viernes, 30 de marzo de 2012

Jornada de trabajo en México

10:00 a.m. Pugna habitual entre la vigilia y el sueño. Oigo un ruido absurdo, irritante. Termina por interrumpir mi sueño. En un primer momento pienso que puede ser la podadora averiada de los vecinos. Sin despabilarme bien aún, arrojo bruscamente la cobija y me levanto para averiguar quién es el cretino desconsiderado que no deja dormir a estas horas de la madrugada. Asomo la cabeza por la ventana y descubro que tan sólo a unos 20 metros de altura se pasea en los cielos, cual dueño omnímodo del mundo, un aparatoso helicóptero de la policía. Caigo en cuenta que estamos en guerra. Y el sueño profundo, cuando no la vida, es lo primero que se malogra en tiempos de beligerancia. Ya una vez sacudida la modorra, alcanzo a reparar que es la tercera vez en una semana que un maldito helicóptero me fastidia el sueño. Es el nuevo despertador que ha reemplazado al afable canto de ranas que emite la alarma del teléfono celular.

11:00 a.m. El mismo helicóptero sigue merodeando los alrededores. No me puedo concentrar en la lectura matutina, ejercicio que regularmente prologa la escritura de esta columna.

12:00 p.m. Otra vez el helicóptero irrumpe en el perímetro de mi domicilio. Pienso: ‘si tuviera una pinche catapulta seguro que derribo al cabrón’. Pero luego reflexiono con cabeza fría: ‘Eso es exactamente lo que quieren. Una sociedad dispuesta a nutrir el negocio de la violencia; una civilización de choque que genere cuantiosas utilidades a los miopes que administran la actual economía de guerra. Además, se me acusaría de terrorista, o bien, en su modalidad mexicana, de narcoterrorista’. Procuro consolarme: ‘¿Cuánto más puede durar este estúpido estado de cosas?’.

13:00 p.m. Parece que los pilotos del helicóptero están en su hora de comida. Tranquiliza por un segundo escuchar un ambiente libre de sonidos estridentes. Aprovecho para hacer una selección de las noticias y/o notas que pudieran auxiliarme en la documentación del presente artículo. Descubro una nota que contiene evidencia documental de un asunto que todos conocemos, a saber: que el vaticano tenía registro de la conducta criminal de Marcial Maciel, y que Juan Pablo II y Benedicto XVI encubrieron al fundador de la Legión de Cristo. Me atrae el tema.

14:00 p.m. El cielo sigue despejado. Ni una señal de objetos voladores no identificados. Encuentro otra noticia que atrapa mi atención: “Se suicida mujer taiwanesa mientras chateaba en facebook”. Parece que ninguno de sus cyber amigos alertó a las autoridades. Coincidentemente, en la misma plana aparece una entrevista con un filósofo francés que censura esta red social: “El diario íntimo se volvió público en tiempo real. Es narcisismo expresivo en el que la gente habla de sí misma”. Creo que el caso del cyber harakiri taiwanés confirma, en efecto, esta ausencia de diálogo.

15:00 p.m. Los ovnis siguen en horas de receso. Hago el periódico a un lado y en su lugar tomo un libro del filósofo esloveno Slavoj Zizek. Curiosamente allí me encuentro con una cita brillante del director mexicano Alfonso Cuarón: “En muchos relatos del futuro siempre aparece algo así como el Gran hermano, pero creo que ésa es una visión de la tiranía del siglo XX. La tiranía actual se presenta con nuevos disfraces… la tiranía del siglo XXI se llama ‘democracia’”. Me dispongo a escribir sobre esta pincelada de genialidad.

16:00 p.m. Justo cuando empiezo a redactar el primer borrador del artículo, una caravana de ostentos vehículos policiacos, con sus respectivas sirenas encendidas, atraviesan a toda velocidad la avenida que da al frente de mi domicilio. Atrás le siguen ambulancias con vasto personal paramédico. Reaparece, surcando el cielo, el maldito helicóptero. Abandono mi puesto de trabajo.

17:00 p.m. Contemplo la posibilidad de abrir una cuenta en facebook

18:00 p.m. ¿Aún venden catapultas?

miércoles, 28 de marzo de 2012

¿Le conviene a los EEUU la guerra en México?


Desde hace ya casi seis años se ha venido discutiendo las razones que han alentado la guerra en México, señalando, en términos generales, que éstas se fundan en los beneficios que genera a la economía y la sociedad estadounidense. Básicamente dichos beneficios podrían agruparse en tres rubros: el lavado de dinero efectuado por los grandes bancos y el estímulo que representa para la especulación y el mantenimiento de ganancias altas; el estímulo a la industria de armas, poderoso grupo de interés que controla a buena parte del aparato del estado; y el estímulo que representa el discurso belicista que sigue basado en el destino manifiesto de ser el fiel de la balanza en el mundo y promotor de la democracia.

