domingo, 14 de marzo de 2010

El club de los millonarios

Orgullo nacional. No podía haber sido en mejor momento. En el Bicentenario de la Independencia. A 100 años de nuestra Revolución. Que mejor manera de celebrar tan importantes acontecimientos.

¡El hombre más rico del mundo es mexicano! Muestra indudable de cuánto hemos avanzado desde que nos independizamos del yugo español y desde que abrazamos a la bendita democracia, sin la cual la modernidad y el progreso seguirían siendo un sueño inalcanzable.

Ahora solo falta que los narcos se vuelvan donadores altruistas y que México gane el mundial.

Y eso no es todo: Carlos Slim no es el único mexicano en la lista de los personajes con mayor poder económico en el planeta. ¡Hay nada más y nada menos que 9 en la lista!

Qué importa si más de la mitad de la población en este afortunado país se encuentran bajo la mundialmente reconocida línea de pobreza. ¿No son estos 9 emprendedores (incluyendo al Chapo) ejemplo para el resto de nosotros?

Hasta aquí la ironía. He ahí la trampa, diría un buen amigo. La razón por la que estos 9 personajazos han logrado acumular tal cantidad de dinero es relativamente simple y poco tiene que ver con su inteligencia, su trabajo o sus ganas de triunfar y salir adelante: se trata sencillamente de la expresión natural de un sistema económico dentro del cual la mayoría de nosotros subsidiamos, con nuestro trabajo y nuestros hábitos de consumo, a un puñado de afortunados que concentran cantidades inimaginables de riqueza.

Creo que haciendo una revisión de quiénes son estos ilustres personajes y las empresas que controlan, así como el origen del pequeño capital que han acumulado, podemos fácilmente darnos cuenta de algunos pequeños detalles relativos a nuestra realidad económica y política.

En primer lugar, nos damos cuenta que el gobierno y las instituciones político-jurídicas (democracia, sufragio efectivo y no reelección incluidos) de este país están al servicio del dinero, o en su defecto, de quienes poseen grandes cantidades de este último.

Slim le debe gran parte de su fortuna a quien amablemente le vendió Teléfonos de México. Otro de los pobres ricos es el dueño de Grupo México. Quizá el nombre le suene familiar: se trata de la más grande compañía minera del país, misma que enterró a 65 mineros en Pasta de Conchos en febrero de 2006. Tragedia que a la fecha no ha sido del todo esclarecida y sin embargo, permitió a la empresa minera explotar no sólo el carbón de las minas sino el gas metano producido durante la excavación, aumentando lógicamente sus ganancias.

El dueño de ferrocarriles de México, otra empresa bien vendida por parte del gobierno mexicano, se encuentra también en la lista.

En segundo lugar, podemos destacar la importancia del sector financiero: aquellos que han hecho sus millones administrando y sacándole cada centavo posible a los ahorros, por pequeños que sean, de todos los mexicanos.

En tercer lugar, no podían faltar por supuesto Televisa y TV Azteca: la industria del entretenimiento y la desinformación, cuyos dueños son parte del club de los millonarios, se ha favorecido por la legislación mexicana que les permite mantener el control televisivo.

Y por supuesto, la inclusión del Chapo en Forbes no es más que el agradecimiento y reconocimiento que hacen al sinaloense por sus aportes a la economía mexicana y norteamericana: una fuente de empleo indiscutible y, sin lugar a dudas, el principal beneficiario del comercio exterior con los Estados Unidos.

En fin, la lista de Forbes nos restriega en la cara las maravillas del sistema, y lo peor del caso, hay quienes piensan que si la mentalidad de los mexicanos fuera como la de Slim, eso sería suficiente para sacarnos del abismo.

Mas grande error no podría haber: se necesitan millones pasando hambre para que una persona logre destacar de esa manera.

No le quepa duda: si el sistema económico en el que vivimos va a sobrevivir esta crisis, resurgirá cien veces más voraz: cada vez habrá menos multimillonarios en la lista de Forbes, pero las fortunas serán increíblemente mayores. A costa de cada vez más y más seres humanos, y hasta que la contradicción llegue a un punto en el que sea intrínsecamente insostenible.

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