jueves, 20 de agosto de 2009

Reflexión III

No había reparado en que todo se rompe por lo más delgado. Sobre todo no había reparado en ello, no porque nunca me había tocado estar en algo que se rompiera, sino porque nunca me había tocado ser hilo.
O tal vez he estado todo atarantado que no me di cuenta que cuando un ser humano ejerce cualquier tipo de autoridad, apela no sólo a la construcción material de leyes (que nos recuerda la máxima sistemática de que las instituciones han construido este país), sino que va aún más allá: se escuda en un marco moral que nos es bien familiar a todos, pero que a ciencia cierta nadie lo toma al pie de la letra.
Dicho de otra forma: nadie firmó nunca el libro de Rosseau, mas que Rosseau mismo.
Y la moral (ése árbol que da moras) de la clase dominante deja mucho que desear. Sus escuelas, pieza fundamental del desarrollo tecnológico de este país, son ya de la iniciativa privada (en lo que se refiere a ganancia), mientras sobreviven algunas públicas (para cumplir con la odiosa necesidad humana de gastar en la sociedad).
La industria (que es de los mismos que patrocinan a las escuelas que “moralizan”) ha logrado tirar casi todos los árboles de este país y dinamitar casi todos los cerros. Un logro de la cultura emprendedora, que hasta la fecha carece de una oreja regalada a una puta o un libro que se pueda leer acostado en una máquina (como logró hacer el INSTITUTO DE ALTOS ESTUDIOS PATAFÍSICOS DE BUENOS AIRES, en su CÁTEDRA DE TRABAJOS PRÁCTICOS ROUSSELIANOS, puntualmente en su Comisión de Rayuela, en conjunto con las Subcomisiones Electrónica y de Relaciones Patabrownianas, en la década de los 60).
Y bueno, los medios. De ellos existe una parte material, económica, pero que tiene muy poco que ver con el oficio, con el cariño o, por decirlo de una manera culta, con Diógenes.
En la parte en que unos escriben algo y se lo dicen a otros que lo leen, lo escuchan o lo miran sobre todo hay una interacción real. Así que en los medios que le gusta revisar a la clase dominante nacional, a la autoridad, no hay más que sus propios intereses reproducidos por otros que tienen, casualmente, los mismos intereses.
Y moralizan entre ellos a veces en cocteles y a veces en las planas de un periódico.
Pero como son muy poquitos y nada más miran los medios que les gustan, porque carecen del tiempo y el silencio que se requiere para tratar de descifrar lo que quieren los periódicos de las minorías y o las manifestaciones, es por eso que se refugian en la seguridad que tienen para decir un discurso y si es necesario pagar por decirlo para que a nadie se nos olvide que la vanguardia y la novedad están al alcance de nuestras manos por sus laboriosas tareas de negociación y acumulación de capital.
Son famas pues.
Por eso todos podemos disfrutar de un suéter traído de China pero no tenemos idea de cómo se hace una ley.
Lo que la autoridad no logra mirar es que no sólo la juventud es ahora presa de desobligación; de carencias morales e históricas; de fundamentos sólidos que generen confianza en alguien más.
Es la autoridad misma la que no tiene refugio al cuál acudir para hacer valer su razón más que la razón de estado, tan desdeñada ya por Todorov.
La autoridad de ahora fue la juventud de ayer. Y a esa juventud Revueltas le dejó la autogestión porque “Aprender es controvertir: en esto reside una verdadera democracia del conocimiento que la Universidad debe encabezar y extender a todos los centros de enseñanza superior […]
“Hay que crear las más diversas formas de organización democrática para la acción, para el diálogo, para la controversia, amplias, constantes, incansables”.
Muñoz Ledo dice que los mexicanos carecemos de memoria.
A los defensores de las formas habrá que recordarles que son las formas últimas las que valen -las de la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia humanas y para nuestro entorno- no las de la distancia a la que obliga la política.
Termina Revueltas: “Ésta es la forma de poner en movimiento la crítica universitaria. Ésta es la forma de sacudir a México desde sus raíces.
¡Sepamos ser jóvenes! ¡A la tarea!”. La firma en Ciudad Universitaria, el día en que la autoridad “se hizo valer”.
A la larga la lucha entre los libros y las pistolas es ridícula. Sin la ambición, las armas carecen de valor… ¿Y por qué persiste una lucha de quienes ejercen la autoridad contra los que no poseen autoridad alguna más que su voz?

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