Con respecto al primer ‘beneficio’, para nadie es un secreto que el lavado de dinero representa -en tiempos de la depresión mundial que vivimos- un rubro que produce enormes ganancias, que no son declaradas al fisco, lo que permite mantener tasas de ganancia atractivas para la especulación financiera, manteniendo la ilusión de que todo va bien.

Por su parte, y frente al paulatino retiro del ejército de Irak, la industria militar necesita encontrar nuevos mercados para absorber lo que parece ser el nicho industrial estratégico de la economía estadounidense. Y con esto no sólo me refiero a la venta de armas y tecnología militar sino también de mercenarios e inteligencia militar, jugoso negocio de unos cuantos. A su vez, la industria militar y sus lacayos en la Casa Blanca insisten en mantener un discurso belicista, muy parecido al que se utilizó los años de la Guerra Fría, que sirve de base para mantener engañado al pueblo estadounidense acerca de su responsabilidad frente a la Historia (con mayúscula para denotar su carácter historicista) y los sacrificios que esto exige.

Dicho lo anterior cualquiera podría deducir que la guerra en México les conviene a los habitantes de los EEUU pero un análisis más profundo podría arrojar una conclusión opuesta. El lavado de dinero beneficia al sector financiero, concentrado en la ganancia fácil en detrimento de la producción y la creación del empleo, empobreciendo cada vez más a la población y provocando el crecimiento de la desigualdad. El adelgazamiento de la clase media estadounidense no augura nada bueno en términos de paz social. Los asesinatos masivos en las escuelas son, en parte, consecuencia de la angustia en la que viven los afortunados que aun pueden concebir el logro del sueño americano. Pero también el crecimiento del racismo y la discriminación, que poco apoco prefiguran un ambiente de polarización social, antesala de una guerra civil.

Asimismo, la bonanza de la industria militar y sus beneficios, limitados a unos cuantos, abona a la idea de que sólo por medio de las armas y la violencia es posible recuperar el paraíso perdido; que las instituciones encargadas de la seguridad son parte del problema y no su solución. El diálogo y el consenso pasan a un segundo término y por más que la industria crezca sería ilógico pensar que por sí sola puede reencauzar el crecimiento de la economía y detener la decadencia. De hecho, ésas armas que cruzan la frontera sur son y serán utilizados eventualmente contra sus creadores. El caso de la operación Rápido y Furioso es sólo un botón de muestra. En otras palabras, ésas armas le dan a la delincuencia organizada mayor poder y capacidad para seguir creciendo y controlando no sólo al sur del Rio Bravo sino también al norte.

Pero tal vez lo más grave de todo es el estímulo al desgastado discurso basado en el Destino Manifiesto, pues en lugar de replantear el futuro del país como una oportunidad histórica lo lanza al vacío con la ilusión de recuperar lo imposible. El engaño de la retórica belicista radica en que oculta la crisis por la que atraviesa la sociedad estadounidense, ignorándola simple y llanamente, lo que está provocando una enorme frustración y de paso profundizando -en aventuras como la de Irak- la crisis económica por la que atraviesa. Los políticos en EEUU siguen utilizando la idea de superioridad -muy al estilo de Hitler en su momento- para ocultarle a sus representados la debacle. Y todos sabemos en que acabó el sueño nazi.

Sobra decir que en México, nuestros gobernantes se han sometido vergonzosamente a los designios del Pentágono y no dejan de decirle a los que aun los escuchan que no hay otro camino que la guerra contra el narcotráfico. Su empecinamiento ‘patriótico’ se funda en su ambición de riqueza y poder, aunque sea como lacayos. Después de todo el desprecio por sus compatriotas es inversamente proporcional a la admiración que sienten por la retórica supremacista. Es por eso que en lugar de pensar en cómo resolver el problema aquí se ocupan más de ver cómo pueden mantener el sueño de sus patrones, pues eventualmente muchos de esos que ahora conducen la guerra acabarán viviendo en San Antonio, Houston o Nueva York para evitar las consecuencias de la guerra que empezaron.

