jueves, 28 de octubre de 2010

Para dejar de escribir por escribir

Ya no sabe uno para donde voltear con tanto escándalo. El trabajo de escribir un artículo de opinión resulta complicado, no tanto por la exigencia misma de la escritura sino por la elección de un tema, habiendo tantos y de gran importancia. No hay a cual irle pues. Y lo peor es que todos esos problemas que ocupan los titulares de la prensa nacional no son más que el síntoma de una crisis mundial que apenas empieza, a pesar de lo que digan nuestros gobernantes. Entonces, para dejar de enfrentar el dilema existencial de los miércoles, voy a tratar de señalar en las siguientes colaboraciones las causas sistémicas que en mi humilde opinión generan los escándalos que a fuerza de ser cotidianos, ya no impresionan a nadie, aunqaue deberían.

En efecto, hemos llegado al extremo de leer noticias de masacres sin que se nos paren los pelos del susto, tomando un cafecito y alzando un poco la ceja –no mucho- para no parecer insensibles como el enano de Los Pinos (enano político claro) que sigue con la cantinela de no hay mas ruta que la nuestra, lo que en lenguaje popular se conoce como la ley de Herodes. No se trata de descubrir el hilo negro sino encuadrar los acontecimientos cotidianos en un marco más amplio, tanto en el tiempo como en el espacio. Esto significa comprender los hechos trascendiendo las limitaciones que imponen la coyuntura específica y la geografía nacional.

Para muchos estudiosos de la realidad social la solución a los problemas de un país determinado sólo puede partir de un análisis nacional y que la variable fundamental está definida por los límites geográficos, históricos, económicos, políticos y culturales de un país determinado. Asimismo, se afirma que los acontecimientos de hoy son tan novedosos y posmodernos que su explicación radica en el conocimiento de la realidad actual, dejando a la historia como la muñeca fea, abandonada en un rincón.

Por el contrario, considero que la realidad nacional es parte de un sistema de naciones que abarca al mundo en su totalidad y que lo que pasa en China tiene repercusiones importantes en México. Si una parte del sistema se modifica, se modificará el sistema en su conjunto. Además, los fenómenos del presente están íntimamente relacionados con el pasado y, por supuesto, con el futuro, evitando dar por sentado el inexorable avance del progreso, hoy llamado desarrollo. Lo anterior puede parecer una verdad de Perogrullo (la mano cerrada se vuelve puño) pero una lectura cuidadosa de buena parte de los estudios sociales contemporáneos la ignora olímpicamente -amparados en teorías que colocan la voluntad del individuos y sus percepciones como el único motor de la sociedad y del mercado, que para ellos es lo mismo.

La cosa no está fácil, incluso contando con el apoyo de una teoría, pero habrá que enfrentarlo para combatir el tedio de escribir por escribir, de opinar por opinar. Si a esto agregamos que el espacio periodístico impone formas y límites la cosa se complica aún más. Habrá que buscarle con calma y confiar en que el uso sistemático de la teoría permita afrontar el riesgo de romper con la inercia informativa, con la insistente agenda mediática que impone por su cuenta los temas que conviene tratar, siempre limitados a la coyuntura, a los límites de la geografía nacional y por supuesto a los intereses de los dueños de los medios. Con esto no quiero decir que la solución hay que buscarla fuera del país sino que, para definir un marco de acción y de pensamiento, es necesario considerar a México como parte de un sistema mundo, que cambia a lo largo del tiempo , permaneciendo sólo las contradicciones que lo han caracterizado a lo largo de los últimos cinco siglos. Son ésas contradicciones las que configuran la coyuntura, las que le dan vida a la terquedad de los hechos. No seré el primero que haga esto ni, espero, el último. A ver que sale.

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