domingo, 11 de abril de 2010

Licencia para matar

Esta semana fue publicado por medio del internet un video en el que las fuerzas armadas estadounidenses, portadoras de la paz, la democracia y demás cosas buenas en este mundo, masacran indiscriminadamente (utilizar otras palabras es difícil, sobre todo cuando un servidor no cuenta con el impresionante diccionario de eufemismos con el que imagino deben contar los altos mandos militares y el gobierno de los Estados Unidos) a un grupo de iraquíes.

Los hechos ocurrieron el 12 de julio de 2007, seis meses después de la ejecución (completamente legal, por supuesto, como todo lo que ha acontecido desde el 2003 a la fecha en la nación árabe) del mal en persona, Saddam Hussein. En el mismo perdieron la vida 12 personas, entre ellos 2 periodistas de la agencia Reuters.

La grabación fue publicada por el sitio de internet Wikileaks.org, bajo el título Homicidio Colateral. Fue filtrado por fuentes anónimas dentro del ejército estadounidense, después de años en los que Reuters intentó obtenerlo bajo la Ley de Libertad de Información (de los Estados Unidos) sin éxito alguno. El por qué resulta obvio una vez analizado el contenido del mismo.

En el video difundido se escuchan las transmisiones de radio de los soldados que participan en dicha acción de guerra. Al mismo tiempo que disparan en contra del grupo de personas (en el cuál había una persona armada, cierto, pero en ninguna manera en posición amenazante), ríen y profieren insultos, como si se tratara del último videojuego de guerra.

Después de que el primer grupo de personas ha sido masacrado, una camioneta se acerca a socorrer a los heridos. El hecho de que dos niños fueran a bordo no fue impedimento para disparar también. “Su culpa, por traer niños al combate”, anuncia un soldado por radio con lujo de cinismo.

La investigación llevada a cabo por la milicia estadounidense que siguió a los acontecimientos tras el reclamo de Reuters determinó que los soldados habían actuado conforme a las reglas de combate aprobadas internacionalmente. A pesar de que la Convención de Ginebra señala como un crimen de guerra el ataque contra personas que se dispongan a socorrer heridos, ningún soldado fue encontrado culpable de delito alguno.

En Iraq han muerto más de un millón de personas. Se trata quizá del país más peligroso para quienes se dedican a la actividad periodística, con casi 200 muertos en los siete años que van de la ocupación. Nuestro país orgullosamente le sigue de cerca, y probablemente para el final de este espurio sexenio rebasemos la cifra iraquí.

Más allá del morbo que pueda despertar el video al que me refiero anteriormente, el hecho de su publicación nos lleva a distintas reflexiones.

¿Siguen creyendo los estadounidenses que la presencia de sus tropas en Iraq y Afganistán obedece a resguardar su seguridad nacional, o cuándo menos hay un poco más de conciencia en este sentido?

Vale pensar también en el papel de los medios de comunicación en los acontecimientos políticos y sociales. Los medios tradicionales en nuestro país se encuentran demasiado ocupados cuestionando a Julio Scherer por la portada de su revista o haciendo una novela de la trágica muerte de una niña como para ocuparse de temas de mayor trascendencia, ya no digamos de Iraq, sino de nuestro propio contexto.

Por último, el video nos da un arma más para cuestionar la legitimidad de una ocupación cuyo principal objetivo no es, obviamente, el bienestar de la población iraquí. ¿Cuántas de las muertes en Iraq han sido producto de situaciones semejantes? La realidad es que hechos como el del video forman parte ya de la cotidianeidad de un país que ha sido destrozado en nombre de la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos.

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