En este sentido, desde México pensamos que nuestros vecinos del norte deben tomar en cuenta que la guerra contra el narcotráfico no les favorece en ningún sentido. Que provocar un incendio en la casa del vecino pone en riesgo la suya, pues tarde o temprano, si el fuego crece, lo invadirá indefectiblemente. Es por ello que desde acá hacemos un llamado a un pueblo caracterizado por sus ideales de libertad para que, como lo hicieron en los años sesenta y setenta, cuando se opusieron a la guerra en Vietnam, se opongan sin ambages a la guerra que estamos viviendo en México. Que se opongan ya que ésta sólo favorece a los dueños del dinero, a los mismos que saquearon el erario para rescatar a los bancos, y no a sus hijos y nietos, pues si las cosas siguen como están se verán obligados a combatir el incendio no al sur de la frontera, sino bajo sus propios pies, en su propia casa.

martes, 27 de marzo de 2012

Paréntesis

La sabiduría y la necedad son tan viejas como el hombre. En palabras de Schopenhauer, el gran pesimista, "los sabios de todos los tiempos han dicho siempre lo mismo y los necios han dicho y hecho siempre lo mismo, y esto siempre será así". Por eso, tenemos que, desde la antigüedad, la ambición ha sido censurada con severidad por los menos y practicada con asiduidad por los más. Ptahhotep, sabio egipcio del año 2,400 antes de la Era Común cuyo nombre casi ha desaparecido de la historia, nos habla en sus Instrucciones sobre este flagelo del género humano:

"Guárdate sobre todo del vicio de la ambición, porque ésta es una enfermedad terrible que no tiene cura".

sábado, 24 de marzo de 2012

Caso Florence

Es un asunto que lleva más de seis años sin resolverse. Testimonio inequívoco del oprobio que reina en las cortes, tribunales y ministerios de este país. Prueba perfecta del condicionamiento político a la que está sujeta la justicia. El caso Florence es un caso típicamente político, donde el involucrado directo (Cassez) poco o nada tiene que ver con el conflicto originario. Si bien ha cobrado una proyección mediática internacional, cabe señalar que el caso de la francesa es un problema estrictamente nacional, que por circunstancias irrenunciables adquirió el tono de querella diplomática. (Sarkozy intervino sólo hasta que descubrió el beneficio político que supone el caso). Es una bola de nieve cuyo volumen y dimensión puede conducir eventualmente a la ruina política de los actores involucrados. Esto explica el ruido ensordecedor que envuelve el proceso judicial en curso.

La revista Proceso publicó en sus últimas ediciones una serie de artículos que pudieran auxiliar para reconstruir lo que las autoridades (mandos policiacos, periciales) teatralizaron en detrimento de la acusada. Con base en la información de esta revista y otras fuentes, aunque de modo sucinto, procuraré hilvanar la evidencia disponible para proveer un cuadro más preciso sobre el caso Florece.

1. Genaro García Luna, titular de la AFI en 2005, reconoce públicamente en una entrevista con Denise Maerker que la imágenes transmitidas en Televisa y TV Azteca, donde se observa la captura de “una peligrosa banda de secuestradores”, conocida como Los Zodiaco (curiosamente los únicos integrantes de este hipotético grupo criminal son Cassez e Israel Vallarta –su novio), son el producto de una “recreación”. Más tarde se descubre que se trató de un montaje, pues las imágenes televisadas eran totalmente ajenas a los hechos. Florence Cassez fue detenida un día antes a bordo de una camioneta y sin que hubiera una sola evidencia que la vinculara con el secuestro (salvo su relación con Vallarta).

2. La evidencia revela que el testimonio de las víctimas está plagado de inconsistencias. En un primer momento, ninguna de las víctimas reconoce a Cassez. En una segunda declaración, las tres víctimas aducen maltratos y vejaciones y señalan a Florence. No obstante, más tarde se confirma que “la punción de una herida supuestamente infligida a una de las victimas… resultó ser una marca de nacimiento” (Denise Dresser, Proceso). Con esto, se constata que las pruebas incriminatorias son producto de una escenificación (que no “recreación”) orquestada por la AFI, con el apoyo de las televisoras.

3. Recientemente empieza a circular el nombre de un personaje que pudiera ser clave en esta trama: Eduardo Cuauhtémoc Margolis Sobol, hombre de negocios de origen judío cuyo grupo empresarial se dedica, entre otras actividades, a la negociación para la liberación de secuestrados. Se sabe que tuvo una ríspida relación de negocios con Sebastien Cassez –hermano de Florence– y con Israel Vallarta, y que tiene contactos con la AFI y con Televisa (ambos aparatos de la política de seguridad de Felipe Calderón), todos directamente implicados en el caso Florence. Los equipos de rescate del empresario judío trabajan con agentes de la AFI. Margolis también es accionista de CV Directo, “dedicada a la venta de productos por televisión… uno de los principales clientes de Televisa en este rubro” (Proceso).

4. Cabe destacar que en el proceso de arresto de Cassez se violaron todos los derechos fundamentales de un detenido, a saber: asistencia consular (en el caso de un extranjero), presunción de inocencia y puesta a disposición del Ministerio sin demora.

