Fue entonces cuando el gobierno del estado, a través de su Secretario de Turismo, anunció que los atletas se quedarían en hoteles, quebrantando así un principio de seguridad básico en la organización de este tipo de justas: la concentración de los competidores en un sólo lugar para facilitar las labores de seguridad, transporte y alimentación. Una raya más al voraz tigre de los negocios.

En lo que toca a la función política de los JCC, resulta grotesco que un gobierno estatal que se ha mostrado indiferente al sufrimiento y las violaciones sistemáticas a los derechos humanos de los migrantes centroamericanos en su paso por el estado de Veracruz, se convierta en el amable anfitrión de atletas provenientes de los mismos países de los cuales son originarios la mayoría de ésos migrantes. Convertido en un territorio de desapariciones, secuestros y vejaciones sistemáticas a miles de personas -locales y extranjeras- el estado de Veracruz se convertirá, como por arte de magia, en lo contrario. El gobierno del estado utilizará sin ruborizarse a los JCC como una ventana al mundo para ocultar la crisis humanitaria que viven sus habitantes, pero eso sí, con la noble intención de promover los negocios y la creación de empleos, faltaba más.

En un contexto de indignación nacional e internacional por la desaparición de los 43 estudiantes normalistas en Guerrero y ante las maniobras para administrar el conflicto por parte del gobierno federal, la celebración de los JCC no estará exenta de movilizaciones y protestas por parte de la ciudadanía. No comprender lo anterior y asumir que como anfitriones debemos evitar manifestarnos pacíficamente para no empañar el espíritu de concordia entre los pueblos de la región es simplemente tratar de tapar el sol con un dedo. ¿Se manifestarán también los atletas para protestar por el trato que se les dispensa a sus compatriotas?

viernes, 7 de noviembre de 2014

Los encapuchados o el caballo de Troya mediático

Lo que tenemos en México es un Estado comprometido con acciones abiertamente ilegales. La fuente predominante de las violencias (en plural) es justamente esa condición delincuencial del Estado o narcoestado. El volumen de violencias que engendra este ordenamiento político es extraordinario e inenarrable. Y son esas violencias las que deben ocupar el análisis y la censura radical de la prensa y la población civil. No porque se trate llanamente de un ejercicio de violencia, sino porque se trata de una violencia efectuada en contra de la totalidad de la población, y con fines políticos inconfesables. Precisamente este es el tema que nos interesa tocar, en atención a una generalizada confusión que priva en la opinión pública, a todas luces inducida desde los centros del poder. 

Muy oportunistamente se trata de desviar la condena ciudadana de esa violencia que acá denominamos violencia objetiva o matriz, que es constitutiva al poder, para dirigirla hacia esas otras violencias subjetivas que a menudo responden o bien a una manifestación de rabia legítima, o bien a un método de lucha “beligerante” cuya larga tradición cosecha no pocos éxitos. La narrativa del “encapuchado” o “vestido de negro” o “anarquista” sigue esta tesitura de contaminación de la percepción ciudadana, con el fin de canalizar la opinión hacia dominios ideológicos rentables para los poderes constituidos. 

Por añadidura, esta obstinada concentración de la prensa oficial en las acciones de los conocidos “bloques negros” tiene como propósito provocar una ruptura o división al interior de la movilización ciudadana. La gente teme que la acusación de “violencia”, frecuentemente endosada a los “anarquistas”, se haga extensiva a la generalidad de las protestas, y por consiguiente la reserva moral de éstas se vea significativamente disminuida, abriendo las puertas a la represión de los agentes estatales. Este temor, nutrido con especial frenesí, conduce a la fractura de la sociedad en lucha. Pocos están dispuestos a meter las manos al fuego por estos grupos disidentes. Esta desconfianza o repudio se traduce en distanciamiento de los sectores más inclinados por el pacifismo. Y es esta dilución a la que apuestan los gobiernos para desarticular la protesta, con el aditamento de la represión clandestina y selectiva. 

Para situarnos en un terreno conceptual mas o menos común, cabe definir a la violencia, en una acepción elemental, como un ejercicio intencional de la fuerza (física o mental) por un sujeto individual o colectivo, contra otro, también individual o colectivo, para infligir perjuicios o imponer una voluntad. Acá se advierte el carácter instrumental de la violencia: la violencia no es un fin en sí mismo; la violencia es un medio al servicio de un fin. La censura a las acciones “beligerantes” olvida que la violencia no es indeseable por sí sola. El cuestionamiento debe estar dirigido a los fines que persigue la violencia. No es equiparable el uso de la violencia contra personas (máxime en una relación de poder tan canallescamente desigual) con los actos “violentos” (nótese el entrecomillado) cuyo blanco son los símbolos del poder político. (Glosa marginal: por una sencilla falta de correlatividad, es insostenible la trillada aseveración de que “el fuego no se combate con fuego”). No se puede descalificar o avalar una acción en abstracto. Es preciso valorarla a la luz de un proceso de lucha, en estrecha relación con los objetivos de un movimiento. Censurar un hecho o acto por lo que parece, y no por lo que significa en una coyuntura concreta, es reproducir el prejuicio o ardid discursivo del poder. 

Es falso que la presencia de “encapuchados” aumenta la probabilidad de infiltración de los agentes del Estado. En los movimientos pacifistas no faltan nunca los infiltrados, que se ocupan de llevar la protesta hacia escenarios de nula efectividad política. 

También es falsa la disyuntiva lucha pacífica-lucha violenta. El pacifismo puede ser violento en su impacto institucional, provocando una ruptura de los procedimientos rutinarios. Y la violencia puede ser pacifista cuando consigue dirimir un conflicto y restablecer una paz socialmente deseable. La cuestión reside en valorar el uso de un método u otro en función de los fines que persigue. No es accidental que la violencia requiera siempre de una justificación: esa justificación es el fin; la violencia es sólo el medio. 

En este sentido, es preciso evitar las discusiones infértiles sostenidas en asideros prejuiciosos. Ignorar los relatos de la prensa tradicional es un imperativo ciudadano categórico. Es allí donde se incuba la tergiversación de la realidad, y el germen de la desmovilización social. La siguiente secuencia de titulares da cuenta de este artificio: “Encapuchados bloquean Insurgentes sur en protesta por desaparecidos”; “Encapuchados exigen liberación de presos políticos; bloquean Tlalpan”; “Encapuchados prenden fuego a unidad de Metrobus frente a CU”; “Encapuchados vandalizan Insurgentes”; “Toman encapuchados estaciones de radio en Chilpancingo”; “Jóvenes encapuchados bloquean las instalaciones de la preparatoria”; “Encapuchados rociaron gasolina e incendiaron la puerta de Palacio de Gobierno”. 

Para abordar la pertinencia de la violencia, y abocarse a un análisis desprejuiciado, es preciso trasladarse al terreno político. En efecto, la política comprende estos dos aspectos inseparables: el ideológico-valorativo (fines), y el práctico-instrumental (medios). La justificación debe buscarse en los fines. No nos podemos permitir censurar los medios –o la violencia– en abstracto, sin consideración de la realidad concreta. 

El relato de los “encapuchados” es un caballo de Troya mediático, es decir, un engaño destructivo que tiene como propósito plantar la semilla de la división; fracturar, desmovilizar, criminalizar la protesta, y justificar una eventual represión de Estado.

http://jornadaveracruz.com.mx/Nota.aspx?ID=141108_073724_358