La evidencia conduce a pensar que están en juego principalmente dos asuntos: el develamiento de un acto de venganza entre particulares (Margolis-Sebastien Cassez) y el descrédito categórico de todo un orden jurídico, policiaco y gubernamental.

jueves, 22 de marzo de 2012

El legado de Felipe Calderón: un país en llamas.

El presidente de la república ha seguido promocionando su imagen con la especie de que su legado será una policía federal nueva, profesional y acorde con los estándares internacionales, lo que según él acabará con la violencia y la inseguridad. Al mismo tiempo, el encargado de organizar esa fuerza policiaca se encuentra envuelto en un conflicto que claramente demuestra lo contrario.

El montaje cinematográfico que realizó García Luna al detener a Florence Cassez confirma no sólo el desprecio por la legalidad sino la falta de profesionalidad, la improvisación, la idea de que el fin justifica los medios sin hacer un juicio de valor previo, sin medir las consecuencias de la acción. En otras palabras, la supina ignorancia de la ética política, que en estos tiempos debería ser la base para la toma de decisiones de nuestros gobernantes.

En realidad el legado de Calderón es y será la institucionalización de la superficialidad, de la impunidad y de la violencia. Y esto es el resultado de una ignorancia evidente de la ética política, que es el instrumento clave para medir hasta donde el fin justifica los medios. Porque en el espacio de la ética no existen soluciones a contentillo ni mucho menos predeterminadas. Muy por el contrario, cada situación exige una reflexión que puede dar como resultado que el fin justifique los medios pero no necesariamente. Pero entonces ¿cómo saber cuando mis acciones están justificadas por el fin que persigo? Un elemento clave para obtener una respuesta es preguntarse si los medios están acordes con el fin deseado.

En su libro El poder y el valor, Luis Villoro nos da un par de ejemplos que pueden servirnos para profundizar en el problema. Por un lado nos recuerda la decisión de Benito Juárez de fusilar a Maximiliano y se pregunta si en realidad la acción del oaxaqueño se justificaba o no. En realidad el dilema estaba entre la sobrevivencia de la república mexicana y el derecho a la vida del malogrado emperador.

Nadie puede negar que el austriaco tenía derecho a vivir, más aún cuando muchos historiadores le han reconocido su buena fe aunque también su desconocimiento de la realidad política mexicana. En este punto, la pregunta entonces es si el medio, la acción, generará un ambiente acorde con el fin perseguido, o sea, la restauración de la república y de las libertades consustanciales a dicho régimen político. Y aquí fue evidente que con la desaparición física del emperador se lograba, primero, enviar un mensaje claro a las naciones del mundo para evitar futuras invasiones; pero al mismo tiempo el fusilamiento generaría un cambio de la realidad política mexicana, en donde las libertades republicanas y la soberanía nacional estarían garantizadas, al menos en teoría, cosa imposible de concebir en un imperio.

El segundo ejemplo es el de la revolución encabezada por Miguel Hidalgo, quien evidentemente tenía las mejores intenciones de generar un clima de libertades opuesto al sometimiento de los habitantes de la Nueva España frente al imperio español. Es por eso que Hidalgo se lanza a la lucha. Sin embargo, después de ser testigo de batallas en las cuales morían miles y miles de personas y, al mismo tiempo, ser consciente de que el fin deseado se alejaba más y más no le quedó más remedio que aceptar la responsabilidad de sus acciones y sobre todo de las consecuencias. Fue así como las crónicas describen a Hidalgo llorando por su error, reconociendo así que se había equivocado, que el fin no justificaba el medio elegido. En eso radica la grandeza de Hidalgo y el reconocimiento de su lugar en la historia de México, a pesar de que el país vivió una guerra que duró once años y que lo sumió en la pobreza y la desesperanza.

En este sentido, si bien Calderón -en el colmo de su soberbia- se ufana de ser un valiente que enfrentó el problema del narcotráfico, resulta evidente que es un ignorante de la ética política, no sólo porque presume de logros inexistentes sino sobre todo porque no muestra el menor remordimiento por las consecuencias de su decisión. A meses de terminar su nefasta administración el país está peor que hace seis años en materia de seguridad y el tan campante.

Insisto, sólo a un ignorante de la ética podría haberse decidido a echarle gasolina al fuego con el argumento de que era la única manera de apagarlo. Sin medir las consecuencias de su acción, el señor de Los Vinos trató de convencernos de que no había otra opción y que sólo así, en un futuro las cosas volverían a la normalidad. Sin embargo las cosas empeoraron, debilitando a las instituciones de la república, empezando por el poder judicial pero también el ejército y los partidos políticos, que cada vez más demostraron su incapacidad para hacerle frente al problema. La impunidad y la violación sistemática de los derechos humanos fue el resultado inmediato y ahí están las cifras para el que se niegue a aceptarlo. En un contexto de pobreza generalizada, de desempleo rampante y de crisis económica mundial sólo a los poderosos de este país (hay que reconocer que la responsabilidad no es sólo de Calderón sino de la mayor parte de la clase política y de las empresarios nacionales y extranjeros) se les pudo haber ocurrido acentuar la violencia social para acabar con ella.

En todo caso, Calderón deberá pagar las consecuencias aunque hoy se niegue a reconocerlo. Los crímenes de lesa humanidad, que se han disparado en su sexenio, no prescriben y tarde o temprano deberá de pagar por ello. Por eso creo firmemente que su legado es un país en llamas, más lejos que hace seis años de la anhelada paz social y la concordia entre los habitantes de este país.

martes, 20 de marzo de 2012

El Estado en la coyuntura actual

El Estado moderno es parte de un contexto determinado, le forma y es formado por el mismo. Es necesario pasar de un análisis tradicional del Estado, una aproximación basada en el conocimiento de su naturaleza, su origen, sus fines y su justificación, para crear así una conceptualización más acorde a la realidad socioeconómica actual.

Se considera al Estado actual como la expresión jurídica y organizativa propia de una sociedad capitalista, es decir, un Estado igualmente capitalista. Cabe señalar que el capitalismo como sistema se encuentra en una fase distinta a la de hace algunas décadas, una nueva etapa en la que la globalización, la financiarización de los procesos económicos reales, la especulación y la creación y circulación de capital ficticio juegan un papel preponderante en la reproducción del mismo.

El Estado ha tenido que hacer frente a estos cambios en la dinámica económica, y ha debido evolucionar a la par de ellos. Como tal, su fin actual no sólo es asegurar la existencia de condiciones que propicien la reproducción de dichos mecanismos, sino garantizar bajo cualquier mecanismo que así suceda.

Bajo este supuesto, el adelgazamiento del Estado es un mito construido a partir de una visión demasiado acotada de la realidad estatal, enfocada exclusivamente en una menor participación directa del Estado en la economía como un productor más.

Sin embargo, en el cumplimiento de sus funciones esenciales el Estado no sólo no se ha debilitado, sino que se ha fortalecido. No es posible entender la existencia de una economía de libre mercado sin concebir previamente la existencia de un aparato estatal que garantice su reproducción bajo cualquier medio.

El Estado actual es un Estado fundamentalmente intervencionista, pese a las múltiples afirmaciones en sentido contrario. En términos económicos dicho intervencionismo se hace evidente en situaciones de crisis como la experimentada recientemente. Aún los Estados más conservadores no tuvieron reservas en “inyectar” enormes sumas de dinero a la economía para rescatar a corporaciones financieras al borde del colapso, a costa de la mayoría de la población. El Estado interviene para mantener funcionando un sistema en evidente crisis.

En términos políticos y sociales, el intervencionismo estatal es igual o aún mayor. Mantener el orden y la jerarquización socioeconómica existente es su motivo fundamental de existencia: para ello cualquier medio está al alcance, incluso la represión.

Por otra parte, es importante señalar la ineficacia de la democracia liberal como forma de gobierno aceptada comúnmente dentro del Estado moderno. Al entender a este último como la expresión de un sistema capitalista financiero y una sociedad propia del mismo, se infiere que los mecanismos de renovación de dirigentes no implican un cambio social real, sino todo lo contrario: al responder estos a las presiones del capital internacional, las dinámicas electorales se vuelven obsoletas para provocar un cambio real en las estructuras mismas del aparato estatal.

Por último, cabe reflexionar sobre la necesidad de expandir las fronteras del pensamiento que intenta abordar la problemática del Estado: de poco o nada sirve analizar los fenómenos sociales tomando en cuenta solo una de sus facetas. Es necesario el uso de herramientas, conceptos y enfoques propios de las distintas disciplinas que abordan la realidad social: sociología, historia, economía y ciencia política no pueden ser abordadas de manera completamente independiente.

El Estado actual es historia, es economía y es sociedad, y las características propias del mismo, así como una coyuntura de franca crisis de un sistema político y económico global, hacen necesario un análisis a mayor detalle del Estado, para a partir del mismo poder construir alternativas a la organización social.

sábado, 17 de marzo de 2012

¿Quién mató a JFK?

Pudiera parecer una pregunta carente de relevancia en una época donde remitirse al pasado es cada vez más un acto de extravagancia. Pero hoy, más que nunca, cabe preguntarse: ¿Quién mató a John F. Kennedy? Y si decimos ‘hoy más que nunca’ es porque en este hecho siniestro yacen algunas de las respuestas que explican la política de muerte que prolifera en todas las latitudes del hemisferio. No se trata de atribuir un falso mesianismo al difunto ex presidente. Empero, es incuestionable que su muerte agiliza la inauguración de una política de Estado al servicio de la industria militar, que en un plazo de 50 años apuntaló la guerra como el más lucrativo de los negocios a escala planetaria, seguido de cerca por el tráfico ilícito de drogas.

Hace cuatro décadas atrás, exactamente en 1971, la persona que en 1960 perdió la elección presidencial frente a JFK, Richard Nixon, para entonces presidente electo, decretó lo que en la esfera “entrepreneur” podría calificarse como una estrategia perfecta para la maximización de utilidades: a saber, combinar las dos industrias más redituables, la producción militar y las drogas, y expandir su mercado irrestrictamente, con la venia de gobiernos desprovistos de poder político real. A esta original fórmula se le concedió el nombre de “Guerra contra las Drogas” (War on Drugs). La distribución de los roles es como se sigue: los países pobres ponen el conflicto y el territorio, y las potencias industriales ponen las armas. ¡Lógica win-win! (“Pobre México… tan cerca de Estados Unidos”).

Y no es casual que Nixon, un hombre de guerra (sirvió en la Segunda Guerra Mundial) haya sido el artífice institucional de esta novedosa y humanitaria política. Desde la primera carrera fallida a la presidencia (1960), Nixon estuvo fuertemente respaldado por los hombres que dirigían el complejo industrial-militar, incluidos los funcionarios que formaban parte del gabinete –particularmente belicista– de Dwight D. Eisenhower, predecesor de JFK. Cuando Eisenhower aceptó resignadamente la derrota de su pro-hombre (Nixon), solicitó una reunión en privado con el vencedor. Se sabe que en esa sesión Eisenhower pidió a JFK dar prioridad a la “amenaza comunista” en el sudeste asiático, tácitamente sugiriendo la intervención militar en la región.

En 1963, después de haber desmembrado las milicias anti-castristas, y con ello puesto fin a las tentativas de invasión a Cuba –que no pocos sectores gubernamentales promovían con entusiasmo–, JFK decide imprimir un drástico viraje en la política exterior de Estados Unidos ordenando, en 1963, vía un memorándum llamado National Security Action Memorandum 273, el retiro de las fuerzas estadunidenses instaladas en Vietnam, contraviniendo las indicaciones de su antecesor, y desencadenando la ira de los oficiales del Departamento de Defensa y los respectivos contratistas privados en el rubro de la guerra. Curiosamente, un mes después del asesinato de JFK, el nuevo presidente, Lyndon B. Johnson, invalida el memorándum y ordena la intervención directa de EE.UU. en Vietnam.

Entre los contratistas beneficiarios de la carnicería en Indochina destacan: Bell Helicopter Textron, factoría de helicópteros militares con sede en Texas, que en el lapso de esta guerra fabricó más de 10,000 unidades, Republic Aviation y Douglas Aircraft Company, ambos productores de aeronaves militares, H&R Firearms, fabricante de armas de fuego, etc.

Cabe observar que en 2010, Bell Helicopter Textron (la firma que floreció durante la Guerra de Vietnam) inauguró una planta en Chihuahua, sitio donde se libra una de las sub-guerras de la gran “Guerra contra las Drogas”.

¿Quién mató a JFK?

Un primer intento de respuesta: El complejo industrial-militar que cosecha su fortuna sembrando muerte y devastación; por cierto, en este momento, la industria más próspera

sábado, 10 de marzo de 2012

La educación superior bajo ataque

Immanuel Wallerstein

Durante mucho tiempo hubo sólo unas cuantas universidades en el mundo. El cuerpo estudiantil total en estas instituciones era muy reducido. Este pequeño grupo de estudiantes provenía en gran medida de las clases altas. Asistir a la universidad confería gran prestigio y reflejaba un gran privilegio.

El panorama comenzó a cambiar radicalmente después de 1945. El número de universidades comenzó a expandirse considerablemente, y el porcentaje de personas en el rango de edad que asistía a las universidades comenzó a crecer. Es más, esto no fue meramente una expansión en aquellos países que ya tenían universidades notables. En un gran número de países que no habían tenido instituciones o no tenían ninguna antes de 1945 se impulsó la educación universitaria. La educación superior se hizo mundial.

La presión para expandirse vino de arriba y de abajo. Desde arriba, los gobiernos sintieron una importante necesidad de contar con graduados universitarios que garantizaran su posibilidad de competir en las tecnologías más complejas requeridas en la explosiva expansión de la economía-mundo. Y desde abajo, grandes cantidades de los estratos medios y aun de los estratos más bajos de las poblaciones del mundo insistieron en que debían tener acceso a la educación superior para mejorar considerablemente sus perspectivas económicas y sociales.

La expansión de las universidades, que fue notable en tamaño, fue posible por la enorme expansión ascendente de la economía-mundo después de 1945, la más grande en la historia del moderno sistema-mundo. Hubo mucho dinero disponible para las universidades y estaban felices de poder utilizarlo.

Por supuesto, esto cambió en alguna medida los sistemas universitarios. Las universidades individuales se hicieron más grandes y comenzaron a perder la cualidad de intimidad que proporcionaban las estructuras más pequeñas. La composición de clase del cuerpo estudiantil, y luego la del profesorado, evolucionó. En muchos países la expansión no sólo significó una reducción en el monopolio de personas de los niveles más altos, como estudiantes, profesores y administradores, sino que con frecuencia significó que los grupos minoritarios y las mujeres comenzaran a tener un acceso más vasto, que antes se les había negado total o, por lo menos, parcialmente.

Este retrato rosa comenzó a tener dificultades alrededor de la década de 1970. Por un lado, la economía-mundo entró en un prolongado estancamiento. Y poco a poco, la cantidad de dinero que recibían las universidades, en gran proporción de los estados, comenzó a disminuir. Al mismo tiempo, los costos de la educación universitaria comenzaron a crecer, y las presiones de abajo para que la expansión fuera continua crecieron con mayor fuerza aún. Desde entonces la historia es la de dos curvas que van en direcciones opuestas –menos dinero y mayores gastos.

Para el momento en que arribamos al siglo 21, esta situación se tornó dificultosa. ¿Cómo se las arreglaban las universidades? Una forma importante fue lo que ha llegado a llamarse privatización. Casi todas las universidades anteriores a 1945, e incluso antes de 1970, eran instituciones del Estado. La única excepción significativa era Estados Unidos, que contaba con un gran número de instituciones no estatales, la mayoría de las cuales evolucionaron a partir de instituciones de base religiosa. Pero aun en estas instituciones privadas estadunidenses, las universidades se manejaban con estructuras no lucrativas.

Lo que la privatización comenzó a significar por todo el mundo fueron varias cosas: una, comenzó a haber instituciones de educación superior que se establecieron como negocios con fines de lucro; dos, las instituciones públicas comenzaron a buscar y a obtener dinero de donantes corporativos, que comenzaron a entrometerse en la gobernanza interna de las universidades; y tres, las universidades comenzaron a buscar patentes para los trabajos en que los investigadores de la universidad habían descubierto o inventado algo, y como tal entraron a ser operadores en la economía, es decir, se volvieron parte del negocio.

En una situación en que el dinero era escaso, o al menos parecía escaso, las universidades comenzaron a transformarse a sí mismas en instituciones parecidas a negocios. Esto puede entenderse en dos formas importantes: los más altos puestos administrativos en las universidades y sus facultades, que tradicionalmente ocupaban los académicos, comenzaron a ser ocupados por personas cuya formación era la administración y no la vida universitaria y aunque ellos conseguían el dinero, también comenzaron a fijar los criterios para asignarlo.

Comenzó a haber evaluaciones de universidades completas y de departamentos dentro de las universidades en términos de sus productos, en relación con el dinero invertido. Esto podía medirse en cuántos estudiantes deseaban emprender estudios particulares, o en qué tan reconocida era la producción de investigación de ciertas universidades o departamentos. La vida intelectual comenzó a ser juzgada con criterios seudomercantiles. Aun el reclutamiento de los estudiantes se midió en términos de cuánto dinero entraba mediante los métodos alternos de reclutamiento.

Por si esto fuera poco, las universidades comenzaron a sufrir los ataques de una corriente de extrema derecha antintelectual que veía las universidades como instituciones laicas y anti-religiosas. La universidad como institución crítica –crítica de los grupos dominantes y de las ideologías dominantes– siempre ha enfrentado la renuencia y la represión de los estados y las elites. Pero sus poderes de supervivencia siempre estuvieron basados en su relativa autonomía financiera basada en el costo real de operación. Esto era la universidad de ayer, no la de hoy ni la de mañana.

Uno puede describir esto simplemente como otro ejemplo más del caos global en el que estamos viviendo. Excepto que se suponía que las universidades jugaran el papel de ser un locus importante (por supuesto no el único) de análisis de las realidades de nuestro sistema-mundo. Son estos análisis los que pueden hacer posible navegar en la caótica transición hacia un nuevo orden mundial, que esperamos sea mejor. Al momento, los disturbios al interior parecen no ser más fáciles de resolver que los disturbios en la economía-mundo. Y se le presta mucho menos atención.

http://www.jornada.unam.mx/2012/03/10/opinion/022a1mun

jueves, 8 de marzo de 2012

Mexicana de Aviación: el extraño caso de un harakiri

A 18 meses del cese de operaciones de Mexicana, la tercer aerolínea más antigua de todo el mundo aún se debate entre la extinción definitiva o el rescate en condiciones adversas. Como ocurre generalmente con los casos de gran resonancia nacional, la prensa ha tratado este asunto con su habitual parcialidad, desviando la atención de los pormenores cruciales, y concentrándose en el leviatán predilecto del México pos-salinista: los sindicatos. Más de una vez se ha responsabilizado al sindicato por el quiebre de la aerolínea. Y simultáneamente se ha omitido cualquier dato que urgiera a conclusiones distintas. Por ejemplo, que la súbita suspensión de operaciones pudiera responder a una maquinación gubernamental para beneficiar a las empresas competidoras, a saber: Aeroméxico, Volaris, Interjet, quienes a partir de agosto de 2010 se apoderaron de los slots aeroportuarios y rutas que otrora cubría Mexicana. Frente al posible rescate de la única aerolínea doméstica de talla internacional, los propietarios de las aerolíneas “usurpadoras” risiblemente acusan falta de criterio empresarial en el salvamento de Mexicana.Y el gobierno federal extrañamente secunda.

Véase la siguiente secuencia que apunta en la dirección de un complot.

2005. El gobierno de Vicente Fox desnacionaliza Mexicana, y traspasa la aerolínea a precio de tianguis –165 millones de dólares– a Grupo Posadas, cuyo decano era Gastón Azcárraga, primo de Emilio Azcárraga Jean. En lo que parece un record guinness en la ruina financiera de una empresa, la conducción de Grupo Posadas supuso una suerte de harakiri empresarial, al acumular una deuda de 900 millones de dólares (repartida entre mil 300 acreedores) en un margen de cinco años. (¿Cómo se explica que una empresa altamente rentable, con 90 años de antigüedad, ¡libre de pasivos antes de la desnacionalización!, con una flota moderna –en 2004, antes de malbaratarla, adquiere aeronaves Airbus A318–, con personal aeronáutico hipercalificado, se hundiera en un plazo insólito de cinco años?).

2006. Un año después, Fox inaugura Volaris en la ciudad de Toluca. Entre los socios fundadores de la empresa destacan: Grupo Televisa de Emilio Azcárraga (¡sí! el primo de Gastón Azcárraga), Inbursa (del multimillonario Carlos Slim), TACA (aerolínea salvadoreña) y Discovery Capital Management (fondo de capital privado con sede en Connecticut). Con la suspensión de Mexicana, Volaris incrementa su boletaje en un 30%.

2007. Inmediatamente después de una renovación de la flota, Aeroméxico pasa por un nebuloso proceso de desincorporación estatal. Este año, el gobierno de Felipe Calderón vende el 90% de las acciones de la aerolínea a Grupo Financiero Banamex, subsidiaria de Citibank, en cuya junta administrativa aparece otra vez el entusiasta multipropietario: ¡sí! Emilio Azcárraga. Las rutas que abandona Mexicana, ahora las acapara Aeroméxico (e InterJet, de Miguel Alemán Valdés, a quien Felipe Calderón debe favores políticos tras el consabido apoyo del ex gobernador veracruzano al PAN durante las elecciones fraudulentas de 2006).

2008. El adeudo más fuerte de Mexicana corresponde al crédito que le otorga Banorte este año, justo cuando comienza el capítulo más álgido de la crisis financiera. La aerolínea contrae un crédito suicida por mil 525 millones de pesos, en una coyuntura de conmoción económica.

2009. Para sortear el impacto de la emergencia sanitaria AH1N1, Bancomext facilita otro crédito suicida a la aerolínea por mil millones de pesos. En este mismo año se ventila, aunque muy discretamente, un caso de fraude al interior de la dirección de finanzas, que inexplicablemente los dueños de Mexicana convienen callar.

2010. Ante el estrepitoso desplome, Grupo Posadas vende sus acciones a Tenedora K, empresa fantasma, en ¡mil pesos mexicanos! (y en pagos diferidos). Los trabajadores denuncian el fraude.

2011. Med Atlántica se compromete a recapitalizar la empresa. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes, en su presunta condición de árbitro (¡vendido!), introduce requisitos discrecionales e impide el salvamento de la aerolínea.

2012. A 18 meses del cese de operaciones de Mexicana, las otras aerolíneas de operación doméstica (Volaris, Aeroméxico e Interjet) aumentan astronómicamente sus ganancias, gracias a la ruina de la primera compañía de aviación nacional y a un aumento inadmisible del 40% en los precios del boletaje.

“¡Mis antenitas de vinil están detectando la presencia del enemigo!”

(Glosa marginal: la foto de las aeromusas no tiene ninguna relación con la columna u opinión del autor; se trata sencillamente de una herramienta de marketing).